Siguiendo nuestro derrotero costero por el litoral murciano, abandonamos la extensa playa de Bolnuevo y doblamos la punta de la Cueva de los Lobos que la enmarca por Poniente, navegando ahora por las costas de esta zona de Bolnuevo donde la Sierra de las Moreras se precipita directamente al mar con acantilados salpicados de playas de arena fina.
Tras este idílico paisaje que atesora las gredas, formas montañosas retorcidas por la erosión, tan características de la zona y a pie de playa, arribamos a tierras del municipio de Lorca, Cañada Gallego y las playas de Calnegre, extensa llanura abierta al Mediterráneo, plagada de cultivos y que aún se mantiene virgen en cuanto al asentamiento humano y sin casi estudios arqueológicos, extendiéndose hasta la Punta de Calnegre.
A partir de aquí entramos en las aguas del Municipio de Águilas, navegando paralelos a la Sierra de Cabo Cope que divide en dos esta extensa llanura en la zona de Calnegre, conformando todos juntos el PARQUE NATURAL DE CABO COPE Y PUNTAS DE CALNEGRE, espacio natural con 17 km de costa virgen en peligro actualmente por el proyecto urbanístico de Marina de Cope.
Justo antes de esta segunda llanura litoral tenemos Cala Blanca, pequeña bahía natural enmarcada por la sierra y en cuyos acantilados arcillosos erosionados (como las gredas de Bolnuevo) se observan cuevas gemelas de pescadores ya abandonadas excavadas en su fachada.
Más adelante aparecen, según Pinedo y sobre los escritos de Palacios, materiales arqueológicos expoliados hace décadas en el paraje costero de El Puertecillo, con acceso desde tierra por zona acantilada.
Nos aproximamos ahora a las cercanías de Cabo Cope, que por este lado del mismo presenta la Torre de Cope del siglo XVI y restos de muralla del siglo XVIII sobre la sierra prelitoral, vigía y testigo mudo de las incursiones piráticas que a partir de la Reconquista azotan todo el litoral del Sureste impidiendo su desarrollo y poblamiento hasta bien entrado el siglo XVIII.
Muy cerca se conservan los restos más antiguos del Municipio, la Cueva C6, situada en la ladera más abrupta y a merced de los temporales de Levante del macizo del Cabo, inundada hace miles de años y donde aparecieron restos cerámicos de adscripción al Neolítico Tardío, casi al inicio de la Edad de los Metales, sobre el 3000 a.C. (San Nicolás, Martínez).
Guarda similitud con otras cuevas y lugares a pie de agua o bajo la misma en las costas cartegeneras y mazarroneras desde Las Amoladeras y el Mar Menor hasta Cabo Cope pasando por Cartagena y Los Tollos, en Mazarrón. La forma común de poblamiento en este período, cuevas y abrigos junto a zonas productivas y de abundante caza y recolección que acabaron inundadas al paso de los milenios y arrasadas por posteriores explotaciones del lugar.
Al otro lado del Cabo descubrimos Calabardina, una playa a los pies de la Sierra a salvo de los temporales de levante aunque abierta a los vientos del Suroeste (Lebeche) que hoy en día acoge un pequeño y singular pueblo sobre la llanura litoral que conforma, ocupado por pescadores a partir del siglo XIX con una importante industria de almadraba y buen fondeadero.
Según Palacios Morales (Pinedo), es conocido el continuo expolio al que ha sido sometida la zona que otrora arrojaba restos anfóricos de origen púnico y de todas las épocas de la dominación romana, ya que configura un buen lugar de fondeo y embarque para productos pesqueros o extracciones mineras de la sierra.
Playa natural de arena fina con acceso por pista sin asfaltar desde la sierra donde según Palacios Morales, en 1982, se han ido produciendo recuperaciones ilegales de materiales arqueológicos durante décadas, adscribibles a las épocas que hemos visto.
Navegando hacia el Este de Calabardina, pasamos de nuevo por una zona dominada por la Sierra que llega al mar acantilada y formando pequeñas calas de arena alcanzando, a unas dos millas, la bahía del Puerto del Hornillo, enmarcada por la Isla del Fraile (casi unida a costa por la Punta del Cigarro al Cabezo del Cambrón) al Este y el Monte de la Aguilica al Suroeste.
De Este a Oeste se suceden la Playa de El Fraile, la Playa Amarilla la de El Hornillo y la de Los Cocedores del Hornillo. En la primera fueron encontrados restos relacionados con la isla del mismo nombre y que seguidamente veremos. Entre Playa Amarilla y Playa de El Hornillo encontramos el embarcadero de mineral, puente de hierro sobre el mar con conexión por ferrocarril similar al “Cable Inglés” del puerto de Almería, construido a fines del siglo XIX por empresas de explotación de aguas de esa nacionalidad que operaban en toda España licenciadas por la Corona.
