Se propone un recorrido de unos 3 km, que parte del caserío del Chícamo, hasta pasadas las casas de La Umbría. Este trayecto comienza en una zona amplia y poco encajada, cubierta de vegetación (palmeras, cañaverales, juncáceas, etc.), donde nace el río Chícamo. El nacimiento de este río está ligado a varios manantiales de poco caudal asociadas a los contactos de rocas permeables del cuaternario detrítico y las calizas y areniscas terciarias con los materiales impermeables subyacentes.
Es la salida natural de lo que los hidrogeólogos han denominado subsistema acuífero Chícamo, de 25 km2, perteneciente al sistema acuífero de Quibas de 243 km2.
Algo después, en las inmediaciones del Molino del Chícamo, afloran rocas triásicas de colores rojos, arcillas, areniscas silíceas, que explota una cantera, y también yesos y algunas carniolas y dolomías, conocidos en su conjunto como facies Keuper. Representan sedimentos continentales, de hace más de 200 Ma., depositados en grandes lagunas salobres, donde desembocaban ríos, que periódicamente eran invadidas por aguas marinas, bajo la acción de un clima árido y caluroso, algo parecido actualmente al Mar Muerto y al Golfo Pérsico.
Sobre los materiales triásicos, aguas abajo, encontramos conglomerados tortonienses (Mioceno superior). En ellos, se pueden observar cantos perforados por bivalvos litófagos (datiles de mar, Lithophaga sp.) y por esponjas (Clionia sp.), junto con valvas de ostras (Crassotrea sp.) y algunos balánidos (bellotas de mar), que nos marcan las líneas de costa de hace entre 10 y 7 Ma. Se trata como ya se ha comentado, de sedimentos continentales que los torrentes depositaban en el mar, formando pequeños abanicos deltaicos, como consecuencia de lluvias fuertes. En épocas de calma, sobre ellos sedimentaban arenas marinas de color amarillo o gris, en las que podemos observar algunos ripples y restos de bivalvos.
Continuando el trayecto alcanzamos el entorno más bello y conocido; una vasta formación conglomerática que está espectacularmente seccionada por el río, originando un estrecho desfiladero, de menos de dos metros de anchura y alturas próximas a los cuarenta metros en algunos tramos.
Todo ello salpicado de un cauce siempre con agua y con remansos que incitan al baño y la relajación. El incuestionable interés geomorfológico de este estrechamiento se ve complementado por otros muchos aspectos de interés geológico que a poco que el visitante se fije puede disfrutarlos.
Se aprecian los diferentes depósitos originados por las sucesivas tormentas. Se trata de lóbulos de brechas y conglomerados rojizos, que avanzan sobre los infrayacentes, a veces separados por sedimentos marinos arenosos, grises o amarillentos.
Pequeños parches arrecifales, que nos indican la existencia de un clima cálido. Sin embargo, en la zona no se llegaron a formar grandes edificios arrecifales, como ocurre en otros parajes próximos como en el Cortado de las Peñas (Fortuna), los de Comala y El Rellano (Molina de Segura), porque los frecuentes depósitos de conglomerados los sepultaban.
Además de lo anterior, durante el recorrido se pueden ver otros aspectos geológicos, como la existencia de fallas. Algunas de ellas han sido aprovechadas por el río Chícamo para excavar su cauce y son las responsables de que gire bruscamente, formando meandros de casi 90 grados.
También existen grandes pliegues muy abiertos, pequeñas surgencias de agua en las paredes de los conglomerados, donde se produce la precipitación de carbonatos y la formación de travertinos.
Tras cruzar el desfiladero, los rocas detríticas van disminuyendo su tamaño de grano y cambian a areniscas rojizas, con niveles ricos en restos vegetales oxidados o carbonizados, que representan las partes más distales del abanico deltaico y que progresivamente son sustituidos por margas marinas amarillentas o grises, que evocan un fondo marino fangoso. Cerca ya de la carretera que va hacia Macisvenda, sobre las margas marinas, podemos observar margas en tonos amarillentos - rojizos y areniscas, que representan sedimentos de antiguas marismas.
Por último, al ascender hacia la carretera que nos lleva a Abanilla, podemos imaginar como era el paisaje tropical de hace unos 10 Ma. La sierra de Abanilla al sur, que formaría una isla, la sierra del Cantón al norte y entre ambas, un brazo de mar, donde desembocaba el delta visitado y que formaba parte de la extensa cuenca marina de Fortuna.
En este mar, moderadamente profundo, se depositó gran cantidad de margas, que tras su emersión, fueron talladas profundamente por los procesos geológicos externos, dando el actual paisaje en cárcavas (badlands), típico de zonas semiáridas. Esta historia geológica es la responsable de que hoy podamos los seres vivos gozar de este oasis murciano.