Rafael Moroto
El general lorquino selló el final de la guerra contra los isabelinos mediante el Abrazo de Vergara con Espartero.
Pedro Chacón
El comandante en jefe del ejército isabelino en el reino de Murcia logró la expulsión de las fuerzas carlistas.
La reina María Cristina de Borbón asumió la Regencia, tras la muerte del monarca Fernando VII, durante la minoría de edad de la infanta doña Isabel. La aprobación de la Pragmática Sanción (1830) permitía la sucesión de la Corona a las mujeres. El pretendiente Carlos María Isidro, hermano de Fernando VII, reivindicó, en vano, sus derechos al trono, alegando la supuesta ilegalidad de la derogación de la Ley Sálica. El infante don Carlos promovió el alzamiento de los absolutistas contra los liberales en España, dando lugar a la Primera Guerra Carlista (1833-39). "La religión, el cumplimiento de la ley de sucesión y los derechos de mis hijos me obligan a sostener y defender la Corona de España del violento despojo que me ha causado una sanción tan ilegal como destructora de la legislación".
El levantamiento de los carlistas triunfó en las Provincias Vascongadas, Navarra, el Pirineo catalano-aragonés y la sierra del Maestrazgo en el sistema Ibérico. El reino de Murcia permaneció fiel a la regente María Cristina y a su legítima heredera, la infanta doña Isabel. Los partidarios del pretendiente don Carlos luchaban bajo el lema tradicionalista de Dios, Patria, Rey y Fueros. La derrota carlista en el sitio de Bilbao (1835) y la muerte de su jefe militar, Tomás de Zumalacárregui, significó un punto de inflexión en la guerra en favor del bando isabelino. El general lorquino Rafael Maroto reemplazó a Zumalacárregui al frente del ejército carlista. Maroto gozaba de un gran prestigio militar debido a su destacada actuación en la Guerra de Independencia y en la lucha contra la emancipación de América Latina.
El teatro de operaciones de la guerra alcanzó al reino de Murcia mediante el saqueo de las poblaciones de Yecla y Abanilla en 1837, durante una incursión de la partida carlista de Domingo Forcadell. Los isabelinos respondieron con la declaración del estado de guerra y el envío del ejército al Norte del reino murciano. Pedro Chacón, jefe político de la provincia y comandante del ejército isabelino, salió al paso de las tropas invasoras. Los isabelinos lograron vencer a los tradicionalistas en virtud de su superioridad militar y los carlistas ejercieron represalias con la ejecución de cinco milicianos liberales antes de su retirada del territorio murciano. El Gobierno de la nación recompensó los servicios militares de Pedro Chacón mediante su nombramiento como ministro interino de la Guerra en 1837 y ministro de Marina en 1840, finalizada la contienda bélica.
La inferioridad en recursos humanos, técnicos y económicos motivó la rendición carlista en 1839. Los generales Baldomero Espartero y Rafael Maroto sellaron el final de la contienda con el Abrazo de Vergara. El pacto suponía el reconocimiento carlista al derecho de sucesión de la infanta doña Isabel, a cambio de la paz; la aceptación del sistema de gobierno liberal, el respeto a los fueros vasco y navarro y la reintegración de los militares sublevados, con su graduación, en el ejército español. El general Maroto justificó de la siguiente manera el pacto con los isabelinos: "Jamás podrá este príncipe hacer la felicidad de mi patria, único estímulo de mi corazón". La victoria de los isabelinos garantizó la evolución del sistema absolutista al liberal en España, y supuso la marcha al exilio del pretendiente Carlos María Isidro y sus fieles seguidores. La regente María Cristina recompensó al general Espartero por sus servicios durante la guerra con el título de Príncipe de la Victoria.
Antonio Gómez-Guillamón Buendía