Se nos hacía muy difícil desde el Museo Salzillo ver concluido el año 2011 sin haber realizado un homenaje al escultor Roque López, discípulo de Francisco Salzillo. Es por ello por lo que durante los meses de diciembre y enero hemos reunido una selección de algunas de sus obras más representativas que en la actualidad pueden contemplarse en las parroquias y conventos de la ciudad de Murcia.
No pretende ser ésta una exposición antológica, dado que nos hemos circunscrito a un perímetro cercano a la propia iglesia de Jesús y ni tan siquiera se ha buscado la exhaustividad dentro de estos límites imaginarios que nos hemos trazado. De hecho, la obra de Roque López se encuentra diseminada más allá del municipio y del antiguo Reino de Murcia y, por ende, en territorios andaluces, valencianos y castellano-manchegos. La sala de exposiciones temporales no hubiera podido albergar mucha más obra que las cerca de quince aquí seleccionadas y ni tan siquiera nuestra eximia economía nos permitía un proyecto más ambicioso.
No son muchas las muestras organizadas en torno a su obra. En todo caso ésta siempre ha estado más o menos presente en las exposiciones dedicadas a nuestro afamado escultor, Francisco Salzillo, al menos desde la antológica de 1973, en secciones específicas y bajo epígrafes que aludían a lo salzillesco, a los discípulos o seguidores o la estela misma dejada por el maestro. Como curiosidad hay que destacar cómo en 1929 dos de sus obras fueron seleccionadas para participar en el Pabellón de Murcia en la Exposición Iberoamericana de Sevilla y cómo, anticipándose a lo que sucedería con posterioridad, venían a acompañar a las de Salzillo. De aquellas dos obras, Santa Cecilia y San Pedro de Alcántara, una de ellas se vuelve a mostrar aquí.
Tan sólo en el año en que se celebraba el doscientos aniversario de su nacimiento, en 1947, la Academia Alfonso X el Sabio promovió una exposición de las obras más reconocidas de Roque López en la capilla del Palacio Episcopal de Murcia. Fue inaugurada el 15 de febrero y contó con un total de treinta y una obras procedentes de la ciudad y de la provincia de Murcia (doce y cinco respectivamente), de la de Albacete (ocho) junto con algunas obras de particulares (seis).
Dos años más tarde, cuando el profesor José Sánchez Moreno acababa de ser nombrado director del Museo Salzillo, la Academia publicaba su estudio sobre la obra de Roque López, junto al del reverendo Antonio Sánchez Maurandi, descubridor de la partida de bautismo y quien por tanto, fijó de una vez por todas el origen antes incierto del escultor de la Era Alta. Aquella publicación, que además constituyó el primer número de la revista Murgetana, también incluía el texto de la conferencia impartida por el profesor Elías Tormo, invitado por la Academia, un día después de ser inaugurada la muestra. Allí se incluyó la crónica de actos organizados para el centenario y la relación de obras que formaron parte de la exposición del Palacio Episcopal. El estudio de Sánchez Moreno es de gran interés, porque incluye al final una suerte de “museo imaginario” a la manera de Malraux, o una selección de veintisiete ilustraciones de obras de Roque López, que son estudiadas como un catálogo de exposición.
Así las cosas, podría decirse que la muestra actual es también una especie de remembranza de aquella organizada en el año 1947, puesto que las obras aquí seleccionadas estuvieron en parte presentes en aquel entonces en la capilla del Palacio Episcopal. En concreto, baste citar las de San Miguel, la Purísima Concepción de “los Diegos”, el paso de La Samaritana de la Sangre, Santa Cecilia y La Encarnación de La Raya. Pero, sobre todo, es un particular homenaje a ese “museo imaginario” compilado por el profesor Sánchez Moreno, al que nos hemos tratado de ajustar aún más, puesto que también se exhiben hoy una selección de grupos del Belén de Salzillo que no estuvieron presentes en el palacio, así como los angelitos de la Dolorosa de San Juan, los de la Custodia de San Antolín, la Dolorosa de la cofradía de la Sangre y el Niño de Pasión de Las Claras. Las únicas novedades consisten en el Niño de Pasión de Era Alta, así como algunas de las obras de oratorio del propio Museo Salzillo, atribuidas a Roque López, como la Dolorosa arrodillada junto a la Cruz y San Joaquín con la Virgen Niña.
En la muestra no podían dejar de estar presente algunos de los libros del fondo bibliográfico del Museo Salzillo, en los que se ha querido destacar los de mayor antigüedad, como los de Baquero, Espín Rael, Escobar, Sánchez Moreno y Lozano. Del mismo modo, también incluimos un ejemplar de la Memoria de hechuras escrita por el propio Roque López y publicado en el año 1889 bajo el título de Catálogo de las Esculturas de don Roque López, discípulo de Salzillo, conforme al manuscrito que era propiedad de don Enrique Fuster, conde de Roche, que también fuera presidente de la cofradía de Jesús.
Una cronología, incluida en este pequeño catálogo, acoge una selección de los episodios más importantes de su vida y algunas de sus obras más conocidas, con especial énfasis en las presentes en la exposición.
