En el año 1935, el general López Pinto, artífice del artillado moderno de la costa de Cartagena, publicó en el Memorial de Artillería un artículo titulado: 'Estudio sobre la defensa de Costas'. En él se recogía toda la doctrina de defensa de las bases navales, emanada de la experiencia de la I Guerra Mundial, en la que, a su vez, la tecnología militar ya había incorporado las enseñanzas de los dos principales conflictos anteriores, donde se vieron implicadas sendas bases navales, que fueron atacadas por dos grandes flotas. Se trataba de la Guerra de Crimea, con el ataque a la base de Gallípoli (1853) y la Guerra Ruso-Japonesa (1905), con el ataque a la base de Port-Arthur.
En el artículo, el general indicaba que la política defensiva se debía encaminar a alejar el temor de desembarcos enemigos e impedir la proximidad a las bases navales de las escuadras contrarias, de forma que no les fuese posible batirlas por los fuegos de la artillería embarcada, permitiendo así la entrada y salida de las unidades navales propias, con la máxima protección, y quedando, al mismo tiempo, a cubierto los arsenales, talleres, alojamientos y los buques que se encontrasen en sus bases. Estas conclusiones expresan claramente no sólo la necesidad de proteger las costas, sino la de poseer una potente Marina de guerra que, en un punto estratégico, pueda encontrarse a salvo, pertrechada y en condiciones de poder acudir a las misiones encomendadas. Desde el punto de vista geoestratégico, Cartagena ocupaba una posición de flanco que cubría la línea Marsella-Orán y controlaba la comunicación del estrecho de Gibraltar con el Mediterráneo Oriental. También constituía, durante el período de entreguerras, el apostadero y centro logístico mejor equipado para los intereses españoles del Norte de África, durante todo el primer tercio del siglo XX.
Por otra parte, la secular neutralidad en política internacional de la nación hacía que las potencias europeas con intereses en el Mediterráneo pudiesen ser eventualmente aliadas o enemigas. De esta manera, Francia sería formalmente aliada por el conflicto de Marruecos, mientras que con Inglaterra se mantenía el contencioso diplomático por la colonia de Gibraltar. La neutralidad exigía una política de autodefensa, por no contar con aliados seguros y, en este contexto, España necesitaba rehacer su maltrecha flota, prácticamente inexistente desde el 'Desastre del 98' y dotarse de una base naval moderna y autosuficiente. La gran base naval que necesitaba la Nación precisaba de un emplazamiento adecuado, que estuviese abrigada, y a suficiente distancia del alcance artillero de los acorazados de la época.
En 1912, fecha en la que la base militar de Cartagena estuvo a punto de desaparecer como cabecera del Departamento Marítimo Mediterráneo, los acorazados más poderosos desplazaban más de 25.000 t. y emplazaban piezas de hasta 35 cms. de calibre, con alcances superiores a los 20 kms. En esa fecha, la protección artillera de la base la constituían cuatro antiguas piezas krupps de 30,5 cms., cuyo alcance no superaba los 11 kms.
Federico Santaella Pascual
Revista Cartagena histórica, monográfico nº 3