Oraciones y sacrificios

Los romanos atesoraban variedad de creencias y supersticiones. Realizaban ofrendas a los dioses y les dedicaban oraciones y sacrificios para obtener sus favores.

Las oraciones o carmina eran para los romanos fórmulas mágicas con las que atraer la buena voluntad de las deidades, debían pronunciarlas en su totalidad y con claridad, acompañadas de los ritos pertinentes, de lo contrario perdían su eficacia. Constaban de invocación al dios, sacrificio y petición.

El rito del sacrificio debía seguir, igualmente, unas reglas escrupulosas. Cada dios tenía un determinado tipo de víctima, que ha de ser conducida al altar, habitualmente ubicado frente a los templos, adornada con vendas y rociada con harina salada. A continuación, degollaban al animal y le extraían las entrañas, que eran analizadas por los arúspices, sacerdotes de origen oriental. Toda anomalía observada en el animal era interpretada como signo de mal agüero y suponía que la víctima fuese rechazada y se ofreciese otra. A continuación, mezclaban las vísceras con sangre y las quemaban en el altar.

También se consideraba sacrificio las lustraciones, purificaciones colectivas que se hacían en circunstancias importantes y cada cinco años.

Ritos de los antepasados

Los romanos realizaban ofrendas a los manes o espíritus de sus antepasados para propiciar su ayuda y sosiego, de lo contrario vagarían errantes y podrían convertirse en espíritus negativos.

En las fiestas funerarias ofrecían en sus tumbas alimentos, bebidas, flores y obsequios, además de dedicarles oraciones diarias y recordarlos mediante mascarillas de cera colgadas de las paredes de las casas.

Cuando alguien moría, al entierro asistían sus manes, representados por maniquíes voluntarios con las máscaras de cera que los identificaban. Antes de encender el fuego para efectuar el rito de la cremación, un familiar cercano abría los ojos del difunto para permitirle ver por última vez la luz, luego los cerraba y le colocaba una moneda en la boca para que éste pagase su viaje al más allá a Caronte, el barquero del Estiga en el inframundo.

Sin embargo, también existían espíritus malévolos, denominados lemures, que podían atormentar a los vivos. Para alejarlos de sus hogares el pater familias, en la media noche de los días 9,11 y 13 de mayo, después de lavarse las manos en señal de purificación, echaba puñados de habas negras hacia atrás para que les sirviesen de alimento y así apaciguarlos.

Fiestas en honor a los dioses

El calendario romano reservaba días para la celebración de fiestas y juegos en honor a los dioses. Entre las festividades religiosas romanas más importantes figuraban los Saturnales, dedicados al dios Saturno, las Lupercales, que propiciaban la exaltación de la fertilidad, o los Juegos Seculares, celebraciones religiosas en las que se realizaban sacrificios y se llevaban a cabo representaciones teatrales.

Pero, además, cuando ocurría una gran calamidad o prodigio que la sabiduría de los sacerdotes no era capaz de explicar, se hacían ceremonias religiosas que podían ir desde las purificaciones por medio de agua, mezclada a menudo con sal, fuego o ambas cosas a la vez, hasta la celebración de los lectisternios, que consistían en un gran banquete ofrecido a los dioses foráneos cuyas imágenes o símbolos recostaban alrededor de la mesa, ofreciéndoles alimentos como al resto de comensales.

Supersticiones

Los vaticinios y la adivinación eran parte importante de la vida y la religión de los romanos, a quienes preocupaba el conocimiento del futuro y de la voluntad de los dioses. Los augures eran los sacerdotes especializados en presagiar acontecimientos, interpretando la voluntad de los dioses, y a ellos se les consultaba a la hora de emprender alguna empresa importante, como por ejemplo una batalla.

En la superstición romana ciertos comportamientos de animales podían presagiar bonanzas o calamidades. Por ejemplo, el búho era considerado como anuncio de infortunios, mientras que la abeja era un insecto sagrado y mensajero de los dioses.