La vida tradicional huertana
A partir del siglo XIV, la Huerta de Murcia ve proliferar por su territorio diversas modalidades arquitectónicas, que reflejan el poder adquisitivo de sus propietarios y los condicionantes impuestos por el medio.
Entre las viviendas populares, la barraca se erige como la casa rural huertana por excelencia. Es un espacio funcional, concebido para el trabajo, que abraza la estrecha convivencia familiar, recibe al nervioso pretendiente de la hija casadera y celebra el alegre convite nupcial.
La modesta familia huertana se repartía las labores, desempeñando las mujeres las relativas al ámbito doméstico y a la cría del gusano de seda, mientras que los hombres trabajaban en las parcelas de cultivos circundantes, normalmente en régimen de arrendamiento.
Los productos que obtenían estaban dedicados al autoconsumo y a la venta en el mercado de la capital, Murcia, que se celebraba cada jueves en la Plaza de Santo Domingo.
Los huertanos se divertían celebrando bailes y jugando a los bolos y al caliche, ataviadas ellas de chambra, corpiño, mantoncillo y refajo, y ellos de camisón, chaleco, zaragüeles y faja.