La escultura de la antigua Roma tuvo una evolución en su tipología y técnicas a lo largo de los siglos. La maestría anónima de muchos de sus autores en talleres itálicos o incluso orientales, es paralela a las facturas locales de menor calidad estilística. De los planos sencillos y tallas toscas podemos llegar al refinamiento del trépano de las esculturas del siglo III, de la repetición de modelos podemos pasar a la singularidad e individualización de rostros concretos. Mármoles y piedras calizas serían los soportes más utilizados y, lejos de la pulcritud de los blancos y ócres pétreos, debemos hacer un esfuerzo por imaginar que, en muchas ocasiones, las esculturas recibían imprimaciones y colores en su acabado.
En Murcia hay ejemplos interesantes de la escultura romana, algunos con paralelismos muy relevantes en museos extranjeros, siendo la mayor parte de lo encontrado de entre los siglos I y III de nuestra era. En el caso de la escultura es nuevamente Carthago la que nos ha dejado los ejemplos más significativos.
Las esculturas de bulto redondo halladas, aunque escasas, nos permiten ver la evolución de las características del arte romano. Si bien el patrón e inspiración romana es siempre el arte griego, Roma tiende con el tiempo a crear su propia iconografía. Pero además del arte griego las iconografías locales, los modelos mitológicos de los pueblos conquistados llegaban a filtrarse en la estética traída desde Italia. Este es el caso de tres pequeños tesoros escultóricos romanos hallados en Murcia, los conocidos como Genios de Mazarrón. Se trata de unas esculturas del siglo I d. C., dos togadas y una figura femenina sentada y conocida como Madre Tierra, cinceladas en arenisca y cuarcita, sin duda policromadas, que nos muestran tanto la iconografía de la renovación de las artes visuales de Augusto (figuras togadas) como, en el caso de la Matri Terrae, una iconografía que nos recuerda a las antiguas divinidades ibéricas.
Estas esculturas fueron consagradas quizá por el dueño de una sociedad minera para solicitar, por un lado, el favor de la madre tierra y por otro de los genios tutelares del lugar. Estas figuras están lejos de las grandes obras del arte romano, de portes helénicos y técnica impecable, pero no por ello son menos representativas de la escultura romana, siempre permeable a planteamientos locales y artistas oriundos de sus colonias y provincias.
De esta sencillez de formas pasamos a estilos más helénicos. Una obra como la Peplophora, una figura femenina esculpida en mármol giallo tunecino visiblemente veteado, formaría parte de las iconografías típicamente griegas y casi arcaicas, basadas en los modelos de las korai con la típica vestimenta del peplos. Este tipo de arcaísmo, de líneas rectas y ausencia de movimientos definidos o pliegues, formaría parte de la iconografía del comienzo de la renovación del saeculum Augustum. Esta obra, privada, formaría parte seguramente del patrimonio de alguna de las adineradas familias de Carthago.
Frente a la austeridad de la joven con peplos tenemos un modelo más propio del tardorepublicanismo o, en todo caso, propio de la colección de copias griegas que tanto abundaban por el imperio: el joven con clámide. No es que los desnudos fueran desterrados de la iconografía augustea, pero sabemos que la renovación del emperador Octavio optó más por modelos togados y militares en caso de tratarse de personajes relevantes. Este joven desnudo, solo cubierto con una clámide, podría haber formado parte de la iconografía expuesta del foro, la falta de precisión en la escultura en su parte trasera hace pensar en que su visión solo sería frontal y podría estar expuesta en un nicho.
Otra obra, el conocido como togado capite velato nos recuerda el interés de la renovación estética de Octavio Augusto. Aunque no se ha conservado la cabeza y no se puede atribuir definitivamente la figura a Augusto, ya que podría ser también Tiberio. La figura velada, con parte de la toga cubriendo la cabeza, pertenece a la iconografía del emperador como Pontífice Máximo, representante principal de un paganismo que tendría en la imagen imperial a su máxima divinidad. Estamos ante un modelo de plena invención romana. La toga fue una prenda impuesta por el propio emperador Octavio, prenda incómoda, según algunas fuentes, pero que se convertiría en todo un uniforme de ciudadanía romana, ya que solo podían vestirla los hombres que poseyeran la ciudadanía.
Dentro de la escultura la retratística es quizá el ejemplo más representativo y singular de las artes visuales de la antigua Roma. Grecia había dedicado la escultura a las figuras idealizadas de dioses y semidioses, escultura muy apreciada por los romanos pudientes que encargaban copias de las grandes obras para decorar ámbitos públicos y privados. Pero el artista romano influenciado sin duda por el devenir de la sociedad, aportó el verismo al retrato, en algunos casos muy detallado, para complacer a sus clientes que, en muchas ocasiones, buscaban bien una manera de individualizarse y hacerse recordar o bien una forma de nueva expresión de trascendencia y culto. Teniendo en cuenta esta última idea podemos apreciar el retrato infantil hallado en Cartagena a mediados del siglo XIX. La cabeza de un niño, tocado con una corona, muestra unas facciones sensibles, de una técnica muy depurada, que podrían responder, no tanto al retrato real de algún infante en concreto como la necesidad de mantener el recuerdo de algún niño fallecido.
Sacra Cantero Mancebo