Estas calas están abiertas a los vientos de levante aunque atenuados por la Isla del Fraile del otro extremo de la bahía. En la zona se han construido astilleros, piscifactoría, embarcadero, industria minera… lo que unido a los continuados expolios y a los fondos de posidonia, arroja una pobre recuperación y estudio de materiales arqueológicos, aunque hay noticias de abundantes restos de cronología púnica y romana recogidos por personas anónimas durante décadas. Así como restos de ánfora vinaria tardo-republicana Dressel 1B.
Retomamos ahora el extremo oriental de la Bahía del Hornillo, donde se encuentra, a pocos metros de la Punta del Cigarro (a los pies del Cabezo del Cambrón) y separada por un espigón rocoso, la Isla del Fraile, justo frente al extremo sur de la playa del mismo nombre y en la que se conservan restos de piletas para salazones de época romana y zonas arcillosas utilizadas como cantera en la misma época.
La isla presenta un plano casi vertical y erosionado por su cara Sureste y un pequeño embarcadero en la ladera de su lado Norte, a cubierto de los Levantes. En ella se dan construcciones contemporáneas abandonados que han dejado poco espacio para el estudio en épocas pretéritas, aunque en MNAS “ARQVA” se almacenan (donaciones) ánforas Dressel 1 y fragmentos de ánforas romanas tardías entre materiales medievales, modernos y contemporáneos. Se sabe que se manufacturaba el garum (salsa de pescado muy apreciada en el Imperio).
En el espigón que forma la Punta del Cigarro, bajo el Cabezo del Cambrón, y que sirve de unión a la citada isla con el cabezo, se han detectado fragmentos de cerámica africana tardo-romana y restos anfóricos entre las rocas y las algas de posidonia. Restos que hay que poner en relación con la necrópolis tardo-romana de los siglos IV y V d.C. documentada en la citada cima (Palacios Morales).
Según las prospecciones llevadas a cabo en Águilas durante 1992 por un equipo del CNIAS (Arellano, Gómez, Miñano, Pinedo) y que no arrojó muchos resultados debido sobre todo al gran expolio que ha venido sufriendo toda la Bahía.
En la misma bocana de la Bahía del Hornillo (Pinedo) aparecieron, tras un tiempo siendo expoliados, los restos de un mercante romano excavado de urgencia por Julio Mas y el equipo del Patronato de Excavaciones Arqueológicas Submarinas de la Provincia Marítima de Cartagena, rescatando varios lingotes de plomo estampillados y ánforas vinarias Dressel 1 del período republicano romano. Materiales estudiados por Claude Doumergue, arqueólogo francés especialista en minería de la antigüedad del Sureste español desde los años 60 del siglo XX.
En 1992, otro equipo del CNIAS (Arellano, Gómez, Miñano, Pinedo), volvió a prospectar la zona (y todo el litoral aguileño), documentando restos de madera del casco de la nave que aún yacían enterrados bajo el lecho marino además de restos de cerámica y ánforas de la citada época.
Salimos de la Bahía del Hornillo y bordeamos hacia el Oeste por el Monte de la Aguilica para entrar en la contigua rada del Puerto de Águilas, la Bahía principal que da acceso al centro de la ciudad y los principales vestigios en tierra de los diferentes pueblos y culturas que la han habitado.
Por su lado Este, la bahía es enmarcada y protegida de los vientos de Levante por el Monte de la Aguilica y la punta del Pico del Águila que lo proyecta hacia el mar. A continuación se forma la excelente playa de arena de Las Delicias, alrededor de la desembocadura de la Rambla de las Culebras, lugar bastante propicio para el fondeo de embarcaciones y su acceso al interior por la rambla en época antigua.
Como así queda atestiguado en las prospecciones de 1992 (Arellano, Gómez, Miñano, Pinedo), apareciendo materiales sueltos de diferentes épocas, desde restos anfóricos tardo-romanos relacionados con la manufactura de salazones hasta cerámica moderna de los tiempos de fundación de la actual ciudad en el siglo XVIII, pasando por restos medievales islámicos.
Enclavado en la mejor de las bahías de esta costa, la más protegida del Levante y con acceso directo a la llanura donde se asienta el núcleo urbano actual. Por el Este la delimita el Monte y Pico de la Aguilica y por el Oeste el macizo en cuya cima se erige en el siglo XVIII (sobre una torre vigía del siglo XVI y una anterior construcción islámica) el Castillo de San Juan de las Águilas.
Este monte del Castillo junto al Monte de la Aguilica y la Isla del Fraile, conforman una cadena de promontorios costeros ahora unidos por restingas con tierra pero que en la antigüedad hay que entenderlos como islas exentas situadas frente a una costa de laderas de sierras repletas de recursos agropecuarios, minería y ramblas aluviales conectadas con valles fluviales interiores (Guadalentín).
