Comienza el 1648 sin haber podido el Ayuntamiento, por falta de caudales, proveerse de harina y remediar la miseria y el hambre existente en la ciudad, y tal era el estado de las arcas concejiles, que habiendo fallecido en la mayor miseria, en los primeros días de enero, D. Diego de Mendoza, encargado de la cobranza de ciertos impuestos, a quien se le debía una importante cantidad de maravedises y la familia no tenía ni uno para pagar el entierro, el Alcalde le da 150 reales, extraídos del impuesto sobre la libra de carne hasta el 31 de diciembre.
Grandes carestías
Escaseaba el pan y la gente pobre se alimentaba con galletas malas y algarrobas, y algunos con hierbas y palmitos, siendo tal el estado de ánimo de la población que no amanecía día sin que las autoridades no temiesen un motín, aunque a decir verdad no había estallado por no haber faltado en absoluto el pan, aunque todo hacía pensar que tarde o temprano tendría que ocurrir. Esto dio lugar a que en el cabildo celebrado el día 18 de enero, el regidor D. José Blanquete, llamara la atención de la Corporación para que se pensase seriamente en tomar rápidas medidas y evitar que la falta de pan llegara a provocar un alzamiento popular e impedir que los pobres continuaran alimentándose de la manera miserable que lo hacían y exhibieran sus rostros famélicos por las calles de la ciudad.
Llevado de su celo caritativo y de sus buenos deseos, propuso que personas comisionadas por el Ayuntamiento corrieran la comarca en busca de 800 fanegas de trigo y, una vez adquiridas, se depositaran en una sala del Almudí, cerrada con tres candados, cuyas llaves tendría una el Alcalde y las otras dos señores regidores, y que no se cobraran derechos al trigo que, por mar o tierra, llegase a la ciudad. Por unanimidad fue aceptada tal proposición y, al terminar el cabildo, se presentan en la Casa Consistorial unos arrieros, portadores de cuarenta cargas de trigo, y dan la consoladora noticia de haber llovido copiosamente en Lorca y Murcia, alcanzando el agua tres palmos de altura y, los labradores que no habían sembrado, lo estaban haciendo. El Alcalde buscó dinero, compró el trigo y lo depositó en el Almudí para repartirlo equitativamente entre los vecinos y los tahoneros.
También recibió el Ayuntamiento el siguiente memorial: "Agustín Guillén, Juan Bronal y Miguel Galán, patronos de cuatro barcos, decimos que, conociendo la necesidad que padece esta ciudad por la gran falta de cosecha que ha habido en este reino y, atendiendo a ella, hemos cargado en la costa de Valencia alguna cantidad de harina para el socorro de esta plaza, y teniendo noticia que Vuesa Señoría hizo acuerdo diciendo que, cualquiera que viniese por mar o tierra a traer harina o trigo le harían franco de todos derechos y, en virtud de él la hemos traído y nos piden que paguemos el derecho de puertos secos y dos por ciento y otros derechos más y esto nos sigue notable daño por haber comprado a excesivo precio la harina con que respectivamente a lo que vale aquí, nos perdemos si pagamos los dichos derechos. Suplicamos a Vuesa Señoría se sirva de mandar no nos cobren conforme lo tiene acordado, que en ello recibiremos favor, pues es de justicia. A la ciudad de Cartagena".
Confirió el Ayuntamiento sobre este negocio y acordó no cobrarles ninguna clase de derechos, no sólo atento a que era pública el hambre rigurosa que apretaba a los vecinos, por no tener dinero con que comprar bastimento para su sustento, como se estaba viendo, y se podía temer un contagio, porque los pobres no alcanzaban sino poco o ningún pan y se sustentaban, los más, con hierbas y palmitos de los montes, sino porque para ello tenía cédula real, autorizando la franquicia del trigo, cebada y cualquier otro cereal o legumbres o de todo aquello con lo que se pudiera hacer harina.
