I. POBLACIÓN

    Un territorio casi desierto

    Cartagena, y el reino de Murcia en general, arrastraron un enorme lastre a lo largo de la etapa medieval y comienzos de la moderna: su considerable despoblación. En este hecho coinciden todos los historiadores, tanto nacionales (J. Nadal, Domínguez Ortiz, Martín Galán, F. Bustelo, etc.) como regionales (J. Torres Fontes, J. I. Gutiérrez Nieto, F. Chacón, R. Torres, G. Lemeunier, etc.).

    Esto era debido fundamentalmente al propio proceso de la Reconquista, que había hecho del reino de Murcia un territorio marginal y de frontera, situado entre dos reinos hostiles (Aragón y Granada). En Cartagena este fenómeno se magnificó aún más al estar sometida continuamente al ataque despiadado de piratas y corsarios y a la lejanía con respecto a otros núcleos habitados (Murcia, Lorca y Alicante); de ahí que las posibilidades demográficas de la ciudad y su campo fueran mínimas y el retraso con respecto a otras ciudades y comarcas españolas prácticamente irrecuperable.

    El aumento de población

    Eliminados estos frenos seculares al desarrollo, la Edad Moderna ofreció a Cartagena otras compensaciones (comercio portuario, la inversión del Arsenal, etc.) que lograron resarcirle de su dilatada postración, propiciando un crecimiento espectacular sin precedentes. Si hacia 1500 el término cartagenero no disponía de más de 1.200 habitantes, cuando acabe la Edad Moderna, esto es, sobre 1797 (censo de Godoy), el número de vecinos superará las 50.000 almas. Es decir, una cifra casi cincuenta veces superior, o lo que es lo mismo, un crecimiento demográfico para la Edad Moderna del 4.166 %. Precisamente en este sentido nuestra ciudad es uno de los casos paradigmáticos de la historia de España, puesto que se conocen pocos ejemplos similares.

    Al llegar a Cartagena, nuestro viajero inglés comenta que''¿es población, dicen, de 60.000 almas, distribuidas en 15.000 familias'' (el mismo número de familias que estima para la ciudad de Murcia) y no parece sorprenderse por su número, pues debía conocer otras ciudades más populosas, como su Londres natal u otras que había visitado en España, como Cádiz, Sevilla o Granada, sin embargo, Cartagena no quedaba muy lejos de ellas

    Particularidades

    Sin embargo, es preciso apuntar una serie de matizaciones:

  • En primer lugar, la ciudad contaba con un nutrido contingente militar, calculado por Rafael Torres en 12.762 soldados y oficiales (TORRES SÁNCHEZ, R., 1998, 64).

  • La pujanza del campo cartagenero continuaba imparable, aportando un 33,5 % de la población, o lo que es lo mismo, 16.735 habitantes.

  • Existe un número nada despreciable de población flotante (marinos, comerciantes, carreteros, vagabundos, forzados, esclavos, gitanos, etc.) que no se incluye en el cómputo general.


    Sumados el contingente militar y la población campesina arrojarían los 49.957 habitantes inscritos en el censo de Godoy de 1797. Seis años después, en 1803, se produce el máximo histórico con el que se cierra el brillante siglo XVIII: 56.760 cartageneros. Después de aquí, las epidemias de fiebre amarilla de 1804, 1810 y 1811, y los efectos altamente nocivos de la Guerra de la Independencia situarían la población de Cartagena hacia 1813 en un 47,3 % de lo que había sido diez años antes. El retroceso en este sentido fue brutal, propiciando una mala entrada en el turbulento siglo XIX.  

    II. SOCIEDAD

    Los europeos del Antiguo Régimen se agrupaban jurídicamente en estamentos, estructurados en dos grandes sectores: el privilegiado y el no privilegiado. La pertenencia o no a uno de estos grupos estaba condicionada, además de por el nacimiento, por otros signos de diferenciación social, como el linaje, el honor, la honra o la exención fiscal. Este sistema jerárquico permanecía inalterable desde su origen medieval y se manifestaba con todo su lustre en la España de finales del XVIII y, por supuesto, en Cartagena.

    Pero a pesar de su sencillez, detrás de esta división social tan radical se escondía un heterogéneo mundo de clases y grupos, emergentes los unos (como por ejemplo la burguesía, los altos funcionarios o los labradores enriquecidos) y en franco retroceso algunos otros (esclavos, forzados de galeras, ganaderos), que le aportaba un carácter multicolor y variopinto, cuyos matices se multiplicaban en una ciudad portuaria y cosmopolita como la Cartagena del XVIII.

    Privilegiados

    Afortunadamente, el estamento privilegiado cartagenero era muy minoritario. Se limitaba a unas pocas familias, en su mayor parte relacionadas con la actividad militar del Departamento marítimo. En verdad, Cartagena nunca tuvo un nutrido grupo nobiliario, como ocurría en las viejas capitales castellanas, en parte porque su desarrollo tardío a partir del siglo XVI lo impidió, pero también porque su impronta comercial repelía a unas clases que consideraban una vileza las labores manuales y mercantiles.

