Fundación Cajamurcia

     Toda exposición es una mirada al pasado. A través del argumento y de la naturaleza del espacio la historia despliega su mirada para que el espectador comprenda y comparta sus significados. En ese marco de comunicación directa, la obra de arte cumple una misión excepcional, pues a ella se confía la función mediadora entre una realidad lejana y un tiempo distinto desde cuya distancia lo observamos. Dialogar con los objetos y comprender la razón de su existencia exigía algo más que su bella presentación. La historia narrada no era una fría sucesión de acontecimientos dispuestos para el puro deleite visual, sino que su misma belleza proporcionaba certeras respuestas que rebasaban los límites propios de una simple ilustración para convertirse en la manifestación viva de una época recuperada a la que interrogamos con la esperanza de obtener una contestación satisfactoria. La obra de arte habla a quien le mira, responde a quien le interroga y en ese fingido coloquio de preguntas y miradas, el tiempo recobra su existencia, volviendo a encontrar una realidad perdida.

     De esta manera, los argumentos cobran forma bajo la apariencia real y efectiva de la creación artística como una noción intelectual de la perfección, según indicara Mengs. Ese entendimiento devuelve al presente remotas inquietudes adormecidas por el paso de los años. Es una forma de dar vida a lo que creíamos muerto y de recuperar lo olvidado. La mirada que habla es seguramente eso, el mensaje escondido de una exposición.



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