A finales del siglo XIX existían en Jumilla dos grandes núcleos que pugnaban por el gobierno local de la villa. Los conservadores que estaban liderados por Jacobo María Espinosa de los Monteros, Barón del Solar (cuñado de Antonio Cánovas del Castillo) y los fusionistas, cuyo mayor representante era Pedro Aznar. El último cuarto de siglo coincidió con una etapa de esplendor en la prensa local. Al amparo de la protección de la libertad de expresión que ofrecía la Ley Gullón de 1883 (más conocida como Ley de Policía de Imprenta) surgieron varias publicaciones en las que los jóvenes de la localidad mostraron sus inquietudes literarias, sus capacidades humorísticas, e incluso ejercieron una labor fiscalizadora sobre los munícipes de la villa.
La primera publicación periódica conocida que existió en Jumilla se editó en 1883 y se llamó La Semana Santa. Se denominaba “periódico destinado a la propaganda y fomento de las procesiones de Jumilla”. Se trata de la primera revista dedicada a la Semana Santa que se publicó en la provincia. Editó al menos tres números, aunque parece ser que no tuvo continuidad en años posteriores.
El Pandero
El 10 de agosto de 1884 apareció el primer número de El Pandero, el periódico más importante de cuantos se editaron en Jumilla antes del inicio de la Guerra Civil, tanto por la gran influencia social que ejerció, como por su longevidad, pues en 1893 (presumiblemente el año de su desaparición) era el periódico más antiguo de la provincia, exceptuando los editados en Murcia y en Cartagena. Se publicaba cuatro veces al mes, y aunque se denominaba “periódico humorístico", también abordó temas políticos (mostrando una gran oposición a los rectores del Ayuntamiento) y dio cabida a artículos literarios. En 1893 El Diario de Murcia afirmó que El Pandero era “el órgano de los republicanos de Jumilla y su comarca”.
Aunque El Pandero criticó a los sectores más conservadores de la población, también supo reconocer la labor de sus representantes políticos cuando, gracias a su mediación, se consiguió algún logro que ayudara al progreso de la localidad. El ejemplo más significativo se produjo en una cuestión de vital importancia para la economía local. El Ayuntamiento promovió expedientes para que la administración decretara la excepción de venta de los montes de Jumilla, pues se les quería considerar como “bienes nacionales”. La intervención de Eugenio María Espinosa de los Monteros (heredero del título de Barón del Solar desde 1891, tras la muerte de su padre) fue fundamental para que el asunto se resolviera de forma satisfactoria. El Pandero, en su número del 21 de diciembre de 1892, no tuvo reparos en agradecer la ayuda del Barón (cuyas ideas eran contrarias a las de los miembros de la redacción) afirmando que “regresó a la casa de la villa, donde le esperaba el pueblo para tributarle el más justo y el más entusiasta recibimiento que aquí se le ha prodigado a ningún hombre público”.
La Réplica
Entre los redactores y colaboradores de El Pandero se encontraban, entre otros, Gumersindo Jiménez Jiménez, médico que alternó su profesión con el cultivo de la pintura, el dibujo y la literatura romántica y que aprovechó las páginas del periódico para dar a conocer su obra literaria, Pedro Jiménez López, “Perico el de la Úrsula”, poeta de gran fecundidad, que combinó la poesía con el humor y que publicó varios libros, y Silvano Cutillas Guardiola, licenciado en medicina y cirugía, que ejerció de escritor e historiador, dejando para la posteridad algunas obras que tratan sobre la historia local. También participaron en la confección del periódico, Bartolomé Guillén, Pedro Molina, Pedro José Tomás y Casimiro Giménez, entre otros.
Los comentarios sarcásticos realizados por El Pandero sobre el modo en el que los políticos administraban los bienes municipales fueron la causa de que éstos patrocinaran la aparición de un nuevo periódico, La Réplica, una publicación quincenal que apareció en octubre de 1887. Tal y como indica su título el objetivo de este periódico era dar réplica a las críticas de El Pandero. Los debates entre ambas publicaciones se tradujeron en acaloradas polémicas, hasta el punto de que en algunas ocasiones el tono degeneró en críticas totalmente ajenas al asunto que se pretendía rebatir. La Réplica, que también mantuvo esporádicas polémicas con La Paz de Murcia, dejó de publicarse en los primeros meses de 1889.