La pesca, y con ella la obtención de alimentos del mar, es una actividad que el hombre ha realizado desde siempre. Pero no ha sido hasta hace relativamente pocos años que, por los medios técnicos empleados y por la mayor demanda de alimento existente, se ha transformado en una actividad que está poniendo al borde de la extinción a un importante número de especies.
La introducción de la redes de nylon, las importantes posibilidades de conservación que se han conseguido con la congelación casi inmediata de lo pescado, junto con las nuevas técnicas que se emplean hoy en día (grandes barcos factoría, potentísimos motores, ecosondas, sonar, GPS, pesca eléctrica, helicópteros, etc.), ha permitido llegar a cualquier rincón del planeta y aumentar muy considerablemente las toneladas de pesca obtenidas. Y es precisamente esta capacidad de extraer productos del mar lo que ha convertido al hombre en un verdadero peligro para el equilibrio natural del medio marino, debiendo controlarla y adaptarla a los ciclos naturales de las especies pescadas.
Toda población de organismos marinos es el resultado del equilibrio entre las bajas por mortalidad natural y la incorporación de nuevos individuos jóvenes por reproducción.
La pesca al actuar sobre una población aumenta la mortalidad, existiendo, por tanto, una mortalidad natural y otra producida por la pesca. Esta situación, si se mantiene dentro de unos límites, sólo induce a cambios en las edades de los individuos que componen dicha población, ya que los adultos de mayor talla, y por tanto los más viejos, son los que se pescan en un principio y su puesto es ocupado por juveniles que así encuentran alimento para sobrevivir y desarrollarse. Pero estos no podrán nunca alcanzar los mayores tamaños de la especie, ya que no se les dará tiempo para crecer y serán pescados antes. Es decir, el primer impacto de la pesca es un rejuvenecimiento de la población, al ser pescados sistemáticamente los individuos adultos de más edad y, por tanto, más grandes y fuertes, más experimentados y más fecundos. Esta última circunstancia hace que la capacidad reproductora de la especie también se resienta y se reduzca considerablemente, pero siendo todavía suficiente para perpetuar la especie.
Pero el efecto rejuvenecedor seguirá acrecentándose si la mortalidad por pesca sigue aumentando, reduciéndose cada vez más la capacidad reproductora de la población, pues llega un momento en que se están pescando individuos tan jóvenes y pequeños que no han podido ni reproducirse , y como consecuencia la población es cada vez más reducida (figura 1). Es decir, toda situación de pesca excesiva pone en peligro de extinción a la especie.
A este impacto de la pesca no reaccionan igual todas las especies. Las especies de peces pequeños pelágicos tienen una gran dependencia del medio en el que viven y presentan una gran mortalidad natural. Su estrategia de supervivencia consiste en una vida relativamente corta, una maduración sexual temprana y una producción de huevos muy elevada. Esto hace que sus poblaciones sean muy variables y si el impacto no ha mermado mucho a los reproductores, su recuperación será relativamente rápida. Por el contrario, las especies demersales, que viven en contacto con el fondo, son de vida larga y su mortandad natural no es elevada. Alcanzan la madurez sexual a los dos o tres años de vida y tienen una producción de huevos significativamente más reducida que las especies pelágicas. Su recuperación será lenta (figura 2).
Pero si lo comentado hasta ahora podríamos decir que es el impacto inherente a la pesca, los que se comentan a continuación no deberían serlo.
Muchos métodos de pesca actuales son poco o nada selectivos y capturan especies no objetivo o tamaños no deseados de especies objetivo. Este impacto es elevado en las artes de arrastre de fondo, que son poco selectivas y capturan cualquier organismo que se encuentre a su paso y no sea lo suficientemente rápido para apartarse, es decir, vegetales, invertebrados y peces bentónicos. Las redes de deriva son artes también muy impactantes por la alta captura accidental de especies no objetivo, habiendo sido ya prohibidas en muchos países. Los aparejos de anzuelo suelen ser muy selectivos, con la excepción del palangre de superficie para tunidos y pez espada, cuyo impacto en aves y tortugas marinas debe ser tenido en cuenta. Por el contrario, el cerco para pequeños pelágicos que forman cardúmenes y las artes de enmalle fijas al fondo son artes muy selectivas y que no generan prácticamente capturas accidentales.
El descarte es un hecho cotidiano en la pesca comercial de todo el mundo y el impacto que produce esta devolución al mar de entre el 20 y el 80% de lo pescado es muy importante. Esta mortalidad añadida, pues los organismos devueltos al mar están ya muertos o muy dañados para sobrevivir, no tiene ningún sentido (figura 3). Las artes de arrastre y de deriva son las que más descarte producen, mientras que las de arrastre pelágico y el cerco para pequeños pelágicos prácticamente no lo producen, por su parte, las artes de enmalle fijas y los aparejos de anzuelo estarían en una situación intermedia.
En el ecosistema marino, los impactos físicos más significativos son producidos por artes de pesca remolcados (arrastre de fondo y dragas). Este impacto depende del peso del arte, de la velocidad de arrastre, del tipo de fondo y de la fuerza de la corriente. Pero no todos los organismos afectados son igual de vulnerables, siendo las formaciones de fanerógamas, esponjas, gorgonias, corales o algas calcáreas las más impactadas. Los cambios drásticos que este impacto produce en las comunidades bentónicas se traduce antes o después en cambios importantes en los recursos pesqueros asociados (reducción de poblaciones, aumento de especies de fondos sedimentarios, etc.). Por su parte, los fondos sedimentarios ven modificada su granulometría hacia el enfangamiento y su endofauna se ve muy impactada.
Los mamíferos y las aves son depredadores apicales y su impacto en el ecosistema es semejante al de la pesca. Una reducción importante de recursos por sobrepesca de los mismos puede afectar negativamente a su tasa de supervivencia.
Las grandes cantidades de materia orgánica resultante del procesamiento de la pesca y de los descartes puede ocasionar cambios en la estructura y en la diversidad de especies de las comunidades marinas, al verse muy favorecidas las especies carroñeras y detritívoras.
Se ha podido comprobar que una parte importante de los descartes es aprovechado por las aves marinas, influyendo significativamente en la proliferación que han experimentado algunas especies (figura 4).
No se sabe casi nada de los efectos que estén produciendo en el fondo la llegada del material desechado o descartado que no consumen las aves.
Por último, habría que señalar la perdida o abandono de artes, aparejos y trampas que la pesca genera. Éstos seguirán pescando o atrapando organismos durante un cierto tiempo. Es lo que se conoce por pesca fantasma, no conociéndose a ciencia cierta la mortalidad que puede estar produciendo (figura 5).
La gravedad de la situación a la que estos impactos está conduciendo necesita de Administraciones mucho más diligentes a la hora de actualizar normativas y de hacerlas cumplir y de una mayor concienciación e implicación del sector pesquero que, con sus conocimientos de la profesión, deberían estar optando por opciones imaginativas, valientes y respetuosas con el medio, que son las que verdaderamente tienen futuro.
Juan Carlos Calvín