Ausencia del amante
He vuelto por el camino sin hierba.
Voy al río en busca de mi sombra.
Qué soledad sellada de luna fría.
Qué soledad de agua sin sirenas rojas.
Qué soledad de pinos ácidos errantes...
Voy a recoger mis ojos
abandonados en la orilla.
Hombre con violín
Esos hombres del violín llevan su voz en el brazo
como la vena firme de una canción muchacha.
Van celándola dulces, con los ojos cerrados,
todos brasa y suspiro del ensueño que llueve
diminuto rocío de aprisionadas flores
en los cuerpos fragrantes de tus violines músicos,
aun con hojas y aromas del encendido bosque.
Un violín es la voz de una fuente con viento
a la que brizan ásperos y dulcísimos soplos,
lo sabe quien lo pulsa, y flotan sus cabellos
como hierba que sube por el tronco de un árbol,
mientras la mano empuja hacia el cielo las cuerdas
y la otra recorre con el arco un zodíaco.
En rubio; huele a nardo en la noche con luna,
y de jazmines siembra la abandonada tarde.
Tan delgado y ligero como fueron las ninfas,
sinuoso y con algas, como verde sirena.
Es la voz que prefiere la primavera fría.
Y al otoño le cuenta que se fueron las aves.
Los cipreses la exhalan. El calor de los vuelos
en los violines junta con las plumas los nidos.
Adolescencia
En el Alba de su vida el deseo
le surgió en su boca la sonrisa
por hallarse ante el amor.
Era niña que vivía hasta en sueños
su ardor, y la sangre palpitaba
al hallarse con su amor.
Sin el Alba ni en la Tarde
ella un día preguntó:
Si posible era guardar
aquel su primer amor.
Primer amor
¡Qué sorpresa tu cuerpo, qué inefable vehemencia!
Ser todo esto tuyo, poder gozar de todo
sin haberlo soñado, sin que nunca
un ligero esperar prometiera la dicha.
Esta dicha de fuego que vacía tu testa,
que te empuja de espaldas,
te derriba a un abismo
que no tiene medida ni fondo.
¡Abismo y solo abismo de ti hasta la muerte!
¡Tus brazos! Son tus brazos los mismos de otros días,
y tiemblan y se cierran en torno de tu cuerpo.
Tu pecho, el que suspira, ajeno, estremecido
de cosas que tú ignoras,
de mundos que lo mueven...
¡Oh pecho de tu cuerpo, tan firme y tan sensible
que un vaho lo pone turbio
y un beso lo traspasa!
¡Si nunca nadie dijo que así se amaba tanto!
¿Podías tú esperar que ardieran tus cabellos,
que toda cuanta eres cayeras como lumbre
en un grito sin cifra,
desde una cordillera gritada por la aurora?
¿Ceniza tú algún día? ¿Ceniza esta locura
que estrenas con la vida recién brotada al mundo?
¡Tú no te acabas nunca, tú no te apagas nunca!
Aquí tenéis la lumbre, la que lo coge todo
para quemar el cielo subiéndole la tierra.
Voy ausentándome de mí
Voy ausentándome de mí.
Poco a poco, el lastre de ensueño cede
su sitio a la realidad doble
que es mi vida en transcurso.
¡otro ser dentro de mi carne
fragua su carne, su piel,
su corazón diminuto, mi estrella!
Asisto a la escisión silenciosa
con pasmo anhelante, con gozo
nuevo de verme en otros ojos míos,
de mis ojos hechos,
de mi sangre coloreados,
¡ay!, de toda cuanta soy.
Día por día el latido
es golpe que me recuerda, urgente,
valor que no tengo,
heroísmo que nunca soñé.
Y temo por el que estoy creando
en convenido misterio
dentro de mi soledad sin orillas
cerca de mi corazón, su estrella.