Al contrario de lo que ocurriera con la pintura, la escultura del primer barroco en Murcia no tendría gran relevancia e iría destinada básicamente a la decoración de retablos de templos y a imágenes de bulto redondo de culto. Murcia no contaba con muchos escultores propios y en ocasiones eran requeridos los servicios de profesionales de otras regiones. Tanto el siglo XVI como el XVII apenas nos dejan nombres propios en la escultura murciana ni obras especialmente relevantes. No es que no hubiera escultura sino que la demanda de obras de especial significado artístico se solicitaba principalmente a los talleres andaluces, mucho más afamados.
En Murcia, en los primeros años del XVII encontramos a algunos escultores como Cristóbal de Salazar, de Granada, que moriría en Murcia en 1642. Su especialidad era la piedra y, como señalamos, trabajó en la Capilla de Junterón, concretamente en las tallas de San Juan Bautista, Isaías y las Doce Sibilas, piezas que se consideran inacabadas por tratarse de la cesión de un encargo y que muestran cierta rigidez en las formas. Salazar no es enteramente un escultor barroco, ni siquiera su obra estaría cercana a las nuevas tendencias del XVII sino que quedaría aún anclada a un clasicismo renacentista.
Sobre 1626 llegaría a Murcia otro granadino, Juan Sánchez Cordobés, según los investigadores sería quizá el único escultor de cierto calibre en el territorio, pero no quedan obras de él más allá de un Crucificado en la manchega Gineta que lo vincularía estéticamente con las obras del famoso Alonso de Mena, con quien se sabe que llegó a trabajar. El Museo Catedralicio guarda obras de Cordobés, bustos de San Pedro y San Pablo, obras muy relacionadas con el taller de Mena. Cordobés realizó obras para distintos puntos de la Región como Mula, Alcantarilla y Lorca; su obra posee la amabilidad de las escuelas granadinas, aún deudoras del Renacimiento, algo toscas en ejecución y alejadas de lo que Murcia considerará más tarde la gran escultura del barroco.
Debemos mencionar nuevamente la obra de la Ex Colegiata de San Patricio porque por sus trabajos de cantería pasarían, además de distintas estéticas, muchas manos. José de Vallés, Antonio Caro, Jerónimo Caballero, Villanueva, Nicolás Salzillo, Uzeta etc. fueron algunos de los escultores llamados a continuar las obras del templo. No se trata de obras paradigmáticas pero forman parte en su mayoría del barroco regional y es justo citarlas. Se trata de una escultura con fuertes premisas arquitectónicas pero este tipo de trabajos tienen el valor de ser realizados la mayor parte de las veces en el lugar en el que están destinados. Se trata de un barroco demasiado condicionado por unas obras tan prolongadas que unen dos etapas estéticas distintas, pero el barroco, esa búsqueda de una gran belleza resplandeciente, está presente.
Es a finales del siglo XVII cuando comienza a desvelarse el renombrado “esplendor barroco”. Antes de las obras de los Salzillos, padre e hijo, Murcia pudo tener entre su gremio de artistas a Nicolás de Bussy, que quedó establecido en la ciudad en 1688. La obra de Bussy quedaba a mitad de camino entre los viejos conceptos contrareformistas y los nuevos aires del barroco que imponían los cánones clásicos. Para la escultura murciana, no muy abundante ni variada como hemos visto, se trató de un punto de inflexión en materia estética.
Las obras conservadas de Bussy son pocas, muchos encargos conocidos por fuentes documentales no han sobrevivido al tiempo o no se encuentran localizados pero otros, como el Cristo de la Sangre de la iglesia murciana de El Carmen, han llegado a trascender incluso en la investigación icnográfica ya que se trata de una imagen peculiar, un Crucificado que camina mientras un ángel recoge su sangre en una copa.
Llegado de Nápoles y tras trabajar en talleres como el de Perrone se establece en Murcia Nicolás Salzillo, que pronto conseguirá que sus proyectos sean aceptados por las cofradías pasionarias. La labor de Salzillo padre llegó incluso a algunas piezas del interior de la Colegiata de San Patricio, como vimos. En la escultura moderna la especialización en soporte es habitual pero en momentos históricos como el que estudiamos el oficial está obligado a tener un conocimiento profundo del material, sea el que sea y no puede aún imponerse artísticamente, debe sobrevivir con los encargos.
