El carácter árido de la Región de Murcia, con elevadas temperaturas e intensa radiación solar, precipitaciones escasas y de carácter torrencial, etc. ha determinado que a lo largo de los milenios, los diferentes pobladores seleccionaran cuidadosamente sus asentamientos, generalmente próximos a cursos de agua. La utilización de este agua, siempre escasa, ha hecho posible el desarrollo de una agricultura, que constituye en la actualidad la base más sólida de la economía regional.
El eje principal del desarrollo agrícola ha sido el río Segura, por ser el único cauce con agua permanente, el que ha permitido la creación de una vega fructífera. No obstante, otros afluentes del Segura han contribuido también al aprovechamiento agrícola, así como el uso durante siglos de ramblas y vaguadas, fuentes, aguas subterráneas, etc.
En la región de Murcia pueden diferenciarse dos tipos de tierras actualmente en regadío. Las vegas y huertas tradicionales, en cultivo desde hace cientos de años, y las áreas de regadío transformadas durante este siglo y las últimas décadas del pasado, gracias a la aparición de medios tecnológicos más eficaces para la roturación de montes, así como para la extracción, elevación y transporte de aguas. En la actualidad la Región de Murcia es la tercera comunidad autónoma con mayor superficie agraria dedicada al regadío, con un 37,1%, según datos del Instituto Nacional de Estadística.
Los regadíos más antiguos se ubican en aquellas áreas cuyas condiciones territoriales les otorgaban una especial vocación para el cultivo, debido sobre todo, a la cercanía del agua para su riego y a la buena calidad del suelo.
La mayoría de las huertas se asientan sobre las vegas o llanuras aluviales, construidas por los ríos regionales dentro de su régimen de crecidas, quedando cubiertas por las aguas cuando se desbordaban. Durante las avenidas, estas llanuras actúan laminando la punta de las crecidas, y permitiendo la decantación y deposición de sedimentos y de nutrientes. En definitiva, las huertas existen porque existen las inundaciones.
Otros lugares donde encontramos asentadas las huertas es en las terrazas fluviales, llanuras de inundación relictas que el río ha ido modelando a lo largo del tiempo.
Los paisajes de vega y huerta, junto al medio urbano, es uno de los ecosistemas regionales más humanizados. Se sostienen gracias a grandes aportes energéticos, que en muchos cultivos se aproxima más a los propios de las ciudades que a los de ecosistemas naturales, debido a la gran cantidad de energía auxiliar aportada, bien directamente, en forma de electricidad, combustible, trabajo humano etc., o indirectamente, con el uso de maquinaria, fertilizantes, herbicidas, pesticidas, semillas, materiales plásticos, etc. Se trata pues, sobre todo en las explotaciones más intensivas, de una agricultura energéticamente cara, y estrictamente dependiente de los aportes humanos. Y todo ello se produce a través de procesos muy tecnificados que no tienen en cuenta aspectos ecológicos importantes.
Tres tipos principales de regadíos diferentes en función de los recursos hídricos disponibles se han llevado a cabo en nuestra región: riegos de turbias, huertas tradicionales y nuevos regadíos. A falta de un suministro regular de agua, se aprovecharon durante siglos las precipitaciones torrenciales, mediante la derivación de ramblas por el sistema de boqueras, sangradores hacia terrazas con cultivos, etc. integrado plenamente dentro de los cultivos de secano, este tipo de regadío esporádico se encuentra actualmente en retroceso, dentro del proceso de abandono generalizado de los secanos, y en especial del cultivo en terrazas. Las huertas tradicionales, que atesoran una gran riqueza de especies y de paisajes, debido a la gran heterogeneidad de su entramado espacial, ceden paso también en la actualidad a la instalación de viviendas, dado el rápido crecimiento de Murcia, de sus numerosas pedanías, de nuevos núcleos de población en forma de “resorts”, y a las múltiples vías de comunicación y circunvalación, que van tapizando su fértil suelo.
Los nuevos regadíos en cambio, en forma de grandes explotaciones dedicadas al monocultivo de frutales o de hortalizas, tienen una gran homogeneidad interna, y se extienden ocupando incluso laderas de fuerte pendiente, sin protección alguna de los bancales con muros o setos, con la erosión y pérdida de suelo consiguiente cada vez que llueve torrencialmente, concluyendo en muchas ocasiones con el abandono del territorio a su suerte.