Vemos, de nuevo, al igual que en Mazarrón, un área típica de ocupación, explotación y colonización fenicia, islas que protegen de los vientos, promontorios vigía para controlar el tráfico marítimo de la ruta y posibles incursiones bélicas situadas frente a tierras de abundantes recursos.
Serán estas ramblas: Las Culebras, El Charco… (al igual que la de Las Moreras de Mazarrón entre otras), las que han dibujado el perfil costero actual por acumulación de los materiales geológicos que llegan en riadas y aluviones al mar en sus desembocaduras y a lo largo de miles de años.
La actual ciudad de Águilas ya había sido visitada y explotada en época fenicia (sin casi constatación arqueológica) y púnica a partir del siglo IV a.C., al igual que toda la costa murciana hasta San Pedro del Pinatar en busca de estos recursos.
Ya en época romana, a partir de la conquista de Carthago-Nova en 209 a.C., todo el litoral murciano acaba relacionado con este importante enclave portuario de las rutas comerciales republicanas y posteriores imperiales a partir del cambio de Era.
En un primer momento receptores de producciones vinarias itálicas y suministradores de recursos minerales (plata, plomo…) para, a partir de la consolidación imperial en Roma, comenzar a ser suministradores de vino (de la bética), minerales y metales, recursos agropecuarios y las producciones de salazón (a partir de la pesca local de la caballa (scombrus), sardinas, atún, boquerones…), pescado en conserva y salsas elaboradas a partir de sus vísceras (garum) que requieren de un avanzado proceso industrial.
Estos diferentes períodos quedan constatados con los descubrimientos arqueológicos en tierra. Restos arquitectónicos de dos edificios termales al inicio de la época imperial, uno de ellos reutilizado a partir del siglo IV d.C. provechando sus espacios y la zona de calderas para instalar hornos cerámicos de ánforas (spatheion) de producción local para la exportación de las salsas garum y las salazones, además de para la producción de estos productos, reconvirtiendo todo el área en una zona industrial.
Desde los años 60 se producen diferentes dragados incontrolados de los que nos llegan restos imperiales de cerámica de mesa Terra Sigillata Hispánica y anfóricos del fin del Imperio que constatan las fases de explotación. En las prospecciones de 1992 aparecen más fragmentos del mismo período y de épocas medieval, moderna y contemporánea que denotan su continua ocupación como puerto y fondeadero.
A la salida de la bahía, cerca del monte del Castillo del siglo XVIII que la vigila y defiende, fueron descargados (Pinedo) los sedimentos dragados en el interior del puerto, creando un área arqueológica artificial pero de la que conocemos su procedencia portuaria y que abarcan las distintas épocas citadas, con ánforas Dressel 2-4, ánfora vinaria itálica en el cambio de Era, fines de la República e inicios del Imperio.
Abandonamos la bahía del puerto de Águilas y dejamos atrás la urbana Playa de Poniente y la gran superficie colmatada de la desembocadura de la Rambla del Charco para acceder al resto de fachada marítima del municipio, esta vez acantilado y salpicado de playas de arena.
A unas dos millas náuticas del Castillo de San Juan de las Águilas arribamos a Calarreona, playa de arena fina con orientación Sur, perfectamente a cubierto de los temporales de levante, en la que ya en los años 80 (Palacios Morales) hace referencia a recuperaciones anónimas de materiales arqueológicos relacionados con el período tardo-romano (Pinedo).
Enclavada entre el paraje de acantilados bajos de las “Cuatro Calas”, se encuentra totalmente expuesta a los vientos de Levante y al igual que en Calarreona se documentan recuperaciones de materiales arqueológicos (Palacios) ya antes de los años 80.
En 1995 (Pinedo) aparecieron en la playa restos de una embarcación moderna de los cocedores de esparto con base en estas calas.
Esta última cala marca el límite provincial con Almería, perfectamente a cubierto del Levante y en cuya fachada marítima acantilada de formación arenisca aparecen aún visitables las cuevas de los cocedores de esparto y pescadores de la zona que realizaron las mismas labores durante siglos y desde época romana.
Otra de las industrias imperiales romanas que se potencian en la zona paralelamente a la pesca, las salazones, salsas de pescado, minería y explotación agropecuaria es la de las manufacturas del esparto, fibras obtenidas de plantas silvestres que se da en todo el litoral desde Carthago Nova y en general en las zonas de clima estepario.
Con ellas, previa recolección y tratamiento mediante cocción se tejen todo tipo de enseres como espuertas, cestos, cuerdas trenzadas, sandalias, sillas, techumbres, amalgama de morteros… muy útil y codiciado en todo el Imperio.
Las evidencias arqueológicas subacuáticas de momento son escasas y se circunscriben a noticias de recuperaciones expoliadoras sin determinar.
José Rodríguez Iborra