En el título de la exposición-homenaje se ha incluido la palabra mirada con toda intención. No obstante, el propio Sánchez Moreno llegó a decir de Roque López que era el discípulo todo ojos. En efecto, los expresivos ojos del escultor, son siempre un elemento que le caracteriza, aunque el profesor los considerase un punto desorbitados, a diferencia de los que ostentan las estatuas de Salzillo. En todo caso la mirada del discípulo fue siempre fiel, demostradora de la capacidad de absorción de las enseñanzas recibidas y debida a la demanda de la clientela local, sometida todavía a un gusto devocional y tradicional, que requería la repetición reiterada de los cánones salzillescos. Pero al mismo tiempo fue una mirada que supo ir más allá, al demostrar una capacidad creativa que no ha sido valorada en su justa medida.
No es de extrañar el otro apelativo presente en el título de la exposición, discípulo. Siempre se consideró a Roque López como discípulo distinguido, el más ferviente y reconocido. Baquero Almansa, acaso uno de sus primeros biógrafos, dijo de él que era “el discípulo predilecto y más aventajado de Salzillo, el continuador de su escuela” (1881 y 1913); Fuentes y Ponte lo calificó como “discípulo aventajado” (1880-1884) y Eulogio Saavedra dijo de él que era el “discípulo predilecto del inmortal Salzillo”. Ya en el siglo XX Espín Rael (1914) dijo que Roque López era “discípulo de Salzillo, seguramente el primero entre ellos” y José Sánchez Moreno le dedicó un capítulo dentro de su tesis doctoral sobre Francisco Salzillo bajo el epígrafe de “el mejor discípulo”. Conviene reseñar, sin embargo, que las investigaciones del profesor no fomentaron precisamente una valoración positiva de la obra de Roque López. Cuando en 1949 se publicaron sus “notas previas” a los estudios editados por la Academia Alfonso X el Sabio, consideraba al escultor “al margen” de la imaginación y la fuerza creadora del maestro, “sin jugo genial ni intención de trasponer los simples límites de lo puramente expresivo”. Más adelante lo tildaba de poco valiente para ir más allá, con la “rarísima” excepción de pequeñas figuras: representaciones del Niño Jesús, pastorcillos, imágenes de urna, crucifijos de celebración.
Publicaciones posteriores han ido situando al escultor en un lugar más apropiado, como ocurrirá con el que se editará antes de la conclusión del año 2011, bajo la coordinación del profesor Cristóbal Belda, con los estudios de Fernández Sánchez, Muñoz Clares y el profesor Pérez Sánchez y que en breve presentaremos en el Museo Salzillo. La contemplación de las obras aquí reunidas, especialmente algunas de las que casi toda la historiografía ha estado de acuerdo en alabar, como la Santa Cecilia de las monjas agustinas, la Encarnación de La Raya o los episodios de la Guardia Herodiana y la Matanza de los Inocentes del Belén de Salzillo, demuestran la capacidad del escultor de la Era Alta. Una mirada fiel a la vez que creadora, prolija y propia. Una mirada que sería injusto de seguir calificando como sumisa o amanerada.
Las obras seleccionadas para la exposición recogen las de gran formato, de temas pasionarios, hagiográficos y marianos. La infancia está presente en los dos Niños de Pasión, tanto el de las Claras, ya expuesto en otras ocasiones (Huellas, 2002), como el más desconocido de la parroquia de la Era Alta, y que teníamos gran interés en mostrar aquí, como homenaje al lugar de origen del escultor. El de Santa Clara, expuesto sin su urna, porta la cruz, corona de espinas y tira de la cuerda que sujeta a un pequeño cordero. Es una prefiguración de la Pasión, como ocurre con los niños del grupo de la Matanza de los Inocentes en el Belén de Salzillo.
También el tema infantil se recoge en los dos angelitos de la custodia de San Antolín, en los que Roque López demuestra su buen hacer y sensibilidad en el tratamiento de los temas infantiles, como siempre ha quedado resaltado en los estudios a él dedicados, o en los angelitos, como dos de los cuatro que la hermana de Salzillo encargó al escultor en 1793 junto con una Dolorosa, para la iglesia de San Juan, y que ella pidió que fueran como los de la de Jesús. Frente a los de la custodia de San Antolín, estos están repintados y barnizados de forma inadecuada, pero en ellos se percibe el buen modelado y un tratamiento compositivo similar a los angelitos de la Dolorosa de Jesús, con sus rostros compungidos que inspiran ternura y compasión en el espectador.
