El Rey Felipe II era hijo del emperador Carlos V e Isabel de Portugal y nieto por vía paterna de Juana 'La Loca' y Felipe 'El Hermoso', y por vía materna de Manuel I de Portugal y María de Castilla. Felipe II heredó la hegemonía del gran Imperio español en Europa, Norte de África y América. El monarca hispano reinaba desde 1556 en los territorios europeos de Castilla, Aragón, Navarra, Nápoles, Sicilia, Cerdeña, el Milanesado, el Franco Condado, los Países Bajos e Inglaterra; en los enclaves norteafricanos de Melilla, Orán, Bugía, Bizerta y Túnez y en los virreinatos americanos de Nueva España y Perú. Las novedades de la herencia de Felipe II consistieron en la pérdida del Sacro Imperio Romano Germánico y la incorporación del rey hispano al trono de Inglaterra, por su matrimonio con la reina María I Tudor, entre 1554 y 1558. La muerte de su esposa, la reina de Inglaterra, supuso la pérdida de los derechos de Felipe II sobre la Corona inglesa, en virtud del pacto matrimonial firmado por la pareja real antes de su enlace.
La defensa de la costa
El Rey Felipe II ordenó la construcción de torres vigías para la defensa de la costa del reino de Murcia de los ataques de los piratas berberiscos.
Nuevos Ayuntamientos
Felipe II favoreció la creación de Ayuntamientos (Mazarrón, Ojós y Blanca), a cambio de compensaciones económicas para la maltrecha Hacienda real de la monarquía.
En política interior, Felipe II consolidó el absolutismo real y el sistema de Consejos consultivos como forma de gobierno. Los Consejos eran el de Castilla, Aragón, Italia, Flandes, Estado, Indias, Cruzadas, Órdenes Militares e Inquisición. El monarca trasladó la capital del Imperio español a Madrid, con carácter definitivo, en el año 1561. Los principales conflictos de la monarquía en el interior de España fueron el caso de Antonio Pérez y la crisis de Aragón y la revuelta de las Alpujarras en el reino de Granada.
Antonio Pérez heredó la secretaría real de su padre, Gonzalo Pérez, consejero de confianza de Felipe II. El nuevo secretario convenció al rey de la necesidad de matar a Juan de Escobedo (1578), secretario particular de don Juan de Austria (hermanastro de Felipe II), por los supuestos planes de conspiración del infante contra el monarca. Felipe II descubrió la falsedad de las acusaciones de Antonio Pérez y ordenó el apresamiento de su secretario por el asesinato de Escobedo y la revelación de secretos de Estado a terceros. Antonio Pérez ingresó en la prisión de Madrid, pero logró la huida a la Corona de Aragón. Allí, el ex-secretario real consiguió la protección de los fueros respecto a la Justicia de la monarquía hispánica, en virtud de su nacionalidad aragonesa. Felipe II acusó de herejía a Antonio Pérez para su enjuiciamiento por el Tribunal de la Inquisición. El pueblo aragonés protagonizó la sublevación de las Turbaciones de Aragón en 1591 contra los oficiales del rey. El monarca aplastó la rebelión mediante el envío del ejército, pero Antonio Pérez escapó de nuevo con su exilio a Francia. Felipe II ordenó la ejecución del Justicia de Aragón, Juan de Lanuza, y reformó los fueros para el nombramiento de un virrey castellano en el reino aragonés y la extradición de los reos desde Aragón a Castilla.
La revuelta de las Alpujarras se enmarca dentro de la guerra entre España y el Imperio Otomano por la hegemonía en el Mediterráneo. Los moriscos constituían la mayoría de la población del reino de Granada y la monarquía hispánica temía una alianza militar con los turcos para la invasión de España. Por ello, Felipe II aprobó la Pragmática para la asimilación forzosa de los moriscos mediante la prohibición de su lengua, su religión y sus costumbres. La Pragmática provocó la insurrección de los moriscos en las Alpujarras en 1568. La llama de la rebelión, liderada por Aben Humeya, se extendió por el territorio del antiguo reino de Granada con el apoyo militar del Imperio Otomano. El infante don Juan de Austria consiguió derrotar a los sublevados en 1571 con el apoyo de las tropas del marqués de Los Vélez, don Luis Fajardo, procedentes del reino de Murcia. El monarca hispánico agradeció al concejo de Murcia su respaldo militar en la guerra de Las Alpujarras contra los moriscos mediante la concesión del título de 'Muy noble y muy leal' a la ciudad. Felipe II dispuso la expulsión de los moriscos del reino de Granada y su dispersión por la Corona de Castilla para evitar nuevos brotes revolucionarios.
