Gil Francisco de Molina y Junterón, Murcia 1656-1727.
La ascendencia
Nieto de Francisco Molina Alemán y Catalina Rodríguez de Junterón y Zambrana, en Gil Francisco brotaba sangre noble desde su nacimiento.
Desde el siglo XVI los Molina Medrano, asentados en Vélez Málaga, habían forjado allí un importante patrimonio. En 1676 estas posesiones recayeron, tras algunas disputas entre los pretendientes a la herencia, en Gil Francisco, pariente del fundador del mayorazgo de esta localidad.
La rama materna de sus apellidos es de procedencia valenciana. Fue Simón Junterón quien, asentado en Murcia, comenzó a labrar el patrimonio que supuso la mayor parte de la fortuna de la familia. Gil Rodríguez de Junterón, descendiente de éste, fue la persona que en 1535 inicia la historia de esta familia en tierras benielenses. Con algunas tahúllas que había adquirido en el término de Beniel, instauró un mayorazgo que incluía las posesiones adquiridas en Beniel, Azaneta y Villoría.
Aparte de las condiciones concernientes a toda heredad de este tipo, como la no enajenación de las tierras vinculadas, el fundador del mayorazgo impuso algunas especiales a sus herederos entre las que se encontraba la obligación a todo el que obtuviera alguna de sus herencias de llevar su nombre y apellido.
Un destacado militar
Como fuera tradición entre algunos miembros de su familia, Gil Francisco escogió la carrera militar llegando a ser Coronel de Infantería. Fue en una de sus maniobras en el Milanesado al frente de las tropas reales cuando conoció a su primera esposa, Eleonora de Gonzaga, viuda proveniente a su vez de una rica y conocida familia Italiana. De su matrimonio con Eleonora nacerían dos hijos, Isabel y Gil Antonio Molina y Gonzaga, que continuó la línea sucesoria convirtiéndose más tarde en el segundo Marqués de Beniel.
Después del fallecimiento de Eleonora en 1705, Gil Francisco contrajo segundas nupcias con otra adinerada viuda, María Asper y Ferrer, con la que tendría su tercer hijo, Francisco Manuel de Molina y Asper. Éste llegó a ser 2º Teniente de las Reales Guardias de Infantería, falleciendo joven en la batalla de Campo Santo.
La herencia de Gil Francisco de Molina y Junterón
La herencia que recibió Molina y Junterón incluía los mayorazgos en la huerta de Baza, el del pago de la Albatalía en Murcia, de Alguazas, de Almohajar, heredades en los partidos de Villorrio y Azaneta, y otros fundados por sus parientes más directos.
También recibiría el oficio de Regidor perpetuo del Ayuntamiento de Murcia, puesto que ocupó durante toda su vida. Fue además Regidor de Vélez Málaga, aunque a este último cargo renunció al estar más concentrado en los asuntos referentes a la huerta murciana. Con ello, su heredero no perdía los derechos al puesto, pero la coyuntura que sucede años después a la muerte de Fernando VII y la despreocupación demostrada por el 2º Marqués de Beniel, hijo de Gil Francisco, hicieron que este derecho acabara para siempre.
No obstante la mayor parte de su fortuna fue la que heredó y desarrolló en las tierras de Beniel.
El mayorazgo de Beniel
Las tierras benielenses necesitadas de una ardua labor para rendirles provecho, fueron dadas en censo enfitéutico (conservaban el dominio directo de las propiedades aunque el dominio útil lo poseía la persona que las recibía) tras la reforma emprendida en 1569 por uno de sus herederos, con el fin de sacarles un mayor rendimiento y productividad al convertirse los censatarios en portadores del uso y administración de las fincas. La escasez de rentas demuestra la crisis económica del pueblo de Beniel en la primera mitad del siglo XVII.
