Los fondos de la Región disfrutan de una gran riqueza, variedad y originalidad de flora y fauna marinas debido a su situación geográfica, de ubicación mediterránea y entre el mar de Alborán y el mar Balear, y a la gran heterogeneidad paisajística y de hábitats que tienen.
Pero el anverso de la moneda es que nuestro litoral también comparte, como se ha visto en Problemática ambiental, la alarmante alteración de la biodiversidad marina que el hombre está produciendo desde hace décadas en la totalidad de mares y océanos.
Para el bienestar de la sociedad humana es tan necesario el buen funcionamiento de los mecanismos y estructuras de la Biosfera como los recursos que se obtienen de ella, pero dicho funcionamiento es palpable que se puede ver alterado por la actuación humana. Sólo teniendo claro esa interdependencia se podrá llegar a un equilibrio entre el uso de recursos y la no alteración del complejo entramado de procesos y estructuras en las que participan los mismos.
La plasmación de ese equilibrio debe conllevar una adecuada ordenación de los usos que permita su optimización, junto con una restricción de actividades en zonas determinadas para evitar situaciones extremas. La contradicción entre querer conservar y tener que explotar se ha de resolver mediante una valoración justa de ventajas e inconvenientes.
Pero llega un momento en que conservación y desarrollo son totalmente incompatibles, y la costa es un recurso especialmente limitado y sobre él confluyen muchos y diversos intereses (figura 1).
El insaciable y siempre creciente consumo de espacios naturales que la civilización del ocio conlleva, hace que las disposiciones legales actuales no puedan solucionar el problema. Habiéndose demostrado que ante un número excesivo de usuarios, aun cumpliéndose las restricciones que las leyes prevén para determinadas actividades, dichas restricciones resultan ineficaces. Como ejemplo podría tomarse el tema de la pesca submarina y cómo la normativa legal existente ha sido incapaz, ya por incumplimiento, ya por insuficiente, de preservar la riqueza piscícola necesaria para una práctica correcta del mismo deporte que debería regular.
El correcto equilibrio entre protección y libertades de los ciudadanos quizás se puede conseguir definiendo unos tramos de costa donde se reduzcan drásticamente los derechos de uso y explotación (figura 3), y respetando en el resto del litoral la libertad de iniciativas ya bajo el control de normativas existentes no tan restrictivas.
No se debe perder de vista que los ecosistemas o comunidades más evolucionados y maduros son también los más vulnerables (figura 2) y que, en general, el efecto de la contaminación es una pérdida drástica de la complejidad y de la diversidad específica de dichos ecosistemas y comunidades. Es por ello que hay que hacer todo lo posible para que perdure en el tiempo el alto valor ambiental que todavía conserva gran parte de nuestro litoral sumergido, valor que a su vez lo transforma en altamente frágil.
Juan Carlos Calvín