Las primeras tropas romanas llegaron a la Península Ibérica en el año 218 a.C. en el transcurso de la II Guerra Púnica, que les enfrentaba a los cartagineses. Pocos años después, en el 197 a.C., una vez derrotado Aníbal, Roma decide no abandonar el territorio e iniciar la colonización del mismo. La expansión de Roma trajo consigo la puesta en funcionamiento de rutas comerciales a lo largo y ancho del Mare Nostrum y la organización de unas redes comerciales, que se mantendrían en funcionamiento hasta el siglo VIII de nuestra era. La conquista peninsular por parte de Roma trajo consigo la urbanización del territorio o, lo que es lo mismo, la formación de ciudades donde la población hisponorromana disfruta de unos avances económicos y sociales desconocidos hasta entonces. En líneas generales, la vida en los municipios romanos durante el período tardorrepublicano estuvo representada por órganos a semejanza de la curia romana y estuvo mediatizada por los terratenientes, junto con otros cargos representativos, como los aediles, cuestores, recaudadores, escribas...

  El establecimiento del Imperio en Roma a partir del año 31 a. C. supuso  la implantación definitiva de la pax romana en la Península. Fue a partir del siglo I de nuestra era cuando Begastri se transforma en una ciudad clásica dotada de templos y edificaciones públicas, que se ajustan a los cánones y a la estética de la metrópoli. La ciudad crece durante esos años hasta disponer posiblemente de foro, anfiteatro y templos, santuarios, gimnasios y termas. La llegada del Bajo Imperio no modificó el sistema de administración municipal vigente. La intromisión de la administración imperial debió consistir únicamente en la exigencia de nuevos tributos. Los curiales han de ingeniárselas para no salir derrotados de las cargas que se les imponen, el aparato administrativo municipal funciona de modo similar a como lo hacía durante el Alto Imperio.

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