Madre de Dolores
Pirograbado coloreado. (190 x 245 cm.). Año 1979.
Es el panel más cerrado, imbricando todos los símbolos en un movimiento de óvalo periférico que produce el huracán devastador de la muerte, porque la Vida ha muerto. La madre, a la que surten verdes hojas vegetales, de pies a seno, aludiendo a la vida primera que ella engendró, corre paralela al fruto que la muerte mustia entre sus brazos. La doble mano que acaricia la vida triunfante en los verdores, y la vida decadente en la carne del Hijo, succiona todo el movimiento de las formas del cuadro, que se ahilan en diagonal hacia las cabezas de la Madre y del Hijo, y que una paloma enlutada clausura. Esa paloma, casi halcón, cierra el paso oponiéndose a la furia devastadora que insufla la curva de los elementos disparados hacia la izquierda.
El cromatismo va, a excepción de los verdes que envuelven el cuerpo muerto, anunciando su restauración..., de los amarillos de rebajada luz a los rosas pálidos, pasando por los bermellones obscurecidos de las erguidas antorchas que dan escolta zaguera al avance oblicuo de fuerzas sublevadas en el malva ectoplasma de una mariposa derramada en picado.
En el fondo de la totalidad persisten los obvios cromatismos de la ceniza, el humo y la noche entrante. Queda en el centro la faz inocente y atemorizada de una niña -la inocencia y el pasmo por la injusticia cósmica que invade un primer plano-. Esta niña, Celita, actuó de mini-modelo para Pepe Párraga, poniendo un clamor de clemencia en toda la ruina del panel.