La niñez dentro de la sociedad tradicional murciana tenía como punto de inflexión la Primera Comunión, realizada normalmente con seis o siete años y coincidiendo con la festividad del Corpus Christi, conocido popularmente como “el día del Señor”.
Para los niños más humildes el atuendo era sencillo, formado por un pantalón y camisa blanca, siendo utilizado el uniforme de estilo militar para aquellos con mayores recursos. Era costumbre ofrecer a los familiares y amigos “recordatorios” de comunión, pequeñas estampas ilustradas con el nombre de la niña o el niño, donde se reflejaba la fecha, el lugar del evento y una imagen religiosa.
La Primera Comunión, aparte de su importancia religiosa, era socialmente el momento en el que el niño entraba en la pubertad, marcando además un hito destacado ya que a partir de ese instante el joven participaría en actos sociales que hasta entonces le habían sido vedados. La Comunión también se consideraba una fiesta de marcado carácter familiar, que simbolizaba el ingreso del niño en la comunidad de la que hasta ese momento formaba parte casi sin obligaciones ni deberes, representando ahora un individuo más maduro y responsable dentro de la estructura familiar.
En determinados lugares campesinos regionales una vez realizada la Primera Comunión el niño recibía la “investidura de adolescente”, permitiéndosele ocupar la mesa durante las comidas junto a los padres, abuelos y hermanos mayores, así como iniciarse en el asociacionismo pudiendo formar parte de pandillas afines a sus gustos e inquietudes en las fiestas de los santos patronos o en los rituales petitorios de aguilando en tiempo navideño.
Por último llegaba la pubertad, donde los muchachos se adentraban en una nueva etapa de relevada importancia en su ciclo vital ya que se producían considerables cambios fisiológicos y se revelaban los primeros contactos sexuales.