Las máximas constitutivas del cine, entendido este como arte y espectáculo son el interés por el viaje y la fascinación por lo novedoso. En ese sentido, en todos los lugares donde el invento de los Lumiere se presentaba, hubo especial interés por temas que recogían exóticos destinos, si bien exótico es un adjetivo relativo que debemos entender como diferentes y ajenos a la realidad cotidiana, no necesariamente a una distancia lejana.
El componente novedoso, como señalan algunos autores, se encuentra también en el redescubrimiento de la identidad y en ese “espejo para reconocer las experiencias y emociones propias que es el cine”.
Por su parte, el cine amateur murciano cumple con dicha norma, desde sus primeros inicios con la importación de modelos como la Pathé Baby de 9,5mm, un formato que sería rapidamente abandonado por el 8 mm el super-8 y raramente el 16 mm Ángel García, es un ejemplo de esta tradición temprana, cuando rueda sus recuerdos de viaje de Torrevieja (1929) y Madrid (1930).
Sin embargo, el movimiento de cine amateur al que nos referimos tiene un carácter distinto. Estos cineastas que se conocen así mismo como “cineístas” se agrupan con la intención de mejorar el nivel técnico y estético de sus películas. Además organizan certámenes y concursos, editan publicaciones de divulgación y exhiben sus obras en otros territorios, donde entran en competición con otros amateur nacionales e internacionales.
El teórico Torrella (1965) los define como una especie de “academia” para aquellos que no han podido adquirir una formación específica, pero además pueden destacarse otros valores independientes de la divulgación del cine como lenguaje.
En ese sentido, el cine amateur en Murcia supuso un movimiento cultural de creación artística popular, tan sólo por debajo del correspondiente movimiento catalán iniciado en los años 30, y que tendrá su manifestación hasta bien entrados los 80.
Si bien la etapa más brillante se da a partir de 1953 con la creación de la Asociación de Amigos de la Fotografía y el Cine Amateur (AFCA), cerrándose a finales de los 60. A los esfuerzos de sus miembros le debemos la creación de Una Aventura Vulgar (Antonio Crespo, 1953) así como de otras primeras obras de este movimiento que incluyen además una interesante realización en el panorama del cine de animación.
En la extensa filmografía del período, destacarían por su especial valor etnográfico, por cuanto describen usos y costumbres y se ambientan en ya desaparecidos paisajes, cintas como El Segura de Ramón Sierra (192?), Un Pueblo una Cruz (1957) de Antonio Puerto Quiles, Nocturno Huertano (1961) de Ángel García , La Jarapa (1962) de P. Sanz y Hombres en Rojo (1967) de Antonio Medina.