Se adelanta la embajada cristiana. Suenan clarines cristianos. Un centinela moro avisa a su embajador, que sale con gran majestad de forma pausada).
Embajador Moro:
¿Quién osa perturbar la tranquilidad de estos muros? ¿Quién la paz de la ciudad quebranta?
¿Quién rasga el cielo murciano con sones de guerra? ¿Quién demanda mi presencia?
Embajador Cristiano:
¡La Cruz de Cristo y el Infante don Alfonso de Castilla! En cuyo nombre, vengo a hacerte embajada.
Y tú, que de esa guisa apareces, que con altivez demandas mi humana calidad, ¿qué dignidad ostentas en esta corte murciana?
Embajador Moro:
El Embajador de la Media Luna mahometana, cuyo manto se extiende desde Oriente a Occidente, cuya civilización cantan los poetas desde Damasco hasta Córdoba y cuyos minaretes se levantan erguidos ante Alá en los tres continentes, proclamando su gloria. ¿No crees pues, cristiano, que no hay altivez cuando en nombre de tan gran legado se habla?
Embajador Cristiano:
Hablas de glorias pasadas, musulmán. Que ya en Occidente sólo se yerguen banderas mahometanas en Granada, que ya los poetas cristianos cantan las glorias de Dios en Córdoba y Sevilla, por nuestro insigne rey Fernando conquistadas, que ya los minaretes sirven para alabanzas de Cristo en las ciudades castellanas. Así pues, ¡depón tu altivez que Castilla lo demanda!
Embajador Moro:
¿Castilla dices? ¡Tierra yerma y despoblada, hosca, sombría, hambrienta e inculta! Búscame un parangón, cristiano, con la riqueza de Murcia en tu tierra castellana. Desde Lorca hasta Abanilla, de Caravaca a Murcia, ¿dónde hallarás un vergel de semejante belleza?
Embajador Cristiano:
La Divina Providencia ha querido situar en este solar un paraíso, que habeis aprovechado con vuestra presencia, mientras que en las tierras yermas de Castilla, ha forjado hombres audaces, aguerridos guerreros, que han extendido la fe de Cristo desde las montañas del norte hasta las vegas del Guadalquivir. ¡No sé entonces, por qué parangonas algo que la naturaleza os ha dado!
Embajador Moro:
¿La naturaleza dices? ¡Ja, ja, ja, ja! Cuando Abderramán II fundó la ciudad de Murcia, este solar era una ciénaga infecta que las aguas del Segura inundaban por imperativo de esa naturaleza a la que aludes. Fueron los hijos del Islám los que transformaron ese pantano en esta hermosa ciudad que ves, cuyas murallas asombran, cuyas torres hablan con el cielo, cuyas puertas, desde Bad al Saria hasta Bad al Xecura, desde Bad al Quibla hasta Bad al Jufia, se abren para mostrar sus fuentes, sus jardines, sus alcázares, sus mezquitas, causando el asombro del mundo y el orgullo del Islám.
Embajador Cristiano:
¿Acaso crees que en Castilla no levantamos ciudades a mayor gloria del hombre y catedrales en loor de Nuestro Señor? Has de saber, musulmán, que desde las tierras cántabras hasta el reino de Galicia y desde León a Toledo, pasando por Burgos, Toro, Medina, Avila y un sinfín de ciudades castellanas, hay un mosaico de monumentos que hablan de las grandezas de la cultura cristiana.
Embajador Moro:
Cultura cristiana con artífices musulmanes: los mozárabes serán los alarifes de origen islámico que llenarán vuestras ciudades con manifestaciones de su arte o los mudéjares, que harán otro tanto, no sólo en el arte, sino también en la agricultura. No presumas pues, cristiano, de algo en cuyo origen nuestra cultura tanto ha determinado.
Embajador Cristiano:
No rechazo esa influencia, puesto que sus obras han sido realizadas a mayor gloria de Cristo, Nuestro Señor. Pero has de admitir la grandeza del maestro Mateo de Compostela, el maestro de Frómista, el de Silos y de otros tantos que han definido el arte cristiano de Castilla. ¿Y, qué decir de aquellos otros que con su pluma han enaltecido el cristianismo y sus adalides? El poeta de Berceo, que no sólo ilumina la lengua castellana con su lírica, sino que ensalza el nombre de María, Nuestra Señora, a través de sus Milagros. O aquellos otros poetas que han cantado las glorias de nuestros héroes, Fernán González, el Cid y otros tantos que han defendido con su espada la causa cristiana.
Embajador Cristiano:
No rechazo esa influencia, puesto que sus obras han sido realizadas a mayor gloria de Cristo, Nuestro Señor. Pero has de admitir la grandeza del maestro Mateo de Compostela, el maestro de Frómista, el de Silos y de otros tantos que han definido el arte cristiano de Castilla. ¿Y, qué decir de aquellos otros que con su pluma han enaltecido el cristianismo y sus adalides? El poeta de Berceo, que no sólo ilumina la lengua castellana con su lírica, sino que ensalza el nombre de María, Nuestra Señora, a través de sus Milagros. O aquellos otros poetas que han cantado las glorias de nuestros héroes, Fernán González, el Cid y otros tantos que han defendido con su espada la causa cristiana.