Fue en 1671 cuando el mayorazgo benielense cae en manos de Gil Francisco, aún menor de edad. Al volver de Italia en 1685 se encontró con la depresión económica en la que se hallaba sumida la villa. Era un panorama tan desalentador el de Beniel que Gil Francisco pensó que la percepción de sus tierras sólo subiría si mejoraba la vida económica local. Decidió intentar poner fin a la etapa de decaimiento que atravesaba la población de Beniel.
La huella de Molina y Junterón
Gil Francisco de Molina y Junterón se dio cuenta de que los principales problemas para el desarrollo de la localidad se encontraban en la condición de la tierra y los continuos desbordamientos del río que causaban verdaderos destrozos. La inexistencia de un sistema de drenaje adecuado hacía prácticamente inviable un productivo desarrollo del lugar.
Poniéndose de acuerdo con algunos de los terratenientes de las localidades próximas, y con la marquesa de Rafal, dueña de Cinco Alquerías (la actual Alquerías), Gil Francisco propuso la apertura y utilización en mancomunidad del azarbe mayor. Estaba situado en un lugar que pertenecía a la marquesa, y se aprovecharían de esta forma las aguas estancadas de la comarca usándolas en la irrigación del secano. Además esta medida permitiría poner en cultivo ciertos espacios inservibles hasta el momento. Aunque los progresos fueron lentos por lo dificultoso de la obra, pudieron palparse sobre todo en el crecimiento poblacional conocido en esos años.
A la predisposición del señor de Beniel le acompañó una coyuntura económica favorable que llevó a todo el área mediterránea a conocer un significativo realzamiento en los años iniciales del XVIII (motivado por el auge de la demanda de cereales que incitó la roturación de nuevas parcelas de tierra para satisfacer las necesidades).
Planteándose el modo de conseguir sacar más partido y mejores rendimientos a la tierra, volvió a utilizar la facultad concedida por Felipe II a su bisabuelo de la enfiteusis, considerándose aún válida aquella premisa. Con este método jurídico la propiedad de la tierra quedaba dividida en directa, conservada por el propietario, y útil, que ostentaba el censatario. Así se aumentaba el interés de éstos por hacer que las tierras de las que poseían el dominio útil fueran lo más productivas posible.
La medida obtuvo muy buenos resultados pues la producción de cereal y moreras se triplicó, con el consiguiente beneficio para la economía benielense. Además, Molina y Junterón aprovechó los productos del mayorazgo veleño, del que también era dueño, invirtiéndolos en su propio beneficio y en el de su familia, utilizando las rentas que desde Vélez Málaga se generaban para emplearlas en Beniel.
Pero no sólo se beneficiaría económicamente, sino que también supuso un éxito social para Gil Francisco, que consiguió en esos años un segundo mayorazgo para su segundo hijo varón, arreglar todas las casas y bienes de su mayorazgo, y la adquisición del marquesado en 1709.
El Primer Marqués de Beniel
A comienzos del siglo XVIII las pretensiones del señor de Beniel se dirigían a la consecución del título de marqués de esa misma localidad.
Los factores que tenía Gil Francisco contaban a su favor. Fue defensor de la causa de Felipe V en la Guerra de Sucesión, por lo que el informe expedido por el Cardenal Belluga le fue muy favorable. También el concejo murciano, del que formaba parte, apoyó la demanda. El 9 de Septiembre de 1709, tras varios años de tramitaciones, una Real Cédula concedía el nuevo título de Marqués de Beniel a Gil Francisco.
Todo ello lo heredaría Gil Antonio, quien acostumbrado muy pronto a los lujos que le rodeaban, pretendió aumentar más aún la herencia de su padre. Conseguiría elevar los logros del Marquesado constituyéndose Beniel durante su mandato en una localidad murciana de gran riqueza.
El trato del segundo marqués con la localidad fue prácticamente inexistente ya que se limitó casi exclusivamente a intervenciones económicas que además solían realizar sus apoderados.
Fue por tanto también con el hijo de Molina y Junterón cuando empezó a apagarse el marquesado conseguido en 1709.