Las setas son el cuerpo fructífero de un hongo, generado por el micelio de éste en periodos favorables y concretos del año, cuando suceden determinadas condiciones ambientales: humedad relativa elevada, temperaturas mínimas suaves, etc. Estas circunstancias quedan delimitadas por lo general a un estrecho intervalo de tiempo, de algunos meses, particularmente durante el otoño –o el invierno–, aunque también en primavera, en el clima Mediterráneo.
En las sierras prelitorales murcianas, que comprenden el Parque Regional El Valle, de lleno en el Mediterráneo semiárido, la temporada de setas es principalmente el mes de noviembre y los primeros días, aun no muy fríos, de diciembre. Las floradas son puntuales y pueden hacerse esperar, o bien no ocurrir, porque no habrá abundancia en especies y número de setas hasta que las condiciones sean exactamente las propicias para la dispersión de las esporas, de tal forma que el momento preciso es variable en fecha y duración, aunque si se produce será –al menos– en dos de las semanas indicadas.
Es decir, el desarrollo de las setas tiene en las lluvias estacionales después del verano, tan irregulares como esporádicas, a veces efímeras o insuficientes, el factor clave, fundamental o limitante. También son determinantes las tormentas de agosto, porque las zonas donde descarguen serán las sierras más agraciadas, y los vientos, porque su predominio y efecto desecador, pueden finalizar o reducir drásticamente la florada de setas.
En este mismo sentido precisaba esta particularidad del clima regional, que condiciona la fructificación de los hongos, el micólogo Mario Honrubia, junto al primer Decano de la Facultad de Biología de la Universidad de Murcia, Xavier Llimona, en el primer trabajo sobre este grupo de seres vivos en la Región de Murcia, Aportación al conocimiento de los hongos del SE de España (1979): “Debido a la escasez y, sobre todo, a la irregularidad de las lluvias, el inventario de la flora fúngica de una región como la murciana se convierte en una tarea difícil y discontinua”.
Así, además de estar prevenidos en los otoños lluviosos, cada vez menos frecuentes en Murcia, para conocer a la importante comunidad escondida de los hongos en los ecosistemas terrestres de la Región hay que dirigirse –principalmente– al ambiente sombrío y umbrío originado por el dosel arbóreo de los bosques. En éstos se desarrolla y esconde una destacada diversidad fúngica, bajo céspedes de musgo (Pleurochaete squarrosa), liquen (Cladonia convoluta) y abundante pinocha –las hojas caídas de los pinos–, latente y prácticamente invisible durante meses, incluso años, pero que da lugar a pródigas floradas de setas durante los otoños más húmedos, en los enclaves más propicios.
Entre las setas de El Valle, destacan, por apreciados y buscados, los guíscanos (Lactarius sanguifluus), llamados nízcalos en otras regiones de España (siendo entonces, con este nombre, habitualmente de la especie L. deliciosus), protagonistas indiscutibles de las recolecciones de noviembre y primeros de diciembre. Estos hongos no son tan raros como puede pensarse y en el Parque Regional se cuentan por varios los setales conocidos y muy visitados; los abundantes bojines (Suillus mediterraneensis) delatarán que pronto, en un par de semanas, serán importantes las fructificaciones de guíscanos, mientras que los chivatos (Russula torulosa) evidenciarán su cercanía, en apenas unos metros, alertando de que deberemos estar muy atentos para encontrarlos.
Son también frecuentes en la época otoñal, entre otras, las setas pie azul (Lepista sordida), del todo violeta y cuya fructificación se prolonga bien entrado el invierno, los champiñones silvestres (Agaricus sp. pl., como A. sylvaticus y A. campestris), la desconocida y muy rica negrilla o ratón (Tricholoma gr. terreum, o T. myomyces), la anaranjada pata de perdiz (Chroogomphus rutilus) y la blanca, grande y destartalada Amanita ovoidea, así como varias de las muy venenosas especies de los géneros Inocybe y Lepiota, que producen severas y peligrosas intoxicaciones, pudiendo algunas hasta ocasionar la muerte, como L. helveola, curiosamente encontrada y citada en alguna ocasión en los céspedes del Jardín de Malecón.