Embajador Moro:
¿De poetas y héroes me hablas como si Murcia fuera ajena a ellos? Busca en tu tierra, cristiano, un poeta místico como Ibn Arabí, que a mayor gloria de nuestra ciudad es conocido en el mundo como ¿el Murciano¿. Y si de guerreros quieres hablar, has de recordar a Aben Mardenix, rey que fue de este reino cuando su nombre hacía temblar a la Cruz.
Embajador Cristiano:
¿Temblar la Cruz? ¿Así hablas cuando pocas fechas hace que la media luna se inclinaba en esta ciudad de Murcia ante el rey don Jaime de Aragón, aliado frente a la causa musulmana de nuestro señor don Fernando? La Cruz ha forjado una casta de guerreros que en otros tiempos, y desde vuestra propia civilización, mantuvieron en jaque al propio emir de Córdoba: hablo de Daisam ben Ishac, señor de la Cora de Todmir. Más recientemente, llegan a estas tierras caballeros que, en épocas de paz se dedican al servicio de Cristo, pero que trocan su hábito por férrea armadura cuando su fe lo demanda, como hicieron los Templarios en las comarcas del Noroeste o la Orden de Santiago desde el valle del Guadalentín.
Embajador Moro:
¡Castas de guerreros!... ¡Guerreros los almorávides!, que humillaron la cruz en Zalaca, que libraron Murcia de cristianos convirtiéndola en la ciudad más hermosa y prepotente de Al Andalus oriental...
Embajador Cristiano:
¡Basta musulmán! ¡Sigues hablando de glorias pasadas que las fuerzas de vuestras armas ya no pueden mantener! Cuando en la corte de Toledo hincaste la rodilla en tierra ante nuestro rey Fernando, solicitando vasallaje, ¿dónde dejaste esa altivez que ahora esgrimes? ¡No es hora de altaneras presunciones!, que el objeto de mi embajada es establecer las condiciones que en Alcaraz se establecieron y que mi señor, el Infante Alfonso, el nombre de su padre, el Rey Fernando de Castilla, viene a demandar a Aben Hud de Murcia. Así pues, avisa a tu rey que el embajador de Castilla demanda su presencia.
(El Embajador Moro hace una seña a un centinela, que pasa dentro a avisar a Aben Hud. Mientras sale el Rey, la embajada cristiana espera y el embajador moro hace el lamento por la pérdida de Murcia.)
Embajador Moro: Escucha el 'Lamento', recitado por Ángel Belmonte
Ya no reirán en Murcia sus fuentes,
Ya negará su sombra la morera,
Ya sus mezquitas silenciosas
Como silenciosas sus gentes,
Perderán la luz de primavera.
¡Dios, que amargo destino!
¡Qué sensación de impotencia!
¡Qué largo es, Oh Murcia, el camino
que me aleja tu presencia!
Oirá tu cielo lamentos,
Perderá tu huerta sus frutos,
Doblará su talle la palmera
en esta hora postrera
que vestirán tus hijos lutos
al abandonarte a cientos.
¿Quién poblará tus almenas?
¿Quién tus campos sembrará?
¿Quién tu llanto enjugará
cuando le cuentes tus penas?
Pero....Pero....¿Qué lagrimas vierto
Fruto de mi lamento?
Pues...¿debería hallarme contento
De no verme muerto?
No sé... no sé, Murcia, no sé.
Llora el que te pierde
Y pierde el que te llora,
Acaso... al cielo implora
El no saber defenderte.
(Se oyen trompas moras y sale Aben Hud. Al verlo, el Embajador Moro se inclina ante él y señala al cristiano.)
Aben Hud
Cristiano, ¿Qué quieres?
Embajador Cristiano:
Señor, el Infante Alfonso, hijo de Fernando, Rey de Castilla, acude a Murcia a recibir el vasallaje que tu embajada solicitó en Toledo y espera para fijar las condiciones.
Aben Hud:
Ruégale que venga.
(El Embajador Cristiano hace una seña a un jinete que vaya a avisar al Infante. Viene Alfonso con su boato a caballo. Al llegar, suenan los clarines cristianos. Sube al escenario el Infante y el Embajador Cristiano. El embajador moro se inclina.)
Embajador Moro:
Señor, Al Ahmar de Granada, en su afán expansivo, no cesa de hostigar las fronteras de nuestro reino e incita a la revuelta a los arráeces de Lorca, Cartagena, Mula y otras ciudades murcianas. Murcia se desmembra olvidando glorias pasadas cuando los huditas gobernaban desde Valencia hasta Córdoba y la estirpe se resiente al dejar desaparecer entre luchas intestinas tanta grandeza de tiempos pasados. Por ello nuestra anterior embajada en Toledo, solicitó vasallaje a tu augusto padre, el rey Fernando de Castilla.
Infante Alfonso:
Aceptado el vasallaje, es justo saber las condiciones. Embajador, ¡proclámalas!
Embajador Cristiano:
La ciudad de Murcia y las de su reino: Crevillente, Alicante, Orihuela, Elche, Aledo, Ricote, Cieza y otras más, pasarán a depender de la soberanía de Castilla. Asimismo, se establecerán guarniciones castellanas en sus principales alcázares y fortalezas y en caso de agresión de un enemigo común a esta alianza, los arráeces de las dichas ciudades estarán obligados a enviar fuerzas militares bajo el pendón de Castilla; y por último, y para contribuir a los gastos de defensa, la mitad de las rentas públicas, pasarán a la hacienda castellana.