En política exterior, el reinado de Felipe II consolidó la hegemonía universal de la monarquía hispánica e incrementó los territorios de su gran Imperio. Sin embargo, el Imperio español mostró los primeros síntomas de agotamiento, simbolizado en la crisis de su Hacienda real, declarada en bancarrota en los años 1557, 1575 y 1596 debido a la financiación de las continuas campañas bélicas de la monarquía. Felipe II buscó nuevos recursos económicos mediante la subida de impuestos, la creación de otros nuevos (excusado y millones), la obtención de préstamos de la banca extranjera, el incremento en las remesas de oro procedentes de América y la venta de privilegios, como el de villazgo para la constitución de Ayuntamientos independientes, concedido a los pueblos de Mazarrón (1572), Ojós (1588) y Blanca (1591).
El Imperio Otomano puso de nuevo en peligro la hegemonía hispánica en el Mediterráneo mediante la invasión de Chipre, la conquista de Bugía, el sitio de Malta (1565) y el ultimátum a Venecia. Además, Turquía renovó su alianza con los piratas berberiscos del Norte de África, para boicotear el comercio por el Mediterráneo Occidental y asolar las costas españolas en busca de botín y esclavos. El Papa Pío V encomendó a España el liderazgo de la lucha contra la amenaza turca en el Mediterráneo. Así, España, Venecia y el Papado fundaron la Liga Santa. La flota aliada, al mando del infante don Juan de Austria, derrotó a la flota turca en la batalla de Lepanto (1571). La victoria cristiana no supuso la detención definitiva del avance turco en el Mediterráneo. El Imperio Otomano reconstruyó su Armada y conquistó Túnez y Bizerta a los españoles en 1573. La guerra concluyó con la firma de una tregua en el año 1580.
En el reino de Murcia, Felipe II ordenó la construcción de torres vigía en la costa para avisar a las milicias ciudadanas, mediante humaredas o fogatas, de los ataques berberiscos. La monarquía levantó una red defensiva en la costa compuesta por las torres de Águilas, Cope, El Rame, El Moro, La Azohía, La Encañizada, Rubia, San Miguel del Estacio e impulsó la fortificación del puerto de Cartagena, principal base militar de la Corona en el Mediterráneo, a petición del concejo de Murcia. El insigne escritor de 'El Quijote', Miguel de Cervantes, dedicaría al puerto cartagenero los siguientes versos: "Con esto, poco a poco, llegué al puerto a quien los de Cartago dieron nombre, cerrado a todos los vientos y encubierto. A cuyo claro y sin igual renombre se postran cuantos puertos el mar baña, descubre el sol y ha navegado el hombre". Las milicias del reino de Murcia vencieron a los piratas berberiscos durante sus ataques a Cartagena en 1561 y 1587 y a Mazarrón en 1585 y 1596.
El rey de Francia Enrique II continuó la política de enfrentamiento contra España de su predecesor, Francisco I. Francia atacó el reino de Nápoles para expulsar a los españoles del Sur de Italia. La monarquía hispánica reaccionó con un contrataque contra el Norte de Francia desde los Países Bajos. El ejército español venció al francés en las batallas de San Quintín (1557) y Las Gravelinas. Felipe II ordenó la construcción del monasterio de El Escorial, sede del gobierno de la monarquía, en conmemoración de la victoria de San Quintín el día de San Lorenzo. El conflicto concluyó con la firma de la Paz de Cateau-Cambresis (1559). Este acuerdo significaba la renuncia francesa a Italia a cambio de la entrega de Calais. El estallido de las Guerras de Religión en Francia, en 1560, provocó la intervención de la monarquía española en favor del bando católico en su lucha contra los hugonotes. La guerra civil acabó en 1598 con la victoria del protestante Enrique de Navarra, convertido al catolicismo y adalid de la tolerancia religiosa. España y Francia sellaron su reconciliación con la firma de la Paz de Vervins en 1598. El tratado suponía el reconocimiento de la monarquía española al rey Enrique IV de Francia a cambio de su renuncia a Flandes.