Primavera es la época que prefiere el hongo conocido como turma (Terfezia claveryi) o trufa del desierto para fructificar, que puede encontrarse bajo las matas turmeras (Helianthemum almeriense, H. violaceum, H. syriacum, etc.), cuando éstas se encuentran en floración, sobre el 19 de marzo. Hasta tal punto fue y es importante y valorado el cuerpo fructífero enterrado de este hongo, con aspecto de pequeña patata, que los rodales donde crece siempre son celosamente guardados en secreto, para evitar visitas no deseadas, porque éstas no dudarán en buscarlas hasta en fincas privadas. Por este motivo existió –hace más de un siglo– una ordenanza municipal en el término de Murcia para regular su recolección, circunstancia que ha ocasionado que sea el único hongo listado en normativa regional vigente, concretamente en el Anexo II (Especies cuyo aprovechamiento en el territorio de la Región de Murcia requiere la obtención de autorización administrativa previa) del Decreto 50/2003 (BORM núm. 131).
En la estación primaveral, en marzo o en abril lluvioso y atemperado, también en invierno, podremos encontrarnos otras setas esencialmente otoñales, como la pata de perdiz, Amanita ovoidea e incluso guíscanos y, con suerte, al extraño y llamativo hongo rejas del diablo (Clathrus ruber), auténtica joya –aunque pestilente– de nuestros montes, rara en otros territorios de España, pero común puntualmente en varios enclaves de El Valle. Por sus apetencias claramente termófilas los micelos del clatro producen numerosos carpóforos, enrejados, rojos y malolientes, a las dos semanas –o poco más– de las primeras lluvias tras el verano, por lo que serán incluso abundantes desde septiembre hasta diciembre, sobre todo si las temperaturas han sido especialmente suaves.
En la tarea de conocer los hongos y su naturaleza es fundamental observar determinadas características del cuerpo fructífero (basidioma), entre otras, si tiene forma de seta, con pie (estípite) y sombrero (píleo e himenóforo) diferenciados, si el himenio (parte inferior y fértil del sombrero, desde donde se liberan las esporas), está constituido por láminas, poros o agujas. También es básico reparar en la ornamentación de la cutícula (o parte superior del sombrero), la presencia de volva en la base del pie, si este es fibroso o no, la consistencia de su carne, si tiene anillo o velo (restos del desarrollo inicial, como la volva), si se libera una sustancia lechosa (látex) al cortarlo o manipularlo, etc. Sin olvidar –evidentemente– colores, dimensiones, texturas, hábitat y sustrato en el que vive el micelio y crece el carpóforo, incluso el olor que recuerda.
Para profundizar en el conocimiento de los hongos, además de varias guías de distintas grandes editoriales, que por tratar territorios amplios pueden llevar más a confusión y abandono de su estudio que a ayudar en la determinación al profano, son recomendables: el libro Iniciación a la micología. Hongos de la Región Murciana, de Botías et al. (1991), muy básico, pero de fácil comprensión y buena selección de especies, que además aporta un primer Catálogo fúngico de la Región Murciana, y la Guía de Hongos Micodes, de Honrubia et al. (2010), completa, pero que incluye especies de otros territorios ibéricos más diversos, con el hándicap para el iniciado que eso puede suponer. Las dos anteriores obras pueden ser suficientes hasta la publicación de los resultados de MICOMUR, Catálogo actualizado de hongos de la Región de Murcia, que se ha complementado con propuestas de Lista Roja y medidas de gestión y conservación de los recursos micológicos. Las bases de este trabajo han sido desarrolladas en la Universidad de Murcia, en el Grupo de Investigación Micología-Micorrizas-Biotecnología Vegetal, y han sido recopiladas por Inés López Cano en su Proyecto Fin de Carrera, de 2010, dirigido por los botánicos expertos en hongos Mario Honrrubia y Asunción Morte.
José Antonio López Espinosa