Varios son los tipos de estepa que se pueden diferenciar en nuestra región: aquellas más naturales, definidas por una vegetación que, aún siendo susceptible de un aprovechamiento agrario, en la actualidad están poco explotadas (tan sólo son dedicadas al pastoreo, actividades cinegéticas, etcétera), y aquellas sostenidas por una actividad agrícola permanente de tipo tradicional (campos cerealistas, barbechos, viñedos, etcétera). Algunas de las especies que aparecen en el primer tipo de estepa son endemismos murcianos y almerienses, como la escobilla (Salsola genistoides) y la boja negra (Artemisia barrilieri), especies que contribuyen en gran medida a organizar el tapiz vegetal de estos ambientes. Los materiales margosos son ricos en yesos y sales sódicas, condicionando la aparición de una flora adaptada a este tipo de sustratos, que forma comunidades denominadas gipsícolas, caracterizadas por la presencia de especies exclusivas como Ononis tridentata, Heliantemum squamatum, etcétera.
En las formaciones de saladar, sobre todo en aquellas asociadas a humedales, aunque ocultos a la vista por no presentar una lámina de agua (los llamados criptohumedales), la vegetación está compuesta por sosas y almarjos (Suaeda vera, S. pruinosa, Artrocnemum glaucum, Sarcocornia fruticosa, etcétera), destacando en ellos una quenopodiácea de distribución muy singular, Halocnemum strobilaceum, que abunda localmente en áreas del valle del Guadalentín.
En general la vegetación que aparece en los medios esteparios está formada por especies muy interesantes por sus adaptaciones a las condiciones tan extremas en que se desarrolla. La interpretación de estos paisajes vegetales ha sido motivo de polémicas, aún en la actualidad, habiendo partidarios de considerarlas como comunidades de carácter autóctono y otros que las consideran como etapas de sustitución resultantes de la alteración humana de bosques esclerófilos. Parece imponerse el acierto de ambas posturas, que han de verse más como complementarias que como antagónicas.
En este sentido, la paleopalinología (estudio del los granos de polen fósiles) ha puesto de manifiesto la existencia de espacios abiertos subesteparios en épocas pretéritas (Cuaternario), intercalados entre zonas de bosque. La persistencia de buen número de especies, típicamente esteparias, en el sudeste ibérico, se explica por el mantenimiento de esas condiciones edafoclimáticas en los posteriores episodios geológicos. El hombre y sus actividades ganaderas y agrícolas, unido a otros factores, debió ser el principal agente responsable de la expansión de los diversos tipos de vegetación esteparia en la Península. No obstante, ya existían, entonces, áreas desforestadas de forma natural en las que desarrollarse, por tratarse de suelos yesosos, margosos, salinos, etcétera.
Adaptaciones de la Vegetación Esteparia
Las especies de los medios esteparios han desarrollado, a lo largo de su evolución, eficaces sistemas adaptativos, tales como cutículas gruesas aislantes, mecanismos de cierre de los estomas, pilosidades, recubrimientos céreos o de escamas, colores blanquecinos que aumentan la reflexión solar, hojas blandas que se marchitan durante la estación seca, y otras muchas, habituales en las plantas denominadas comúnmente xerófitas, suculentas, halófitas, etcétera.
Las xerófitas son especies adaptadas a largos periodos de sequía, llegando a perder hasta un 25% de agua antes de marchitarse. Suelen desarrollar un extenso sistema radical (raíces), lo que condiciona la proximidad de sus pies, estando más separados cuanto más secas sean las localidades y viceversa. A la vez que aumenta la superficie que va a absorber agua, disminuye la que puede perderse de la planta. Se produce así una reducción de las hojas, llegando a hacerse escamiformes, o se revuelven sus bordes, disminuyendo la superficie foliar; los estomas aparecen en menor número, en ocasiones hundidos y recubiertos de pelos protectores que a veces llegan a cubrir toda la planta. La reducción y desaparición de las hojas, o su transformación en espinas, impediría, en principio la realización de la fotosítesis, pero se compensa con la aparición de tallos de color verde; otras se desprenden de las hojas durante el periodo seco soportando la sequía, y así un largo etcétera.
Las denominadas suculentas soportan la aridez gracias al agua acumulada en los periodos lluviosos y que han conservado para utilizarla en la época desfavorable.
Por último las halófitas, son especies adaptadas a suelos con una salinidad elevada, en este caso sales de calcio y magnesio. Llegan a soportar salinidades en el suelo del 10% o más, lo que logran acumulando ellas mismas sales en su interior, permitiendo de este modo la absorción de agua externa, o con la aparición de glándulas que excretan sales o desarrollando una falsa suculencia.
Es frecuente que la presencia de sales en el suelo y la aridez aparezcan unidas en la región, por lo que las distintas especies de plantas suelen presentar combinaciones de los mecanismos de adaptación descritos.
Cada especie de estos inhóspitos parajes desempeña un importante papel pues sirve de alimento, de aporte de nutrientes, y de refugio, a otras especies, animales y vegetales, al disminuir la insolación abrasadora, aminorar los efectos perturbadores del viento, aportar materia orgánica al suelo que lentamente va creando y fijando, etcétera, es decir, creando todo un microclima menos agreste que el de su entorno.
Los estudios de contenidos estomacales de algunas aves típicamente esteparias, como la avutarda (Otis tarda) o la ganga (Pterocles alchata), revelan la importancia en su dieta de las denominadas "malas hierbas", encontrándose abundantes semillas de distintas especies de los géneros Polygonum, Coronilla, Medicago, Astragalus, Melilotus, Vicia, Chenopodium, Trifolium, Convolvulus, Bromus, Ononis, Poa, Hordeum, Eruca, etcétera.