    Así las cosas, la cúspide de la pirámide social cartagenera se limitó a una oligarquía seminobiliaria que controlaba el poder político (Concejo) y económico (explotación agropecuaria, comercio portuario, etc.), a la que fue muy asequible acceder desde la alta burguesía (autóctona o extranjera asimilada). Por tanto, se reducía a unos pocos apellidos ilustres: los marqueses de Casa-Tilly, los de Camachos o los de Montanaro; los condes de Peñalva, de Ricla o de Pozo Nuevo, y poco más. Sin embargo, si incluimos en esta relación a la mediana y baja nobleza, es decir, a los considerados como simples hidalgos, el número de éstos superaba la centena y en alguno de los censos conocidos, como el de 1771, representan cerca del 5% de la población, un porcentaje nada despreciable.

    El otro componente del estamento privilegiado, el clero, sufría un claro proceso de regresión en Cartagena, hasta el punto de que si a comienzos del siglo XVIII suponían el 5,1 % de la población a fines del mismo se movían en torno a 1,5 % (R. TORRES, 1998, 110) . De hecho, para nuestro viajero inglés lo único que le llama la atención de ellos es la enorme desproporción entre el clero regular masculino y el femenino: ''ninguno de los conventos me pareció digno de atención; pero el número de los destinados a los hombres es verdaderamente notable, porque de nueve, ocho son para ellos; no pude lograr saber por qué razón han de ese modo descuidado el pensar en las mujeres''.

    El estado llano

    Empero, la mayor parte de la población (85-90 %) formaba parte del estado llano o estamento no privilegiado. Dentro de éste la composición social era muy heterogénea, de tal forma que existía una enorme diferencia entre un mercader de lonja o un rico hacendado y un pescador o un jornalero del campo de Cartagena, excluyendo del mismo a la población marginal (vagabundos, pobres, presidiarios) que en nuestra ciudad era muy numerosa.

    La burguesía siempre tuvo aquí un lugar muy destacado. Este detalle se debía fundamentalmente a la existencia del puerto, que generaba un enorme movimiento de mercancías y capitales; si además le añadimos el revulsivo del Arsenal y las construcciones paralelas, comprenderemos fácilmente que a fines del siglo XVIII existiera en nuestra ciudad un importante elenco mercantil, que alimentaba a otras ramas de lo que podemos denominar ''sector servicios'' (administración, transportes, profesiones liberales, servicio doméstico, sanidad, etc.), representando todo el sector entre un 20 y 25 % de la población.

    Los ocupados en los gremios ''industriales'' o artesanales eran también numerosos, sobre todo en las especialidades de textil, carpintería, construcción naval, alimentación y albañilería, justificadas obviamente por la enorme demanda laboral que generó el Arsenal, las fortificaciones y la construcción de dependencias oficiales (osciló en torno al 15-25 % de la población).

    El campo de Cartagena también conoció su propio esplendor dieciochesco, de tal manera que hacia 1797 ocupaba a más del 20 % de los cartageneros. Eran en su gran mayoría jornaleros (el 73,6 %), aunque también es de notar la presencia de un importante grupo de labradores o propietarios de tierras (el 17 % de los campesinos). Pescadores, pastores, ganaderos y hortelanos apenas representaban juntos el 10 % del sector primario cartagenero.

    El elemento militar

    Un grupo con consideración aparte es el militar. El contingente destacado en Cartagena en 1787 era 12.762 hombres, esto es, el 25,5 % de la población, o lo que es lo mismo, uno de cada cuatro cartageneros. También aquí existe una gran variedad jerárquica que se inicia en la diferenciación entre oficiales y no oficiales, personal de marina y tierra, los cuerpos generales, del Ministerio, de ingenieros y fijos, personal de marinería, infantería, artillería, pilotos, contramaestres, cirujanos, etc. La misma ''cadena de mando'' imponía rigurosas distinciones entre almirantes, capitanes, tenientes o ingenieros (casi todos procedentes de escuela, tras superar duras ''probanzas de sangre'' que verificaban su origen nobiliario) y el resto de personal de tierra o a bordo (suboficiales, cabos, marinería, infantería, etc.).

    Los marginados

    Nos resta conocer la denominada ''población marginal''. En este apartado, el propio carácter portuario de Cartagena, con el trasiego constante de gentes de toda ralea, y el funcionamiento de la maquinaria militar antigua, que se apoyaba en los trabajos forzados de presidiarios y esclavos, creaban una bolsa continua de población desarraigada, que encontraba aquí un ambiente muy propicio a su naturaleza.

    Nuestra ciudad era famosa en ese sentido y todos los escritores y viajeros que la visitaron en los siglos XVI al XVIII lo destacaban particularmente: ''hay en ese Arsenal dos mil criminales ¿señala en 1787 J. Townsend-, casi todos ladrones, que, condenados a la cadena, son llamados presidiarios. Son empleados en los trabajos más viles, algunos por cinco años, otros por diez; al expirar ese plazo, son vomitados sobre la sociedad, sin estar corregidos y sin haberse acostumbrado al trabajo. Por el contrario, se han corrompido en el trato con otros ladrones y se han hecho incapaces de entregarse a otras ocupaciones a que estaban en principio destinados''.

    No nos debe extrañar, por tanto, que en la Cartagena ilustrada existiese un alto índice de delincuencia y peligrosidad, pues a aquellos se sumaban también los esclavos berberiscos y negros, los vagabundos, gitanos y bandoleros (en montañas y campo), y los desembarcos ocasionales de piratas y corsarios. Un informe de 1786 así lo confirmaba, aconsejando la necesidad de establecer alcaldes de barrio, serenos y alumbrado, pues ''mientras exista puerto habrá comercio y vendrán gentes y habrá confusión''.