La Guerra de los Ochenta Años estalló en los Países Bajos en el año 1566, debido a la oposición del rey Felipe II a la concesión de libertad religiosa a sus súbditos. "Antes de sufrir la menor cosa en perjuicio de la religión o del servicio de Dios, perdería todos mis Estados y cien vidas que tuviese, pues no quiero ser señor de herejes", declaró el monarca español. La nobleza holandesa lideró la rebelión protestante contra la monarquía española en los Países Bajos. Felipe II reaccionó mediante el envío del ejército para el aplastamiento de la sublevación. El Tribunal de los Tumultos ejecutó la política de represión con la condena a muerte de los condes de Egmont y Hornes. Guillermo de Orange logró la huida y reorganizó la lucha con la ayuda militar de Francia, Inglaterra y Alemania. El conflicto religioso entre catolicismo y protestantismo dividió a la sociedad de los Países Bajos. Las regiones católicas del Sur fundaron la Unión de Arrás, como muestra de su fidelidad a la monarquía hispánica y las provincias protestantes del Norte crearon la Unión de Utrecht y proclamaron su independencia en 1581. El Norte protestante mantuvo su unidad territorial a salvo de la monarquía española, a pesar de las intervenciones militares del infante don Juan de Austria, el duque de Alba y Alejandro Farnesio.
En Portugal, la muerte del rey Sebastián en la batalla de Alcazarquivir abrió el problema de la sucesión monárquica. Felipe II presentó su candidatura al trono portugués como tío del rey fallecido. La monarquía española rechazó el arbitraje de las Cortes portuguesas en la elección al sucesor del trono luso. España aseguró el dominio sobre Portugal mediante la campaña militar de invasión del duque de Alba. Los demás candidatos al trono de Portugal huyeron del país luso. Las Cortes de Thomar sellaron la unión dinástica de España y Portugal en 1581 mediante el nombramiento de Felipe II como rey de Portugal y sus colonias.
La rivalidad entre las monarquías de España e Inglaterra tuvo como causas los ataques de la piratería inglesa contra los buques españoles, la ejecución de la reina católica de Escocia María Estuardo por la reina protestante de Inglaterra Isabel I y el apoyo inglés a la rebelión de los calvinistas holandeses. El Rey Felipe II impulsó la construcción de la Grande y Felicísima Armada para la invasión de Inglaterra, con el apoyo de los tercios de Flandes. El temporal del Canal de la Mancha y la estrategia defensiva de la Armada inglesa provocaron la dispersión de la Flota española y el fracaso de la Armada Invencible en 1589. La Corona inglesa respondió con la creación de la Contraarmada para destruir la Flota española del Atlántico. El ejército inglés fracasaría en sus ataques contra las bases españolas de la Península Ibérica y América.
La Corona española alcanzó la máxima expansión territorial de su Historia durante el reinado de Felipe II con la exploración de Florida, el río Mississipi, Nuevo México, Arizona y California en Norteamérica, la herencia de las colonias portuguesas en África (Ceuta, Golfo de Guinea, Angola, Mozambique), Asia (costa de India) y el Pacífico (islas Molucas) y en el Extremo Oriente, con la conquista de Filipinas por parte de Miguel López de Legazpi . La extensión del Imperio español de Felipe II por los cinco continentes dio lugar a la famosa frase de que "en sus dominios no se ponía el sol". En América, el conquistador Juan Vázquez de Coronado fundó la ciudad de Cartago (Costa Rica), dentro del virreinato de Nueva España, en 1563.
Antonio Gómez-Guillamón Buendía