El arte pictórico posterior al Barroco estaría muy ligado a los cambios de tendencias estéticas y principios planteados por el Neoclasicismo. En Murcia estos cambios tardarían en verse traducidos en la pintura y se unirían pronto a los planteamientos románticos, pero sería especialmente significativo el trabajo de algunos pintores.
La Sociedad Económica de Amigos del País tuvo un especial protagonismo en la historia del arte murciano durante la centuria del XIX, becando y apoyando a artistas locales que mostraban especiales cualidades en su desarrollo como artistas. De entre los nombres más destacados patrocinados por la Sociedad se encuentra el de Rafael Tejeo, caravaqueño nacido en 1798 que empezaría con las clases de pintura de Baglietto en Murcia, se graduaría en Madrid en 1818 y volvería de Roma en 1827 para residir en la corte de Madrid durante una larga temporada.
La habilidad técnica de Tejeo favorecería su inmersión en el mundo de la retratística, y siendo el retrato algo muy demandado en la ascendente burguesía del momento, su éxito en esta disciplina no tardaría en convertirlo en un pintor de referencia.
Entre las obras de Tejeo destacan algunos cuadros de clara tendencia neoclásica, con la escenificación de escenas mitológicas o bíblicas, como en La curación de Tobías o los dedicados a escenas de la Guerra de Troya u otros episodios homéricos. Se trata de obras que siguen las tendencias del neoclasicismo europeo que ve en los historicismos y la mitología los argumentos ideales para la recreación de una pintura que traduce los débitos clásicos en los paisajes y arquitecturas de los restos arqueológicos. Algunas de estas obras fueron realizadas en Roma y muchas de ellas serían enviadas a la Academia de San Fernando.
Pero el valor primordial de la obra de Tejeo está en el retrato, con obras de la calidad del retrato de Juan Antonio Ponzoa o su propia hija Ángela. El retrato de Tejeo oscila entre los retratos de cierto aparato, con fondos de paisaje o interiores, y los retratos de fondo neutro.
Otro pintor de renombre es Domingo Valdivieso Henarejos, mazarronero que llegó a Madrid en 1848 para trabajar en la Administración y acudió a la Academia de San Fernando con intenciones puramente ociosas. Su querencia por la pintura y sus buenas aptitudes le hicieron dedicarse a este arte de manera total a partir de 1853 con 23 años, siendo sus trabajos en la litografía sus primeras obras importantes. Pensionado en Roma y París, pintó obras que le merecerían medallas en exposiciones y un puesto de profesor en la Academia de San Fernando.
La obra de Valdivieso, con ejemplos tan populares como el Cristo yacente y la Magdalena penitente, se encuadra en un romanticismo donde la neutralidad de unos fondos oscuros que resaltan la luminosidad de los primeros planos crea una atmósfera alejada de los tipos neoclásicos. De Valdivieso, además de la utilización de la luz, destaca la utilización precisa del dibujo.
Otro pintor de época isabelina, poco conocido por la brevedad de su vida y obra pero con una calle dedicada en Murcia, es Luis Ruipérez Bolt. Pintor de gran técnica dedicado sobre todo a las obras historicistas románticas de clara influencia francesa. Entre sus obras se distinguen incluso pasajes de obras shakesperianas, no en vano Bolt tuvo un cliente inglés fijo para quien trabajaría hasta el final de su prematura muerte en 1857, con 24 años de edad.
Germán Hernández Amores es quizá uno de los pintores del período isabelino más conocido ya que su obra tuvo un eco importante fuera de Murcia. Hernández Amores fue un pintor que asumió las vanguardias con las que tuvo contacto en Roma y París; su pintura pasa por varios estadíos, recorriendo el neoclasicismo, el romanticismo y los conceptos de los pintores nazarenos y prerrafaelitas. Es quizá el contacto con los nazarenos lo que más impulsa la obra de Amores, con cuadros significativos como La barca (o Viaje de la Virgen y San Juan a Éfeso) o La Magdalena a la puerta del sepulcro.
Amores mantuvo una línea muy cercana a la de otros colegas del momento, con temas mitológicos que le valieron más de un premio y algún cuadro de temática bíblica. Su interés por la pintura nazarena lo convierte en casi un pintor único en España por este adelanto del prerafaelismo, con especial cuidado en el dibujo, los colores brillantes y una suerte de ingenuidad que fue muy popular en la pintura moderna previa a las vanguardias cercanas al XX.
Sacra Cantero Mancebo