Los saladares han sido ecosistemas secularmente despreciados por nosotros, los murcianos. Aún hoy día son utilizados como vertederos, o es el primer sitio en el que se piensa en un pueblo a la hora de construir polígonos industriales, pistas de motocross... o para lanzar el colchón usado, la tele vieja, o la bolsa de basura. También se permite roturarlos para realizar una agricultura insostenible.
Y si difícil es hacer que se aprecien los valores de un espacio para su conservación, utilizando distintas especies de aves como bioindicadoras de la calidad ambiental, mucho más difícil es hacer entender que un saladar tiene una gran importancia por los invertebrados que alberga. Sobre todo si durante muchos años no se realizan los deberes, es decir, no se lleva a cabo la tarea de educar a nuestros conciudadanos. Tarea que debe emanar de los mismos poderes públicos encargados de conservar para las generaciones futuras estos lugares.
Saladares como los de Ajauque, Rambla Salada, Saladares del Guadalentín, de Cabo Cope, la marina del Carmolí, los saladares de Lo Poyo... y un largo etcétera, constituyen uno de los tipos de ecosistemas más singulares a escala europea, conteniendo elementos propios de los humedales (criptohumedales) en un entorno de aridez, albergando fracciones únicas e importantes de la biodiversidad global. Lo que se traduce en numerosos endemismos o especies de distribución geográfica restringida, y que junto a los procesos ecológicos altamente singulares que se dan en ellos, debería convertirlos en prioritarios a la hora de su conservación. Ya lo son en cuanto a zonas prioritarias de investigación.
Los saladares tienen la consideración de criptohumedales, tratándose de ecosistemas frágiles, fácilmente alterables y escasos. Se encuentran desde hace décadas en franca regresión, habiendo desaparecido de muchas localidades debido a intereses urbanísticos e industriales, o siendo desecados para su puesta en cultivo en usos agrícolas totalmente insostenibles. Les llega a afectar también la utilización de plaguicidas y otros compuestos químicos, que llegan hasta ellos a través de las complejas redes hídricas que los sustentan, y que son letales a la mayor parte de las especies invertebradas. Hasta la dulcificación de sus aguas llega a afectar negativamente a las comunidades de animales y de plantas de los saladares, tal es la estrecha dependencia de los factores halohídricos de las especies que los pueblan.