Belén Franciscano | Belenes Napolitanos | Belén en España
Origen y Evolución
Dice la historia que San Francisco de Asís tras su peregrinación a los Santos Lugares celebró la Eucaristía en la Nochebuena de 1233 en Greccio donde preparó una representación de un pesebre con una mula y un buey, considerándose desde entonces esta representación como el origen del belenismo.
Desde entonces, la idea se fue extendiendo por toda Europa gracias a los seguidores de la orden franciscana y de las clarisas, las religiosas más comprometidas con la doctrina de San Francisco de Asís.
Hasta el siglo XV sólo se representaba el nacimiento del Niño Jesús en el pesebre, pero a partir de entonces comenzó a conocerse la iconografía completa del belén, y aparece por primera vez completo en la Catedral de Sevilla, en el siglo XVI. El momento de mayor esplendor se produce en el siglo XVIII, especialmente en Nápoles.
En España, fue el rey Carlos III el que popularizó los belenes entre los nobles, e incluso lo extendió a los países suramericanos que pertenecían al imperio español, donde poco a poco se fue popularizando.
El Belén de Salzillo
En esa época es cuando aparece Francisco Salzillo, hijo de un artesano napolitano, quien se convertiría en uno de los mejores escultores españoles. El belén de Salzillo, uno de los más importantes del mundo, se lo encargó Jesualdo Riquelme en 1783 y está compuesto por 556 personajes y 372 animales, además de algunas maquetas de edificios.
Los tamaños de las figuras varían de 10 a 30 cm., y las escenas combinan interpretaciones de textos bíblicos con pasajes más populares y cotidianos, que representan el ambiente y tradiciones típicas murcianas de la época.
El Belén en Murcia
A partir del siglo XVIII, la tradición belenística se extiende hacia un importante número de artesanos, teniendo en Murcia su máxima representación nacional, cuyos talleres artesanales especializados en belenes han pervivido hasta hoy.
Hay datos que demuestran que, en la Región de Murcia, se conoce el belenismo con mucha antelación a este momento de gran auge mundial.
La orden creada por Santa Clara, aventajada discípula de San Francisco de Asís, extendió por todos los conventos imágenes y representaciones del Nacimiento, como ha sido el caso de las clarisas de Mula, que contaban con una importante colección de figuras del Niño Jesús, muchas de ellas consideradas verdaderas joyas artesanales, pero todas desaparecidas durante la guerra civil.
Más específicamente, ha sido desde finales del siglo pasado y comienzos de éste cuando abundantes talleres artesanos de belenes han proliferado por toda la Región de Murcia.
Algunos más importantes que otros, a veces combinaban la elaboración de belenes con otras imágenes o juguetes de cartón para poder vender también fuera de la época navideña.
En los primeros siglos del cristianismo
El arte paleocristiano no representa, en general, imágenes concretas del nacimiento y vida de Jesús, debido, principalmente, a las persecuciones de que eran objeto los cristianos, lo que les obligaba a ser precavidos en sus manifestaciones externas.
Se reunían los cristianos en catacumbas por la impunidad de que allí gozaban, al ser los cementerios profundamente respetados por el pueblo romano, que no concebía la idea de asaltar y profanar uno de ellos, ni siquiera con el fin de asaltar y capturar cristianos, sumándose a esto el que la mayoría de las catacumbas utilizadas eran propiedad de importantes personajes de la vida romana, con unos privilegios contra los cuales no se podía atentar si no se tenían motivos y pruebas muy concretos.
Al irse transformando la primitiva función de estos lugares, pasando a ser lugar de reunión y no sólo de enterramientos, el entorno fue haciéndose más cálido, empezándose a decorar sus paredes con temas religiosos, aunque el temor a ser descubiertos hacía que esos temas se representasen por medio de símbolos, de más difícil interpretación que lo simple figurativo. Por esta razón son muy pocas las manifestaciones que se conservan de esta época, excepción hacha de: la Adoración de los Magos, encontrada en la catacumba de Domitila; el Nacimiento en el que aparecen las figuras del buey y el asno rodeando el pesebre pero sin las figuras de José y María, de la catacumba de San Sebastián; o la representación de María con el Niño en brazos y acompañada del Profeta Isaías que señala la estrella, encontrada en la Capella Greca del cementerio de Priscila, que pasa por ser la pintura cristiana más antigua que se conoce.
