Marco histórico
Fueron unos años de transición los que le tocaron vivir a Gil Francisco Molina y Junterón, ya que su vida se centra en los años finales del siglo XVII y los comienzos del XVIII, momento en el que se empieza a dejar atrás una importante recesión económica y social en España y dar paso a un período de recuperación bastante notable que afectó de manera especial al campo murciano.
La centuria del seiscientos se vió caracterizada por la crisis que recorrería el país como consecuencia de las interminables epidemias y plagas que asolaban a la población española, con unos medios aún muy escasos para combatir sus devastadores efectos. A ésto se sumaban las continuas sequías y la escasez de alimentos que la situación conllevaba, agravada en la huerta de Murcia por las inundaciones y desbordamietos del río Segura que provocaban destrozos y pérdidas humanas y materiales de gran consideración.
Sin embargo, en numerosas ocasiones se ha hecho referencia al carácter cíclico de la historia, y si al siglo XVII le había precedido una etapa de esplendor y renacimiento, lo mismo ocurrirá en el XVIII, momento en el que se asistió a una visible recuperación en el panorama económico, político y social. Tras el paréntesis protagonizado por la Guerra de Sucesión española (1702-1713), en la cual Molina y Junterón tomó partido por la causa de Felipe V, sobrevino una etapa en la que distintos factores hicieron superar la crisis del XVII.
Esta recuperación se tradujo en el significativo crecimiento demográfico que se conoció en esos años iniciales del setecientos, en el desarrollo urbano de las ciudades que cobraron un notable auge, y en las manifestaciones artísticas y constructivas de aquellos momentos.
En el Reino de Murcia este desarrollo se manifestó en la importancia adquirida por el Barroco murciano, con edificaciones como la Catedral o el Arsenal de Cartagena, muestras de ese crecimiento y progreso.
Responsable primordial de esta recuperación fue, junto con el aperturismo del comercio, la ampliación de las superficies de cultivo dedicadas a la agricultura. Este hecho benefició de forma especial a toda la franja mediterránea en general y a la huerta murciana en particular, debido sobre todo a la fuerte demanda del cereal por la escasez que de este producto existía. Estas zonas productoras de cultivo se vieron favorecidas por la situación ante la roturación de nuevas parcelas antes improductivas.