Arranca 1970 con la entrada de Guardiola en películas de un subgénero que sustituye en popularidad al western: el cine B de terror. Camino de ver agotado el barato recurso del western, la industria encuentra en este terror de serie B de los setenta la solución a la grave crisis a la que hemos hecho alusión.
La primera de las películas de este nuevo boom en que intervendrá Guardiola, aunque todavía no es una película de terror “sangriento”, es Trasplante de un cerebro, de Juan Logar. El argumento es una especie de trasunto de dos clasicos combinados: Frankestein y Dr. Jeckyll (con un cientifismo puesto al día) y los exteriores están rodados en Cetara (bellísima localidad italiana), donde no rueda Guardiola, y en Londres, donde podemos verlo pasear por Picadilly y otras localizaciones.
Al año siguiente el actor jumillano participa en una película que podría llevarnos a confusión por su título, Me debes un muerto, pero que no pertenece en absoluto al cine de terror. En realidad, con una audacia digna de mejor propósito, el argumento adapta la obra de Patricia Highsmith Extraños en un tren y se inscribe en otro subgénero muy popular: el musical “español”. Se trata, en este caso, de una de las películas que tuvieron como protagonista al cantante folclórico Manolo Escobar y, en era frecuente, también a Concha Velasco. En la película participa otro murciano, y no es la primera vez que Guardiola coincide con él en una producción. Se trata del maestro Gregorio García Segura, compositor de numerosísimas bandas sonoras y destacado arreglista.
1972 se abre con la nueva participación de Guardiola en La orgía nocturna de los vampiros de León Klimovsky un filme que, a tenor de los comentarios suscitados por los amantes de estas producciones, pertenece a ese grupo de películas del gérero realizadas en España que continúan despertando interés. Aparición de nuestro Frankenstein español: Fernando Gobal, en el papel de “Gigante”, encargándose de ir cortando miembros para la cocina. Guardiola, en un papel bastante extenso, encarna a Boris “El mayor”, un vampiro con una apariencia muy respetable que inspira la máxima confianza a las incautas víctimas.
En estos años setenta, y tras una larga dedicación al cine y al doblaje, Guardiola vuelve a las tablas si bien de mano de TVE. En efecto, a lo largo de los setenta y ochenta participará en diversas producciones para televisión, destacando su participación en las realizaciones teatrales como Estudio 1 o El Teatro. Podemos destacar su participación en la magnífica adaptación de Los Miserables, de Víctor Hugo; en Rosaura a las diez, adaptación que Salvador Maldonado hace de la novela homónima de Marco Denevi; No te vayas así, obra de William Saroyan; El amor es un potro desbocado, obra de Luis Escobar con Alberto González Vergel como realizador; y en un gran éxito de crítica, la adaptación de Gabriel Ibáñez del Judas de Camón Aznar o una puesta en escena de Otelo de Shakespeare.
También aparece en una serie de televisión de gran aceptación popular, Los camioneros, y, a mediados de los 80, Guardiola volvería a televisión como intérprete en dos series de muy distinto corte: Goya y Tristeza de amor.
En 1974, Guardiola repite bajo la dirección de José Luis Sáenz de Heredia en la que sería la penúltima película del director: Cuando los niños vienen de Marsella. Y se repite también protagonista, pues se trata de otra película de Manolo Escobar. El papel de Guardiola, como siempre, es el de matón sin conciencia, padre desnaturalizado y ,además, amante de la impar Florinda Chico, que también interviene en el filme.
El último rodaje en que Guardiola se encontraría con Klimovsky es Odio mi cuerpo, también en 1974, coproducción hispano-suiza con un argumento muy parecido a la que rodara con Logar años atrás. Un referente de este argumento puede encontrarse en la película inglesa La maldición de Frankenstein de 1967.
Una obra con más pretensiones y realizada con otros medios que la prisa y la vista comercial es la extraña (en la época) Leonor, dirigida por Juan Luis Buñuel en 1975. Una obra que todavía se deja ver, aunque adolece de exceso de lirismo visual, de un ambiguo desapasionamiento que no cuadra con el espíritu de la narración romántica, más descriptiva y con una cierta carga de erotismo. El elenco esta poblado de primeras figuras que resuelven con soltura sus papeles: Liv Ullmann, Michel Piccoli (al que Guardiola pondrá voz en más de una ocasión), Ornella Muti, Antonio Ferrandis, José María Caffarel, Ángel del Pozo, Tito García, José María Prada, Georges Rigaud, la mismísima Carmen Maura, en los inicios de su carrera, o una jovencísima Inma de Santis (16 años de los apenas 30 que por desgracia duraría su vida).
A principios de los 80 tiene lugar un suceso que marcará la vida de Guardiola hasta su muerte. Entre 1979 y 1980 José María, su hijo mayor, presta su servicio miitar en Madrid, como conductor de un general de división. Naturalmente la familia, en esos años de frecuentes atentados a militares en sus desplazamientos, está diariamente preocupada por la suerte de José María, aunque consigue licenciarse sin tener percance alguno. Pero quince días después de su licenciamiento, pasada ya la angustia, José María fallece en accidente de tráfico cuando conducía por la carretera Guadarrama-Madrid en la madrugada del día 25 de diciembre. Este hecho afectó a Guardiola hasta el punto de sumirlo en una depresión que no pudo superar jamás.
Así, pasan varios años con Guardiola encerrado en los estudios de doblaje y sonorización hasta volver a verlo en la pantalla. Será en 1984 con Los santos inocentes.
Dirigida por Mario Camus y basada en otra obra maestra, la novela de Miguel Delibes, está interpretada por un grupo de actores de lujo entre los que hay que destacar a los cuatro puntales de la acción: Paco Rabal, Alfredo Landa (ambos con premio en el festival de Cannes), Juan Diego y una inconmensurable Terele Pávez. El papel de Guardiola, como apuntamos, es casi un cameo. Pero es un minuto que encaja como un engranaje de reloj, como todas las escenas del filme. Su “señorito de la Jara” es justo eso, un terrateniente mediano, sin la brillantez de otros dueños de cortijo que viven fuera de allí, con los pies pegados a la tierra y con la arrogancia inconsciente del que sabe que es “el amo”. Recuerda Mario Camus a Guardiola como un actor exigente con su labor, pendiente siempre de si había dado al director el registro que pedía. Y también, reiterativamente constante desde 1980, que Guardiola acusaba un abatimiento provocado –todos lo sabían en la profesión– por la desgracia de perder un hijo.
Al año siguiente Guardiola participa en Marbella, un golpe de cinco estrellas, una fallida película de Miguel Hermoso. A pesar del reparto de estrellas y buenos actores (Rod Taylor, Britt Eckland, Emma Suárez, Fernán Gómez, Rabal), de la participación americana en la producción, del buen hacer demostrado por Hermoso y de la colaboración de Mario Camus en el guión, la película no logra convencer.
Y en 1987 Guardiola pasa de un Sáenz de Heredia a otro. Álvaro, hijo de José Luis, dirige al actor en su última película, Policía, destacan Agustín González (malhumorado, duro y con un corazón de oro, como casi siempre) y los personajes de Galiardo y Guardiola, que estarían bien en otra película donde exista un buen planteamiento de lo policíaco.
A sus 67 años, Guardiola no tendría más oportunidades de demostrar sus dotes ante la cámara. Trabajando ante el atril en los estudios de doblaje pasa el tiempo hasta que el 10 de mayo de 1988 fallece de un ataque al corazón.