La dictadura de Primo de Rivera, en lo económico, propició un período de relativa prosperidad, con bajos índices de paro y conflictividad social. Estas circunstancias posibilitaron una mayor disponibilidad de recursos monetarios y, en este contexto, se pudo acometer el Plan de Defensa de Costa de las Bases Navales Españolas de 1926. Sin embargo, desde un planteamiento político, el mantenimiento del régimen dictatorial resultaba a todas luces insostenible y el 14 de abril de 1931 se proclamó la II República.
El plan de defensa de Costa de las Bases Navales: situación de partida
Por primera vez en muchos años las finanzas de la Nación se encontraban en condiciones de afrontar grandes proyectos defensivos y la vieja aspiración de crear una base naval en el Mediterráneo volvió a tomar vigencia. Por Real Orden de 13 de julio de 1926 se encomendó, a las Juntas de Defensa y Armamento de El Ferrol, Mahón y Cartagena, la elaboración de los tanteos y estudios necesarios para el emplazamiento, en los frentes marítimos de las referidas bases, de las baterías de costa que habrían de conformar el Plan de Defensa y Artillado de las Bases Marítimas Españolas.
En el caso de Cartagena, su situación geoestratégica no se había modificado sustancialmente con respecto a los parámetros que propiciaron la elaboración del antiguo Plan de Defensa de 1912. Pero, en cierto modo, se prescindió de la creación de grandes infraestructuras en el Arsenal y el puerto, para dar prioridad al artillado de la costa. De esta manera, se renunció al proyecto de construcción de un antepuerto en Escombreras, porque el escaso tonelaje y calado de los acorazados españoles permitía su atraque al abrigo del espigón de La Curra.
Los criterios de defensa de costa seguían plenamente vigentes en 1926, puesto que, tras la I Guerra Mundial, los acorazados seguían aumentando su tonelaje y los montajes a bordo llegaban ya a los 400 mm, con alcances de 30 km. Otra variable que se introdujo como consecuencia de la Guerra Mundial fue la consideración de la defensa antiaérea, debido al cada vez más importante auge de la aviación de combate. En este sentido, había que atender a la protección antiaérea de la Base Naval y de las bases aéreas propias de los Alcázares y San Javier.
El plan de defensa de Costa de las Bases Navales: Medidas
Los oficiales de Artillería e Ingenieros estudiaron los emplazamientos más adecuados para situar las baterías, en función de los últimos avances y tácticas empleadas en el tiro naval, siendo la principal conclusión la conveniencia de situar las piezas a cotas elevadas, dado que el tiro naval contra una base se efectuaba contra blancos extensos, tomando un gran radio de acción (Arsenal, puerto, población). El tiro contra las baterías de costa se podía verificar de dos formas, según que las baterías estuviesen emplazadas a baja o a alta cota. En el primer caso, el buque utilizaría el fuego rasante y, en el segundo, lo haría por dos medios: tiro por ordenada máxima, que consiste en alcanzar el blanco con el vértice de la trayectoria, donde la distancia del tiro es la abscisa del vértice que comprende, y será tanto más incierto cuanto más elevada sea la cota de la batería; y mediante el tiro fijante, que trataría de alcanzar el blanco con la rama descendente de la trayectoria. Esto hacía ver la casi invulnerabilidad de las baterías situadas a cota elevada, ya que el buque tendría que tomar grandes distancias para efectuar los disparos, haciéndose imposible la observación visual.
Por su parte, la finalidad del tiro de las baterías de costa sería la neutralización del contrario, mediante los tres objetivos fundamentales del tiro de costa: perforación de corazas verticales, destrucción de superestructuras y perforación de cubiertas blindadas. Para perforar las corazas de cintura con espesores de más de 200 mm, se hacía imprescindible la utilización de piezas de grueso calibre. Su mejor aplicación era a distancias cortas de combate (menos de 10 km), y el principal inconveniente, la lenta cadencia de fuego. Para batir superestructuras y blindajes de poco espesor (cruceros y destructores), las piezas más adecuadas eran las de calibres medios, que tenían la doble ventaja de su alta velocidad de tiro y la posibilidad de cubrir los sectores de los ángulos muertos que dejan las baterías de grueso calibre. Para batir las cubiertas horizontales a grandes distancias se utiliza la artillería de grueso calibre, teniendo en cuenta que a dichas distancias hacen el efecto del obús, por la inclinación del ángulo de tiro que alcanza fuertes ángulos de caída.
El tercio medio de la zona batida es el más débil para la defensa en lo referente al fuego de los cañones de grueso calibre, ya que los ángulos de caída de los proyectiles son amplios para perforar las corazas verticales y pequeños para las horizontales. En este caso, se hacía necesaria la utilización de obuses de largo alcance, para batir las cubiertas horizontales en la zona intermedia; el límite de distancia en que el cañón de grueso calibre entra en eficacia. Tras estas consideraciones, se convino situar los gruesos calibres a cotas elevadas; situarlos en los puntos más salientes de la costa; combinar la acción de los cañones con la de los obuses; emplazar artillería de mediado calibre para cubrir los ángulos muertos dejados por las grandes piezas, y emplazar baterías antiaéreas para la defensa de punto de los emplazamientos.