Con la paz de Constantino en el año 313, al terminarse definitivamente las persecuciones de los cristianos, el tema a se manifiesta libremente y, aparte del sentido religioso que contiene, se empieza cuidar la realización artística del mismo, como es el caso del pesebre entre el buey y el asno, encontrado en un sepulcro de Letrán, cuya antigüedad se fija en el año 345.
La Adoración de los Reyes Magos
En principio se representan motivos independientes del Misterio de la Natividad, y es de notar que, aparte del Nacimiento propiamente dicho, los temas más tratados son la Anunciación a María y la adoración de los Magos. Las razones parecen claras: la Anunciación a María por su belleza plástica y suponerle origen de todo el Misterio, y la Adoración de los Magos por permitir al artista una brillantez en su representación y constituir el acatamiento de lo humano a Dios.
Como hemos visto, la Adoración de los Magos aparece ya en el arte paleocristiano, hallando la Anunciación a María su primera representación en las basílicas bizantinas.
La iconografía de estos dos motivos varía algo según la época y el lugar. Como dato curioso, con respecto a la Adoración de los Magos, diremos que en algunas de las representaciones encontradas en las catacumbas, aparecen cuatro Reyes en vez de los tres que habitualmente se conocen.
La Anunciación de María
En cuanto a la Anunciación de María, hay una clara diferencia entre las interpretaciones orientales y occidentales, ya que el arte bizantino representa habitualmente a María realizando trabajos caseros (sacando agua del pozo, hilando¿), en contraposición con el arte occidental que la muestra leyendo u orando; pudiéndose comprobar la distinta concepción que sobre la mujer ha existido siempre entre Oriente y Occidente, manifestándolo el subconsciente del artista incluso en la figura de María. También la representación del Ángel varía, ya que en las primeras aparece sosteniendo un bastón de mensajero, que al cabo de algún tiempo se trocó en una vara de azucenas, símbolo de la pureza de María.
En la edad Media, con el despertar del Románico, capiteles y portadas se ven enriquecidos con temas vinculados al Nacimiento, fenómeno que se manifiesta principalmente en Francia e Italia.
Así mismo, el estilo Gótico lo emplea como motivo de inspiración en sus relieves, pero dándole ya una calidad de escultura casi exenta, encontrándose espléndidas muestras de ello en España, como por ejemplo la Adoración de los Reyes del Paular en Madrid o el tríptico de los Reyes Magos en Covarrubias (Burgos).
En el año 1223 sucede un hecho histórico de gran trascendencia para el mundo del belén: la Misa de San Francisco en Greccio (Italia). A partir de ella, las imágenes del Nacimiento (que hasta entonces se habían representado a través de la pintura o, todo lo más de relieves) se hacen exentas.
Acerca de este fenómeno tan decisivo, cuenta la historia que San Francisco, recién llegado de Roma, donde el Papa Honorio III le había concedido el reconocimiento de la Orden Franciscana de la que era fundador y coincidiendo las fechas con la Navidad de 1.223, instaló en una pequeña gruta de Greccio un pesebre con un poco de paja y las imágenes de san José, la Virgen y el Niño acompañadas por un buey y un asno vivos, ya que, según sus palabras, deseaba ver, al menos una vez con sus ojos, el Nacimiento del Divino Niño; celebrándose allí la Misa de Nochebuena, a la que acudieron, aparte de los frailes, vecinos del lugar.
Hasta aquí nos cuenta la historia, pero la leyenda añade que, en el momento de la consagración, la imagen del Niño tomó aspecto de carne mortal; queriendo tal vez premiar de este modo la inocencia y amor sin límites del Santo de Asís.
A raíz de este hecho, el belén se difundió a través de los franciscanos a todas las ciudades y países que éstos visitaban ejerciendo su apostolado, contribuyendo a ello el estilo de la Orden que acercaba al la religión al pueblo llano, recorriendo incansablemente caminos y aldeas, convirtiéndose el belén en algo que podía encajar en al vida cotidiana de las gentes humildes, al haberse humanizado y popularizado, sin perder por ello su carga religiosa.
Tras la Misa de San Francisco, todas las iglesias de la Orden adquirieron la costumbre de instalar un Nacimiento durante los días de Navidad; costumbre que, poco a poco, fueron adoptando el resto de Ordenes religiosas, imprimiéndole cada una su estilo y ligeras variaciones. Por ejemplo, la segunda Orden franciscana, la de las Clarisas, colocaba solamente al niño Jesús en la cuna vestido 'por manos de monja' con ricas telas, encajes y bordados; resistiéndose durante muchos años a ampliar la composición con la s figuras de San José y la Virgen. También Jesuitas y Dominicos hicieron suya la costumbre y la transmitieron, ampliándose cada vez más su contenido iconográfico.
