La improvisación de versos es una artesanía poética que en España está muy extendida y en casi toda América Latina también con peculiaridades propias en cada uno de estos lugares.
En España, podemos citar las ‘Jotas de picadillo’ de Aragón, los romanceros de Canarias, los versolaris vascos, las ‘alboradas’ y ‘pastoriles’ de los valles pirenaicos, los troveros por todo el sureste y amplias zonas de Andalucía, etc., y en América, los decimeros y payadores que utilizan la décima como estrofa principal.
En nuestro país, la improvisación es muy antigua: recordemos los trovadores y juglares en la Edad Media, y recordamos que en el sureste (La Unión, Cartagena) Almería y Granada se cultiva, al menos desde el siglo XIX un tipo de versificación improvisada que conocemos como ‘trovo’.
El trovo actual usa como estrofa básica la quintilla en las controversias, pero también, pero menos frecuentemente, la décima y el trovo en el cual se emplean la copla, la cuarteta o la redondilla que genéricamente se denominan la cuarteta, cuatro versos que se utilizan, como pie forzado para construir las cuatro quintillas que consta el trovo con el asunto o tema que la cuarteta propone.
Sin embargo, dada la fugacidad de la improvisación, hecha muchas veces fuera de un escenario, sobre un asunto menor, o curioso, o dedicado a una persona en un lugar ante pocos testigos, hace que si no se recoge se extingue casi cuando el improvisador ha terminado. Ocurre lo mismo con las veladas. Sin embargo, afortunadamente en los años pasados, hubo personas que tuvieron la curiosidad y el interés de recoger algunas controversias, y así tenemos la posibilidad de leer algunas memorables a las que hoy podemos tener acceso: así conservamos la interesantísima mantenida en Portmán a principios del siglo XX entre José Mª Marín y Manuel Tortosa García, ‘el Minero’ , o en los años 50, cuando tres niños dirigidos por un coordinador anotaron dos encuentros mantenidos por Ballesta , Pedro Cantares, Leandro Bernal y Ángel Roca celebradas en Roche, pedanía de La Unión.
El trovo ha tenido momentos de pujanza y momentos de silencio. La época de oro del trovo en La Unión y en el Campo de Cartagena fue en el siglo XX, hasta los años 40 con los troveros José Mª Marín, José Castillo, Manuel Tortosa, Gregorio Madrid, José ‘el Machero’, etc.
Entre los años 50 a 90 del siglo XX, hubo una de las eclosiones periódicas de las que ha tenido el trovo: aumentó la afición; en estos años se celebraron muchísimas veladas (casi en todas las fiestas había una), y surgieron algunas figuras, algunas de extremada calidad: Pedro Cantares, Ángel Roca, José Mateo ‘Picardías’; José Travel, ‘el Repuntín’; Ángel Cegarra, ‘Conejo II’; Manuel Cárceles, ‘el Patiñero’; José Moreno, ‘el Lotero’, José Alonso ‘el Santapolero’, etc.
En la década de los 70, un gran aficionado al trovo, Miguel Luengo López asistía a cuantas jornadas podía y se dedicaba a recoger íntegramente con una grabadora anotando además cualquier asunto o anécdota curiosa que daba al espectáculo interés.
Luengo había nacido en Ventura, un caserío próximo a Los Camachos, del municipio de Cartagena, el 2 de noviembre de 1920, en el seno de una familia modesta. Dadas las circunstancias, sus posibilidades de adquirir una cultura media eran nulas: había que trabajar en el campo o con el ganado alternando estas actividades con la asistencia a la escuela. Sin embargo, leía cuanto podía, hasta conseguir una formación y una cultura por encima de su entorno. Logró entrar a trabajar como soldador y luego como administrativo, en la Empresa Nacional Bazán, constructora naval en Cartagena. Siguió participando en actos culturales: asistía con frecuencia a cuantas obras de teatro, zarzuelas u otras que se organizaban en el Teatro Circo. Pero también tenía una inquietud por cuantos actos sociales surgían en los pueblos de Roche o de Los Camachos. En éste fue el impulsor, entre otras, de la creación de un centro social y de otras actividades culturales, sociales o de infraestructuras que nacían o se proponían en la localidad. El pueblo, agradecido le levantó un monolito donde se recuerda su labor benefactora y favorecedora.
Miguel, que era una persona de una minuciosidad extrema; en las jornadas troveras a las que asistía, se oía la velada grabándola y anotando completamente como hemos dicho los datos curiosos anexos muchos de los cuales habían dado lugar a algunas quintillas de la velada: la dirigida a cierta persona del público, o, en su caso, los nombres de las damas de la fiesta a las cuales se habían creado unas décimas, etc.
Posteriormente, con su proverbial meticulosidad, pasaba la velada a máquina creando un libreto con cada una con todos los datos que la situaban en el espacio y el tiempo. Al paso de éste, los troveros y amigos le adjudicaron el título muy merecido de ‘archivero mayor del trovo’.
Con este laborioso trabajo logró elaborar un archivo, perfectamente ordenado y clasificado. Desde 1973 hasta 1999 tiene fechadas las veladas registradas con muchas más posteriores sin fecha: entre otros materiales, digamos que el archivo consta en torno a cuatrocientas veladas y certámenes, en los cuales era reclamado para formar parte del tribunal, casi siempre de presidente, y más materiales debidos a numerosos troveros, …
Pronto, se propuso biografiarles. Comenzó por la del trovero mejor y más reconocido de los años 70 a 90, nos referimos al murciano José Travel Montoya, ‘el Repuntín’; también, después, colaboró en la de Manuel Cárceles, ‘el Patiñero’: ‘El último huertano’. Pero tenía ya recopiladas las de bastantes de los demás para elaborar un ¿Quién es quién? en el mundo del trovo. Revisó la reedición del libro, ‘Marín, rey del trovo’ de Sebastián Serrano Segovia, que hizo la librería Atenas de Cartagena.
En los últimos años, también se interesó por el flamenco y colaboró con la peña Antonio Piñana, en lo que se refería al trovo, publicando en su revista e interviniendo en tertulias radiofónicas.
Él nos confesaba que era incapaz de improvisar una quintilla sobre la marcha, pero en su escritorio sí componía y creaba quintillas, décimas o escribía trovos de una buena factura, cuyas cuartetas sirvieron en muchas ocasiones como punto de partida para la improvisación de los troveros en los certámenes en los que participaba como jurado. Estos trovos conforman lo que él llamaba “Espigas de mi propia cosecha”
Después de su fallecimiento y el del ‘Repuntín’, año 2000, recogimos los más de 360 trovos que había ido concienzudamente incorporando a su archivo que, en diferentes situaciones, había improvisado el murciano y los publicamos en un libro: ‘El Repuntín en trovos y glosas’.
Con todos los libretos que elaboró de las veladas, junto a las cintas que se grabaron en éstas unido a otros materiales obtenidos de los diferentes troveros, y muchísimos más que ha ido recopilando a través del tiempo, ha legado al mundillo de los versos improvisados una importantísima colección de informaciones que nos presentan la visión de los troveros, la mayor parte de una cultura modesta, sobre el trovo mismo, la cultura, la política, su visión del mundo, las relaciones personales, la economía, los conflictos bélicos, etc.
Todo es, pues, el resultado de un escrupuloso y metódico trabajo, perfectamente ordenado y dispuesto para la consulta de estudiosos del tema de esta manifestación popular que en algunos momentos ha tenido ciertos niveles de calidad y que hemos denominado como artesanía poética.
Francisco Bastida Martínez