Medidas
Atraído también por la situación apretada que atravesaba Cartagena vino por entonces a ella un sujeto llamado Juan Navarro de Segovia, vecino de Tarazona, quien manifiesta al Concejo no tener inconveniente alguno en venderle cuatrocientas fanegas de trigo a seis ducados de a once la fanega, pesando tres arrobas y media de grano limpio, con la condición de que, de ser aceptada su proposición, entregando el trigo a diez leguas de la ciudad, debiendo el Ayuntamiento mandar recuas y cabañas para recogerlas. Los munícipes, mirando por el alivio de sus vecinos, y que en parte queden consolados de la mucha hambre que padecen, y no haber otro remedio más pronto para su socorro, aceptaron la proposición de Navarro, nombrando cuatro regidores para que con él se entendieran, y escribir al Sr. Corregidor y otras autoridades, suplicándoles dejaran transitar libremente el trigo y no se repitiera el caso ocurrido en noviembre del año anterior, en que el Alcalde de la ciudad de Vera embargara el grano que para el Pósito cartagenero conducían las cabañas de tres vecinos de Cartagena.
Claro y terminante está que el Ayuntamiento no perdonaba medio ni ocasión de surtir de harina a la ciudad, procurando el remedio de las necesidades del vecindario, y para ello ejerció algunas veces actos de violencia, encaminados al abastecimiento de la república. Tal ocurrió el día 15 de febrero en que el regidor D. Gabriel Bardasano noticia al Alcalde haber recibido carta de Gandía, comunicándole que podían proporcionarle seiscientas arrobas de harina, si enviaba por ellas, porque allí no había barco para mandarlas. Aceptóse la proposición, y el citado regidor habló con los patrones de tres barcos anclados en la bahía, ofreciéndoles espléndida remuneración si iban a recoger y traer la harina, pero los marinos se negaron a prestar el servicio que se les pedía, alegando no tener pertrechos y estar además comprometidos para ir a otros lugares. Oída esta respuesta por el Alcalde, ni corto ni perezoso envía al muelle dos escribanos municipales con orden de embargar los barcos, y un alguacil para que, en el acto, comparecieran ante su presencia los patrones, bajo la multa de cien ducados si se negaban. Tan convincentes razones y la promesa y escrituras que pidieran de serles pagados los fletes al desembarcar el último saco de harina, partieron al día siguiente los dos barcos para Gandía.
Para que la Misericordia Divina librara a la ciudad de la peste y lloviera por la falta que hacía el agua, fueron muchas las procesiones y novenas que se celebraron, pero habiendo llovido copiosamente en el mes de marzo en todo el término municipal, el día 20 se hizo una solemne procesión en acción de gracias, llevando en andas la imagen de la ermita de Nuestra Señora de Gracia a la iglesia del convento de San Diego, donde se hizo una grandiosa función religiosa.
Promulgadas en el año 1585, existían unas ordenanzas municipales, confirmadas por el rey, prohibiendo a los arrieros y mercaderes que venían a la ciudad para llevarse saladuras de pescado, si no traían carga harina u otros basamentos. Poco a poco cayeron en olvido estas ordenanzas y, dado el calamitoso estado en que yacía la ciudad, el jurado D. Juan Vidal, alza su voz en el cabildo tenido el 25 de enero, recordando las citadas ordenanzas y dice haberse sacado mucho bacalao y sardina sin traer harina ni grano de ninguna clase, ni comestibles, y pide a la Corporación se ponga en vigor las antiguas ordenanzas. Añade que Esteban Cabriel se obligó bajo escritura a traer dentro de cinco días cien arrobas de harina a cambio de ocho cargas de saladuras y no ha cumplido su compromiso, y pide se le apremie. Hace saber también que de tres años a aquella parte muchas personas sacaron saladuras bajo escritura de obligación y fiadores para traer harinas y no cumplieron su compromiso, y ruega a la Corporación mande lo más conveniente en beneficio de la población. Por unanimidad, acuerdan los munícipes se cumplan enérgicamente las ordenanzas bajo severas penas.