La supremacía y el poder ejercido por la ciudad de Roma sobre todo su imperio durante más de VIII siglos se debían a su fuerza política y, principalmente, a la superioridad y hegemonía de su ejército. La potencia de las legiones romanas hizo que todas las riberas del Mare Nostrum cayeran bajo el poder de Roma, pero además las tropas itálicas se adentrarían en el Centro de Europa y las Islas Británicas. Nadie podía detener su maquinaria de guerra y conquista.
Los ideales que guiaban al ejército romano estaban basados en la fuerza de sus líderes: generales y políticos experimentados, con dotes de mando, que alcanzaban sus privilegiadas posiciones tras una extrema competencia. Tanto estos como los legionarios veían en el ejército una gran oportunidad para abordar proyectos individuales que sirvieran al fin común: la expansión territorial romana.
La superioridad tecnológica de su armamento mostraba otra de las facultades con las que contaban las legiones. Roma disponía de mejores materiales, con aleaciones más puras para el armamento ligero, así como una maquinaria adecuada capaz de fabricar armas de artillería pesada, torres de asedio o levantar campamentos en menos tiempo que sus adversarios.
La rígida formación de los legionarios, con habilidades que sobrepasaban lo meramente militar, dispuso que los soldados fueran responsables de su propia intendencia, superando la problemática distribución de alimento entre las tropas y permaneciendo autosuficientes en el campo de batalla.
Vida diaria de un legionario romano
Tras un duro entrenamiento a base de marchas kilométricas y luchas diarias, los supervivientes o milites (soldados que han superado el periodo de adiestramiento), pasaban a formar parte de las legiones romanas, al menos durante 20 años.
Las principales tareas que abordaba un legionario a lo largo de un día cualquiera estaban relacionadas con la defensa del campamento (guardias o patrullas), limpieza y obras civiles como la construcción de calzadas. No obstante, si el legionario había llegado al ejército tras haber aprendido un oficio era usual que siguiera desempeñándolo.
Los soldados no podían casarse. Como contraprestación el sueldo de un legionario era muy superior al de un labrador y comparable al de los médicos romanos. También contaban con la posibilidad de saqueo tras la derrota enemiga y recompensas que obtenían de sus generales ya que si la batalla era ganada por Roma, ganaban sus legionarios.
Pero no todos los soldados que conformaban las legiones romanas tenían en buena consideración a sus altos mandos y compañeros. Así Percenio lideró un motín contra Tiberio en el siglo I d.C., revelando sus motivos con palabras como "el servicio militar es duro y poco provechoso. Tu cuerpo y alma se valoran en unas cuantas monedas por día; con esta limosna tienes, además, que pagar la ropa, las armas y las tiendas de campaña, así como los sobornos para los centuriones que son demasiado crueles, y poder librarte así de los encargos pesados".
La supremacía del ejército romano y su largo asedio acabaron en el 209 a.C. con la resistencia cartaginesa en Qart Hadast. Publico Cornelio Escipión tomó la ciudad y dispuso dos coronas murales para los primeros soldados que traspasaran las murallas púnicas (uno por tierra y otro por mar). Las legiones romanas avanzaban en sus conquistas, había nacido Carthago Nova.