Desde el principio de los estudios modernos sobre Carthago Nova los arqueólogos han especulado sobre la existencia de un acueducto que llevara el agua a la ciudad. Lo cierto es que hasta la fecha no se han encontrado restos que permitan demostrar su existencia, aunque algunas referencias se encuentran en los escritos del licenciado Cascales (siglo XVI) y en hallazgos numismáticos de la ceca cartagenera. Para los que sostienen que existió, las razones aducidas son que en una ciudad de tal importancia y con manantiales conocidos fuera del ámbito urbano lo más razonable es que se construyera, particularmente en la época de mayor esplendor de Carthago Nova (principios del siglo I), cuando los patricios de la ciudad se esforzaron en dotarla de grandes edificios y obras públicas para aumentar su prestigio político. No debemos de olvidar que, ante los ojos de los romanos, un acueducto era la obra pública que, quizá, más fama e influencia podía ofrecer a uno de estos personajes. En cuanto a la falta de restos alegan que puede deberse al expolio de los materiales a lo largo de los siglos, tras la decadencia de la ciudad.
Los que no ven clara la existencia de un acueducto, razonan que no en todas las ciudades romanas había acueductos, y que la conducción de agua desde el exterior, en muchas ocasiones, se realizaba mediante tuberías enterradas, método más barato y con menor mantenimiento, tampoco les falta razón. Además, explican que la falta de restos puede aplicarse a la obra vista, pero no a los cimientos de los pilares, de los que no se ha encontrado nada siguiendo una dirección determinada. De una u otra forma, el agua necesitaban traerla de fuera de la ciudad, porque en ella no la había con la excepción de algún pequeño manantial, probablemente contaminado de aguas marinas. La existencia de un depósito central de distribución, el Castellum Aquae, en la cima de la colina del Molinete, que había que llenar, demuestra por sí mismo la traída de aguas desde el exterior. Una incógnita que, en los próximos años, la gran experiencia de los arqueólogos cartageneros, probablemente, resolverá.
Hemos visto las dudas planteadas por los arqueólogos sobre la existencia, o no, de un acueducto de abastecimiento de aguas a Carthago Nova. En caso de su existencia, no sería muy diferente a los extraordinarios ejemplos que la ingeniería hidráulica romana ha dejado en la Península Ibérica, Segovia, Les Ferreres, Los Milagros de Mérida, etc., aunque el de Carthago Nova sería de más reducidas dimensiones.
Normalmente solemos confundir acueducto con las arquerías del mismo construidas para atravesar un valle, ya que son el elemento más vistoso de su construcción. Pero un acueducto romano era mucho más, era una gran obra de ingeniería hidráulica que comenzaba en un depósito que se llenaba con agua, procedente de ríos o manantiales a partir del cual, por medio de tuberías, generalmente de piedra, que podían atravesar montañas, pasar sobre valles y en general adaptarse a la configuración del terreno que atravesaban, llegaban a las ciudades romanas. Vitrubio, el gran arquitecto romano, dio unas normas muy precisas para su construcción, disposición de los sifones, construcción de cámaras para la decantación de agua, conducción subterránea, pilotajes, perforación, aislamiento etc., que han permitido que algunos lleguen a nuestros días en perfecto estado.