El Siglo XVI
El siglo se inicia con las repercusiones de dos hechos fundamentales para España: la unificación territorial y el descubrimiento de América.
En el año 1516 murió Fernando 'el Católico' y durante la minoría de edad de su nieto Carlos, se encargó de la regencia el cardenal Cisneros.
Cuando Carlos I llegó a España, rodeado de una corte flamenca, y repartió los principales cargos de gobierno entre sus allegados. Muchos nobles españoles vieron con malos ojos la posición a la que les relegaba el nuevo monarca. Poco después, y pese a la oposición castellana, se coronó emperador de Alemania con la idea de unificar Europa en un solo imperio cristiano, es decir, restaurar el Sacro Imperio Romano.
Posteriormente Carlos I abdicó el imperio a favor de su hermano Fernando y el reino de España en su hijo Felipe II, quien prosiguió el empeño de su padre.
Su poderío fue tal que pudo decir: "En mis dominios no se pone el sol". Su defensa del catolicismo le llevó a enfrentarse con los turcos, vencidos en Lepanto (1571). La suerte no le acompañó al enfrentarse con los protestantes ingleses y el desastre de la Armada Invencible marcó el fin de la supremacía naval española.
La situación social
Este rey se distinguió especialmente por la defensa a ultranza de la fe católica.
Los conflictos religiosos formaron parte sustancial de las tensiones sociales del siglo XVI. El progreso del Estado moderno renacentista llevó aparejado el auge de la intolerancia. El control político no se concebía sin una uniformidad ideológica que no dejara fisuras a la disidencia.
Ello equivalía, en dicho siglo, a un fuerte confesionalismo, alimentado todavía más por las convulsiones religiosas de la Europa de la época. En estas circunstancias, las minorías religiosas fueron objeto de discriminación e, incluso, de persecución.
Como es lógico, muchos judíos y musulmanes se bautizaron presionados por las circunstancias y siguieron practicando en secreto su religión. El cripto-judaísmo, en primera instancia, y el cripto-islamismo, más tarde, fueron rigurosamente perseguidos por una institución de origen eclesiástico pero situada bajo control estatal, la Inquisición, que se erigió en celosa guardiana de la ortodoxia.