Sin embargo, no es hasta la Edad Moderna cuando los artistas utilizan el Nacimiento de Jesús como fuente de inspiración de su obra, empleándose como manifestación artística y no meramente religiosa. En el Renacimiento ya se apunta esta posibilidad, pero es en la segunda mitad del siglo XVII y, sobre todo, el siglo XVIII, cuando el arte belenístico alcanza su mayor esplendor, y los mejores artistas del momento lo elevan a cotas insuperables, mientras que los pequeños artesanos lo popularizan al hacerlo asequible a las clases populares.
Durante el XVII el máximo exponente del arte en figuras de belén lo constituyen las napolitanas. Son éstas figuras de vestir en las que sólo se ha trabajado la cabeza, brazos y manos, piernas y pies, estando el cuerpo relleno de fibra vegetal que las hace extremadamente adaptables a cualquier postura. Sus ropas, propias de la moda de la época, les aportan ese anacronismo tan habitual en los belenes que, sin embargo, no les resta encanto ni verismo.
Ya en el siglo XVIII, durante el reinado de Carlos de Borbón en Nápoles, las artes reciben un gran impulso y, en particular, las figuras del belén, en el afán Real de divulgar el contenido evangélico. Ello hace que los artesanos sustituyan las cabezas de madera por las de barro, abreviando así el proceso de fabricación e imprimiéndoles una mayor expresividad al gesto.
Los maestros de la época especializados en el tema, al sentir tan amparada su obra (que ya desde atrás representaba personajes populares y aderezaba el paisaje con algunos elementos típicos de la región), dejaron volar su imaginación, llegando, en un alarde de anarquía histórica, a transformar los paisajes palestinos en feraces tierras italianas; los pastores judíos en personajes populares del pueblo napolitano; la humilde gruta franciscana en un sorprendente templo pagano; no salvándose de esta vorágine ni la imagen de la Virgen María, que pasa a ser representada como una hermosa y humanizada matrona romana, muy al gusto popular que, de este modo, dan colorido y movimiento a las escuetas descripciones de los evangelistas.
Los Nacimientos y la Corte
Al ampliarse y perfeccionarse el entorno que rodea los Nacimientos, se llega a formar escuelas de especialistas capaces de crear, en miniatura, todos los elementos que habitualmente rodean la vida cotidiana de un pueblo, ya que las figuras se instalan formando un conjunto, una escena: Orfebres que cubren de joyas a los Magos y damas de la Corte que han acudido a dorar al Niño; modistas que realzan la belleza de las campesinas con multicolores trajes calabreses; ceramistas que elaboran barrocos ajuares mediterráneos; hábiles maestros en trabajar y pintar la cera, que surten de frutas y verduras los mercados'
Entre estas composiciones destacan, entre otras, las pertenecientes a la Colección Catello: 'La adoración de los Ángeles', formada por un abigarrado confluir de ángeles y arcángeles que, en número superior a treinta, rodean la escena de la Natividad y el 'Cortejo de los Reyes Magos', en el que los tres reyes, portando collares de la Orden de San Genaro, instituida por Carlos de Borbón, y montados sobre caballos que llevan impreso en los arreos el escudo borbónico, aparecen rodeados de pajes que portan exóticos regalos, deslumbrando a la multitud que abandona gozosa sus monótonas actividades para observar, asombrada, el paso de un mundo que le es extraño.
Se convierte así, lo que en principio había sido una idea del Rey para estimular el sentimiento religiosos del pueblo, en algo en lo que la parte artística y popular prima sobre lo evangélico.
El arte español en los siglos XVI y XVII
Antes de abordar de lleno este capítulo, deberíamos hacer unas consideraciones acerca del carácter español, ya que ha sido éste el que ha marcado siempre la obra belenística de los grandes maestros de nuestro país, sobre todo durante los siglos en que su florecimiento y pujanza fueron más importantes en el resto del mundo.
Los siglos XVI y XVII comprenden unos años en los que, recién salidos de una larga Edad Media, la vida aún es dura y, por ende, el temperamento del individuo, pese a las influencias extranjeras del Renacimiento, continúa siendo áspero y severo; cosa que, por otro lado, marca siempre el estilo español, sea cual fuere la época de que se trate, siendo reacio a demostrar en el arte, o en cualquier otra manifestación externa, unos sentimientos que presupongan debilidad de carácter, dando de él una imagen frágil que en nada se corresponde con la postura que las gentes de nuestro país se creen obligadas a adoptar.
