Joaquín Juliá

    La formación autodidacta de Joaquín Juliá impide encuadrarlo dentro de alguna corriente artística concreta, quedando exento de influencias academicistas.

    Pese a ello, la elaboración de sus cuadros se ciñe a los parámetros establecidos por los manuales de pintura, estableciendo que todo cuadro debe tener un efecto de aumentado por un colorido, que se inicia de forma suave, para ir gradualmente tornándose más fuerte.

    La tendencia localista de las pinturas de Joaquín Juliá, en las que plasma los paisajes, ermitas, gentes y costumbres de su entorno, vislumbran cierta influencia de los neo-impresionistas  Cezanne y Bonnard.

    Joaquín Juliá emplea las técnicas de acuarela, gouache, tintas de colores y óleo, empleando como soporte para este último: tela, tabla o cartón. El resto de técnicas las utiliza también para sus bocetos, con el fin de experimentar con las gamas cromáticas que luego aplica a sus óleos.

    La temática de sus pinturas es básicamente costumbrista, cultivando principalmente el paisaje, el retrato y el bodegón.

    Refleja en sus cuadros los paisajes de Abarán, sencillos rincones huertanos, flores y frutas de su tierra, objetos y costumbres de sus gentes, a los que con su pincelada de trazo ligero, recrea con sutileza y preciosismo, atendiendo a la premisa impresionista "No hay paisaje que no sea digno de pince".

    Las luces de sus cuadros recrean ambientes opacos, de penumbra amarillenta, conseguidos a través de colores ocres, verdes y blancos albayalde, descartando el blanco puro y los colores primarios. Se intuye también su interés por la perspectiva.

    Destaca su producción de retratos, realizados en óleo sobre tabla, y representados en todas sus variedades: de frente, de perfil, autorretrato, etc. Sorprende su capacidad en este género tan difícil y en el que se formó autodidácticamente, consiguiendo perfiles nítidos y buenos efectos volumétricos.