Las grosellas son frutas procedentes de Asia y Europa, siendo desconocido el punto exacto donde se encontró el primer ejemplar silvestre.
Según ciertos autores se trata de uno de los alimentos recolectados por las sociedades cazadoras del paleolítico, debido a que se encontraba en zonas de monte, húmedas, frías, donde también se daban las condiciones idóneas para la caza.
En la Grecia Clásica estos frutos eran conocidos como "sangre de titanes", en referencia a sus intensos colores, rojos, morados, violáceos y negros.
Sus primeros cultivos se remontan al siglo XVII, concretamente en Bélgica y el norte de Francia.
Propiedades nutritivas
El 90% de la composición de la grosella es agua, resultando un alimento de escaso aporte calórico, aunque con gran contenido en fibra.
Los grupos vitamínicos destacados en esta fruta son el C (especialmente las variedades negras, con índices superiores incluso a las naranjas, siendo el responsable del sabor ácido.), A, E y B (con mayor contenido en B5 o Ácido pantoténico y B3 o Niacina). Potasio, calcio, magnesio y hierro muestran niveles significativos en la grosella.
Las sustancias más destacables en la grosella son las naturales como los antocianos (responsables de su color) y carotenoides, con acción desoxidante para el organismo.
Producción actual
El cultivo de grosellas, especialmente el de las especies negras, está ligado a países europeos de climas fríos. Así Rusia, Polonia, Alemania y la República Checa son algunos de los principales productores mundiales de esta baya, seguidos de Reino Unido, Italia, Austria, Bélgica, Francia, Noruega, Ucrania y la Patagonia Argentina.
La producción total anual de este fruto puede alcanzar las 650.000 toneladas.