Agua Atlántica - Agua Mediterránea
El agua que entra del Atlántico presenta unas características muy concretas en temperatura y salinidad (agua atlántica), ya que los 320 m de profundidad del estrecho de Gibraltar sólo dejan entrar aguas superficiales. Este agua atlántica, con una salinidad del 36,15‰ y una temperatura que en invierno no desciende de 12ºC, forma la corriente superficial que entra por el estrecho y cuyo caudal va a oscilar entre 63 y 146 Km3/día.
El agua atlántica irá transformándose en agua mediterránea en su discurrir dentro de la cuenca. Durante el verano, la insolación y la evaporación asociada hacen que, ya dentro de la cuenca, las aguas atlánticas superficiales eleven su salinidad y temperatura, sin variaciones importantes de su densidad. Durante el invierno, en su discurrir hacia las zonas septentrionales (Mediterráneo noroccidental, mar Adriático, zona de Chipre), las aguas atlánticas, que ya han perdido mucha de su identidad inicial, sufren una serie de cambios que las convierten en aguas mediterráneas. Los fuertes y fríos vientos reinantes en estas zonas van a producir el enfriamiento de las aguas superficiales (inversión térmica), junto con un aumento de salinidad y de densidad en dichas aguas.
El aumento de densidad las convierte en aguas más pesadas, por lo que se hundirán hasta encontrar un nuevo equilibrio termohalino, finalizando así el proceso de formación de agua mediterránea, que se caracteriza por su temperatura, 13ºC, y su salinidad, 38,4‰. Agua que, en gran medida, saldrá por Gibraltar en forma de corriente profunda, cuyo caudal oscila entre 60 y 138 km3/día, evitándose con ello el aumento de salinidad en la cuenca. Este agua mediterránea, después de encontrar el equilibrio termohalino con las diferentes masas de agua del Atlántico, se extiende hacia el norte a lo largo de la costa de Portugal, manteniendo todavía sus características en puntos tan distantes como las islas Azores o el golfo de Vizcaya.
El déficit ocasionado por la evaporación que la climatología produce en el Mediterráneo es el motor que pone en movimiento una masa de agua mucho mayor que la que se pierde, evitando una desecación o una salinización progresiva de este mar, pero restringiendo también su productividad por la pérdida constante de nutrientes que conlleva la corriente de fondo que sale hacia el Atlántico. El movimiento de aguas es de tal magnitud que se estima que el Mediterráneo renueva totalmente sus aguas cada 100-150 años.
Juan Carlos Calvín