Esta opinión es fácilmente defendible a la vista de la muestra artística correspondiente a ese momento. Tomemos por ejemplo la pintura y veremos como refleja ese temor al no parecer suficientemente duro; prueba de ello es que no abundan los lienzos de paisajes (al contrario que en el resto de Europa donde se trata el tema en profundidad), si no es como fondo de unas figuras concretas que le den solidez al conjunto y eviten la sensación de inconsistencia que la simple representación de un bosque o un campo de margaritas podría producir. Asimismo, otro tema que tampoco se trata demasiado es el retrato de niños, con excepción de los pertenecientes a la familia real y muy pocos más: la infancia española no tenía tiempo de serlo, maduraba deprisa y aprendía rápidamente a sobrevivir, captando el artista esta realidad de la época en el pilluelo de raídas ropas al que el hambre aguza el ingenio, haciéndole perder ese candor e indefensión que habitualmente se relacionan con la poca edad.
El artista español se cree en la necesidad de pisar tierra firme y no hacer concesiones a lo que él considera frivolidad. Seriamente convencido de la perfecta e indisoluble simbiosis de cuerpo y alma, su arte se vuelca en temas religiosos, pero en los que el dramatismo de la imagen se sobreponga a la espiritualidad y el sosiego, haciéndolo patente incluso en la imagen de María, que aparece casi siempre llorando patéticamente la muerte de su Hijo, huyéndose de representarla en actitudes más dulces y serenas.
El suave y tierno mundo del belén no podía ser ajeno a esta forma de entender la vida, y los maestros que durante estos dos siglos lo abordan, no lo hacen porque el tema en sí les parezca suficientemente atractivo, sino porque tienen alguna motivación personal para hacerlo: Andaluces y levantinos por la influencia que su zona de residencia, de temperaturas más templadas, ejerce sobre su carácter, dulcificándolo; y en cuanto a los castellanos, tampoco quedan desvirtuadas nuestras afirmaciones, ya que uno de sus máximos representantes en el siglo XVII es Gutiérrez de Torices, y su dedicación queda plenamente justificada por el hecho de ser fraile mercedario y presuponérsele esa inclinación que las Ordenes religiosas sentían hacia el belén desde que San Francisco de Asís lo instituyó como tal len el siglo XIII.
Hecha la exposición anterior, pasemos ya a datos concretos sobre el arte belenístico en España.
Desde el siglo XIII hasta el XVI, las representaciones del Misterio quedan prácticamente limitadas por los muros de los conventos, primando en ellas su contenido religioso sobre la belleza artística de la obra.
Los siglos XVI y XVII aportan unos antecedentes dignos de tener en cuenta y que abonarán el terreno para su explosivo florecimiento en el siglo XVIII, a partir del cual la costumbre arraiga profundamente, ayudando la mejora en el estilo de vida a que las gentes tengan tiempo y ánimos para disfrutar del arte, una vez que han visto cubiertas sus necesidades más primordiales.
Así pues, durante el XVI y XVII podemos distinguir dos escuelas perfectamente diferenciadas: castellana y andaluza, aunque es a partir del XVII cuando la figura exenta cobra importancia, ya que durante el siglo anterior el tema se trata, casi exclusivamente, en retablos.
Como retablistas podemos mencionar a Alonso Berruguete y Diego de Siloé, en la castellana; siendo Juan Martínez Montañés quien mejor representa la andaluza.
En cuanto a figuras exentas, tenemos a Fray Eugenio Gutiérrez de Torices, en la zona centro; destacando José Risueño, Pedro Duque Cornejo y Luisa Roldán "La Roldana", en Andalucía.
Las figuras del fraile mercedario Eugenio Gutiérrez de Torices, tienen la peculiaridad de la materia empleada en su confección: la cera. Les confiere ésta una finura y transparencia que las hace exquisitas y, a pesar de ser figuras de vestir, como las napolitanas, no admiten comparación, ya que los colores de de sus vestidos cortesanos, confeccionados en tela y papel, también son pálidos, como desvaídos, en contraposición con las de Nápoles que son modelos tomados del pueblo, con sanos colores en las mejillas y abigarrada espectacularidad en el vestir. En el Museo Nacional de Artes Decorativas de Madrid podemos admirar algunas de ellas, dispuestas en pequeños escenarios independientes (dentro de un mueblo relicario), representando seis escenas de la vida de María: Desposorios, Anunciación, Visitación, Adoración de los Pastores, Adoración de los Magos y Huida a Egipto.