Como sucede con los grandes personajes de la Historia, su legado termina por sobresalir a pesar del olvido y el encono. Y como también es frecuente, sus aportaciones no son reconocidas hasta que los años consiguen dejar atrás la falta de perspectiva, la incomprensión e incluso la mala voluntad. Es lo que pasó con Isaac Peral. Marino, ingeniero, geógrafo, pero, sobre todo, brillante inventor, pudo ser uno de los nombres más sobresalientes de las ciencias españolas del siglo XIX de no haber sido por las intrigas de su tiempo, que impidieron valorar cabalmente su proyecto del submarino torpedero, el primero de la Historia.
Pero el paso del tiempo no sólo consiguió rescatar el nombre de Isaac Peral, sino que también multiplicó la admiración y las honras tanto al personaje como a su invento. Fueron Cartagena y los cartageneros quienes protagonizaron esta especie de reacción desde comienzos del siglo XX. Esta tierra había visto nacer a Isaac Peral en el callejón de Zorrilla, que aún conserva la casa natal del científico, que pronto partió hacia Cádiz, nuevo destino de su padre.
Cuando las noticias del submarino fueron públicas y rodearon de fama al cartagenero, la admiración de su ciudad lo había acompañado. Y cuando, poco después, Peral fue difamado y su proyecto anulado, Cartagena sabría mantener limpia la memoria. Desde este lugar se siguieron los pasos del inventor hasta lamentar su muerte; y fue desde aquí que se reclamaron sus restos, como también los del submarino, para ofrecerle las honras merecidas.
Cartagena no había dado la espalda nunca a su hijo y esta conducta, unida al cariño de Peral por su tierra, hicieron que la viuda, Carmen Cencio, que había negado el cuerpo de su esposo a Cádiz, dijera en cambio: "aunque siento infinitamente que dejen de estar cerca de donde yo estoy, los cedo a los cartageneros en la seguridad de que tendrán siempre una plegaria para su alma y un recuerdo para su tumba". El legado y las aportaciones científicas de Isaac Peral se han recuperado para la memoria de España y del mundo. Museos, calles, edificios, monumentos, homenajes y placas reaparecen desde el siglo XX como muestra de una voluntad firme de ser justos con la Historia.