Los grupos seleccionados del Belén de Salzillo, de la mano de Roque López, están compuestos por algunos de los soldados de la Guardia Herodiana, realizados en torno a 1798, plenos de elegancia, con cuidadas y variadas posturas y expresivos rostros tomados, sin duda alguna, del natural. El grupo de la Matanza de los Inocentes es una de las obras cumbres del escultor, como puede comprobarse en la madre que sostiene en sus rodillas el niño degollado, una suerte de pequeña, expresiva y delicada Piedad, o aquella que muerde el brazo del soldado. Son temas que como los niños antes comentados, prefiguran la Pasión de Cristo. La delicadeza de los modelados de las figuras, la elegancia y los detalles decorativos presentes en los atuendos de las madres, el naturalismo y la expresividad de los rostros o cuidada composición, son buena prueba de por qué este conjunto es una de las obras maestras no sólo de Roque López sino del arte rococó español.
La Dolorosa, tema muy requerido al escultor (se contabilizan hasta casi un total cincuenta en su Memoria de hechuras), no podía dejar de estar presente. Se muestra aquí una de sus obras más reconocidas, la realizada para la Archicofradía de la Sangre de Murcia, de rostro muy similar a la del Paso del Cristo del Perdón, originalmente realizada de vestir y para la iglesia de San Andrés, o de la misma Dolorosa de San Juan. Dolorosas de bello y expresivo gesto, de grandes ojos dirigidos hacia el cielo, siguiendo el modelo de Salzillo.
El tema mariano viene a quedar completado con la Inmaculada realizada para el convento de San Diego, hoy en la parroquial de San Andrés. Está inspirada en la Inmaculada de Salzillo para los franciscanos y que en la actualidad podemos estudiar a través de la reproducción de una antigua fotografía en la sección de “Obra desaparecida” del Museo Salzillo. Según Sánchez Moreno Roque López se basó en el modelo en barro de los Marqueses de Ordoño, y le reconoció a la imagen ser “de lo mejor que nos ha quedado en la producción del artista” (1949).
La Encarnación de La Raya, de 1798, con cierto parecido compositivo al desaparecido San Onofre de Alguazas, y al grupo de la Anunciación del Belén de Salzillo, es una de sus obras más acertadas, aunque siempre se ha vinculado, con razón, al grupo de la Anunciación de la catedral de Murcia de Jerónimo Quijano (1529). Al igual que Santa Cecilia, es una de sus creaciones más vistosas, con las ricas estofas de sus atuendos, muy al modo rococó. Su composición frontal ha de entenderse por el lugar al que grupo debía de ir destinado, en el centro de un camarín. El ángel, como ocurría con el de San Onofre, es delicado y sutil; la Virgen, al igual que el santo eremita, se muestra reverente.
El grupo de La Conversión de la Samaritana da cumplida cuenta de los grupos procesionales encargados a Roque López. Realizado en 1799 para la Archicofradía de La Sangre, estuvo vinculado al gremio de panaderos y costó 1.200 reales. Compuesto por las dos figuras de vestir, la de Cristo y la Samaritana, y presente el modelo ya en el paso realizado por el propio Salzillo para Cartagena (1773), debió tener una excelente acogida, dado que hubo de repetirlo para Lorca y Mula pocos años después (1801 y 1808 respectivamente). Por aquellos tiempos Roque López había realizado otros grupos pasionarios, como el de Cristo azotado ante la columna para Huercal-Overa (1788) y el Prendimiento para Tobarra (1804). El tema hagiográfico se materializa a través de la reconocida Santa Cecilia para la cofradía de músicos procedente del convento de agustinas de Murcia, realizada el año de la muerte de Salzillo, a través del logrado San Miguel de la sacristía de la homónima iglesia parroquial de Murcia y de la imagen de oratorio de San Joaquín con la virgen en brazos, del Museo Salzillo, tradicionalmente atribuida al escultor de la Era Alta.
De la parroquia de San Miguel de Murcia, donde también se encuentra el denominado Nazareno del Bailío, adscrito a Roque López, se ha escogido la escultura de San Miguel de la sacristía. Es una escultura de cuidado y acertado modelado, con un Arcángel de difícil equilibrio que pisa la figura grotesca y monstruosa de un demonio.
Nos dejamos para el final la que, junto a los grupos del Belén, se muestra como obra cumbre tanto del artista como de la misma exposición, Santa Cecilia. Su elegancia rococó siempre ha quedado puesta de manifiesto por los especialistas, presente en la misma caja del órgano, cuidadosamente ornamentado, en la postura movida de la santa, con ricas policromías y estofados, en sus ropajes exóticos, como la capelina de armiño, o los lazos de las mangas abullonadas. Los profesores Belda y Hernández Albaladejo la vincularon con una obra del escultor francés Charles Hoyau del siglo XVII, con la que tiene muchas coincidencias formales y que debió conocerse a través del grabado. La mirada está como extasiada por la música, dirigiéndose a algún punto lejano, como buscando algo más allá.
En Santa Cecilia se materializa esa mirada del discípulo de la que hablábamos más arriba y que da título a la exposición. Una mirada que nunca debió querer ser sumisa y que en todo caso iba buscando la creatividad, la interiorización propia y personal de unos cánones heredados, así como ese mismo reconocimiento que durante mucho tiempo se le ha ido resistiendo al discípulo de aquel gran escultor del siglo XVIII que fue Francisco Salzillo.
María Teresa Marín Torres
Directora del Museo Salzillo