La riqueza mineral que atesora la Sierra Minera de La Unión provocó que las diferencias sociales y económicas resultaran muy pronunciadas en las poblaciones nacidas al amparo de la minería.
La inmigración masiva llegada desde las provincias vecinas, el escaso salario percibido por el trabajo en la mina o las grandes fortunas que amasaban algunos empresarios mineros provocaron que el contraste entre el modo de vida de las distintas clases sociales unionenses fuera muy acusado.
A esta situación, mezcla de precariedad y esplendor, se unieron otros factores como la deficiencia en infraestructuras, ausencia de alcantarillado, de agua potable, de electricidad y de hospitales, aunque estos aspectos irían mejorando con el paso de los años.
La clase alta estaba formada principalmente por empresarios que habían amasado excepcionales fortunas con las explotaciones mineras, destacando grandes nombres como Peñalver, Zapata, Dorda o Aguirre. Debido a sus estrechas relaciones entre sí, estas familias apenas tenían contacto con los mineros, tan sólo algunos grandes empresarios, entre ellos Miguel Zapata o su yerno José Maestre, invirtieron notables sumas de dinero para la construcción de hospitales o infraestructuras al servicio de sus trabajadores.
Toda una serie de lujos que caracterizaban a este sector de la sociedad con grandes riquezas y apellidos, destacando viajes al extranjero, inmensas mansiones, protagonismo en inauguraciones o eventos varios, salones decorados al nuevo estilo modernista de la época, manjares degustados en suntuosas vajillas y apariencia en las reuniones sociales.
El contraste entre el modo de vida de los grandes empresarios y los mineros era colosal. El día a día de una familia minera de fuera o nacida en la zona se movía entre el hacinamiento en chabolas, la dependencia absoluta de sus patronos (que llegaron a pagar salarios con vales canjeables en sus comercios), inestabilidad laboral reñida al valor internacional de los minerales, incertidumbre diaria sobre si vivirían o morirían en el interior de la mina y mortandad elevadísima debido a las nulas condiciones higiénicas.
Durante las crisis en la minería, numerosas familias tuvieron que abandonar la zona, llegando a emigrar hacia Oran. En algunos documentos contemporáneos queda reflejada la miseria que asolaba las calles unionenses, llegando a señalarse que tras más de 10 minutos en una céntrica calle de la población no ha pasado ni una sola persona, mostrando la despoblación de la localidad.
Estos problemas económicos, sobre todo a finales del siglo XIX y primeros del XX, propiciaron una presión mucho más elevada sobre los salarios de los mineros que tenían la suerte de continuar trabajando. El ambiente enrarecido por la crisis y el paro incrementó la conflictividad social y las reivindicaciones obreras que pedían mejoras en sus contratos, erradicación de los pagos por vales o mejoras en los sueldos. Pero la llegada de la I Guerra Mundial daría al traste con estas peticiones y, prácticamente con la minería subterránea que ya no llegaría a recuperarse.