El entorno geográfico de la base requirió también un minucioso estudio topográfico, para seleccionar los emplazamientos más adecuados para la ubicación de las baterías, en función de sus calibres y campos de acción táctica. La tarea resultó ardua y laboriosa, dado que el litoral de Cartagena, desde el cabo Tiñoso al cabo de Palos, está recorrido por una serie de sierras paralelas al borde del mar, con altitudes que, en algunos casos, superan los 400 m. De Levante a Poniente las sierras de Cartagena, Atamaría, Fausilla, Roldán y Cedacero conforman un paisaje abrupto y escarpado, con pendientes cortadas a cuchillo y pequeñas calas y ensenadas, como únicos puntos de acceso a la costa.
Una vez concluidos los trabajos topográficos, la Junta de Defensa y Armamento de la Plaza, al disponer sólo de dos baterías de grueso calibre, el general López Pinto había solicitado cuatro para establecerlas en cabo Tiñoso, cabo de Agua, cabo Negrete y al norte del mar Menor, dispuso que se emplazaran en el cabo Tiñoso y el cabo Negrete, pues cruzando sus fuegos protegerían el puerto, la población y el Arsenal de Cartagena.
El despliegue se planteó considerando que, tanto las baterías de costa como las embarcadas, montasen piezas con las mismas condiciones balísticas, pues, si bien, existían acorazados con cañones de 40 cm; los cañones de costa se podían emplazar en cotas próximas a los 300 m de altitud, que hacían alargar su alcance, con la ventaja de la observación fija y la gran amplitud de horizonte visible. (El horizonte visible a bordo, situado el observador a 35 m de altitud nunca excede de 20 km).
Las baterías de 38'1 cm tenían un amplio sector muerto bajo el acantilado y batían una zona de alcance de perforación vertical (en el espacio de trayectoria tensa), otra neutra y otra más alejada de perforación de cubiertas. Las dos baterías de obuses batirían parte de las zonas muertas de las baterías de grueso calibre, pero no llegaban a batir la zona neutra. Para batir esta zona neutra, los sectores muertos de las baterías de grueso calibre y ejercer acción sobre cruceros, destructores y fuerzas sutiles, se emplazarían cuatro baterías de calibre medio. Por último, las baterías antiaéreas de 10'5 cm defenderían los distintos grupos de baterías y, eventualmente, actuarían contra lanchas rápidas y submarinos en superficie. Este despliegue se amplió, como ya veremos, con motivo de la Guerra Civil.
El plan de defensa de Costa de las Bases Navales: Consecuencias y opiniones
En el mes de febrero de 1928, el inicio de las obras era inminente y, reunida la prensa en el histórico edifico del gobierno militar, el gobernador militar de la Plaza hizo pública la decisión del Ministerio de la Guerra del comienzo de los trabajos de artillado del frente marítimo de Cartagena. La noticia fue acogida con gran júbilo por todos los estamentos sociales de la población, ya que la ejecución de los distintos proyectos, además de la enorme inversión que suponía (300 millones de pesetas, de 1928), iba a proporcionar trabajo a una gran masa de obreros afectados por la segunda gran crisis de la minería. Esta mano de obra, por su parte, estaba especialmente cualificada para los distintos tipos de trabajos que se debían efectuar. Gran cantidad de artificieros, barrenadores, picadores, carreteros, aguadores, albañiles, herreros, peones... se tuvieron que contratar para los trabajos de desmonte, demoliciones, etc. Oficios abundantes en la zona, sobre todo, en la minería y la industria local.
El 2 de febrero de 1928, el 'Eco de Cartagena' publicó el escrito enviado por el alcalde de Cartagena al coronel jefe de la Comandancia de Ingenieros de la Plaza, que se expresaba en los siguientes términos: ''En Comisión Permanente de este Excmo. Ayuntamiento, celebrada el día 27 del pasado mes, se acordó que, teniendo en cuenta la eficaz colaboración de esa Comandancia de Ingenieros y de su Jefatura, para que sean implantados los trabajos de ejecución de obras de defensa del frente marítimo de esta Base Naval, se dirige a V. E. escrito, expresándole el reconocimiento de esta Corporación de mi Presidencia, por los beneficios que tales obras suponen especialmente para las clases humildes de la población que, con ello, habrán de encontrar medios de trabajo. Lo que me es grato trasladar a V. S. para su conocimiento y el del personal a sus órdenes...''.
Una vez más, la relación Fuerzas Armadas-sociedad civil se estableció en nuestra ciudad en términos de colaboración y apoyo mutuo, como tantas veces ha ocurrido a lo largo de la Historia. Esta identificación intrínseca está en la base del carácter de los habitantes de la localidad, que siempre vieron como propios los sentimientos castrenses, de los que difícilmente se podrían desvincular, sobre todo, si tenemos en cuenta que la razón de ser de esta ciudad estriba en su condición de Plaza Fuerte, que lo ha sido a lo largo de su milenaria Historia. En el año 1926 la Comandancia de Artillería de Cartagena había pasado a llamarse Regimiento de Artillería de Costa n.º 3, denominación que continuó hasta el final de la Guerra Civil, el período de tiempo que incluye el devenir de este Regimiento.