Junto a Nicolás Salzillo este primer barroco también queda colmado con la figura del marsellés Antonio Dupar, ya en Murcia en 1717. Dupar supuso para la escultura murciana una primera muestra de la gracilidad y simpatía de las figuras, donde el rigor académico daría paso a unas formas que pronto quedarían con Francisco Salzillo tan aceptadas en la escultura que el término “salzillesco” pasaría a formar parte del arte escultórico murciano. La obra de Dupar debe ser considerada de una manera significativa pues su ámbito de formación está muy influenciado por la obra de Pierre Puget. Dupar, al llegar a Murcia con sus obras, resta en el ámbito estético del siglo pasado rigidez y adustez, o demasiada concesión a cierto academicismo para incorporar tensión y energía, algo muy propio del barroco pleno y que en Europa se conoce en obras muy significativas.
Junto a Dupar surge otra figura, emblemática por siglos en Murcia. En 1727 Salzillo padre fallecía dejando a su hijo Francisco el obrador familiar. Y esta segunda generación de los Salzillo establecería unos talleres familiares que gestarían, con un gran equipo de trabajo bien dirigido, muchas de las obras que son de sobra conocidas en Murcia y cuya fama ha traspasado nuestras fronteras. Técnicamente las obras de Salzillo son de una calidad exquisita, estéticamente sus formas amables, muy parecidas a ese barroco cortesano y colorista de cierta pintura, llevarían a las imágenes de devoción un nuevo concepto estético.
La obra de Salzillo es admirada fuera de España, el hecho de que sea una obra de encargo devocional, que tenga que asir los principios no escritos de ser piezas inteligibles para los devotos no le resta calidad técnica y artística. La escultura barroca más estudiada es la italiana, conocemos sobradamente las grandes obras de Cellini o Bernini y el ímpetu de ese barroco por momentos tremendista y complicado en movimientos y diseños también se encuentra en Salzillo.
Poco podríamos añadir o explicar de nuevo de la escultura de Francisco Salzillo. Siempre es curioso, sin embargo, que en una época en la que el nombre del artista ya es respetado por sí mismo aún se siga manteniendo un estilo de trabajo más propio del carácter artesanal de la obra. El artista no podía abarcar todos los procesos de la obra en solitario, de aquí que el taller necesite de varias manos y el concepto de producción se acerque a lo que se verá en siglos posteriores. Salzillo aunó su genialidad con la artesanía más tradicional y un sistema de trabajo más propio de una cadena de montaje, con varios pares de mano interviniendo en muchas de las obras.
Además de los trabajos de Salzillo en Murcia existen otros escultores y otros encargos que no son religiosos o devocionales. Son pocos estos ejemplos pero están ahí y merece la pena recordarlos porque forman parte de nuestra herencia artística. El tiempo barroco es un tiempo también de escultura para ámbitos públicos. Son de sobra conocidas las fuentes barrocas europeas, no es necesario recordarlas, en algunos casos son obras monumentales, un espacio tan usual en el trazado urbano como la fuente de agua pública se convierte en una oportunidad para dar a conocer nuevas ideas y nuevos escultores.
Recordamos la Fuente de Totana conocida como Fuente de Uzeta, por su autor Juan de Uzeta, una de las pocas fuentes barrocas existentes en Murcia. En 1750 el Concejo de Totana decidió “conducir el agua de la fuente de la Carrasca hasta la plaza de la villa”, plaza de la villa que actualmente es la Plaza de la Constitución. No contrastan en el proyecto solo los colores y formas sino también las esculturas escogidas por decoración para el segmento superior del vaso de mármol rojo, unos putti y unas máscaras de tipo grutesco, labrados en mármol blanco y con caños protuberantes saliendo de sus bocas. Sobre el segundo pilar escultórico queda el escudo de Totana, una inscripción en recuerdo de los que diseñaron y obraron la fuente y, rematando el conjunto, la cruz de Santiago en hierro.