Nacido de la nada y el trabajo
En la minera Cuesta de Gos, aldea nacida al abrigo de la sierra que le proporciona a Águilas esa simbiosis entre la aridez de la tierra y el aire fresco de la brisa marina, nació Francisco Rabal Valera, el día 8 de marzo de 1926, en el seno de una familia humilde; su madre, descendiente de familia molinera, y su padre, minero en las galerías excavadas prácticamente frente a su casa.
Con el ocaso de la minería en la zona las gentes que de ella vivían se vieron obligadas a buscar destinos en los que paliar carencias y necesidades. Unos se quedaron cerca; otros subieron al tren de la emigración interna. Éste, precisamente, fue el destino de la familia Rabal que, tras unos años en busca de acomodo laboral, se reunieron y asentaron en lo que entonces se conocía como la "sierra pobre de Madrid" –Braojos, Gargantilla de Lozoya, La Serna...–, situación y tiempo en que todos los miembros de la familia tuvieron que emplearse en los más variopintos quehaceres para amortiguar el golpe de las ineludibles privaciones.
Un niño obstinado en aprender
No pudieron las vicisitudes con la inteligencia natural de aquel niño que se obstinó en ir a la escuela rural de su entorno primero aún sin tener edad para ello, al tiempo que buscaba cualquier trabajo que pudiera realizar, desde recoger, para su posterior venta, la lana que los borregos se dejaban enganchada en las alambradas, hasta la venta ambulante de golosinas, pipas, juguetes de cartón y todo aquello que tuviera salida comercial entre cualquier tipo de población.
Aquellas ansias de saber que siempre lo caracterizaron fueron marcando su camino: acudió a escuelas nocturnas después de acabar el trabajo diario, buscó quien le diera clases particulares y hasta se enroló de monaguillo a cambio de que el cura le enseñara matemáticas y cultura general. Leía todo cuanto en sus manos caía, se aficionó a componer versos y declamaba en solitario ante un imaginario público en lo que tal vez fuera el germen de aquella maestría de la interpretación que llegó a poseer.
La obsesión por ser actor
Su obsesión por ser actor lo llevó a conseguirse una recomendación del clero –en aquellos tiempos, la Iglesia tenía mucha influencia, decía– para entrar a trabajar, de lo que fuera, en los Estudios Cinematográficos Chamartín. Allí veía el joven Rabal la suerte de estar cerca de los actores y directores del momento y, por qué no, la posibilidad de que lo requirieran para algún papel de extra, aunque fuera de figurante. Se aprendía de memoria todos los guiones por si se llegaba la ocasión, y ésta comenzó a hacer acto de presencia; los cineastas de la época –López Rubio, Juan de Orduña, Rafael Gil– comenzaron a reparar en aquel mozalbete simpático, moreno, con aspecto y rasgos pueblerinos, guapo y tal vez alguno de ellos vio en él al galán que aquella sociedad necesitaba como sustitutivo de otras carencias.
Observado con la perspectiva que da el tiempo, posiblemente pueda afirmarse que el año 1946 comenzó a trazar la separación entre un antes y un después. Dos películas, La pródiga y El crimen de Pepe Conde –aunque sin aparecer en los créditos–, y un corto papel, como meritorio, en la obra Me casé con un ángel, de la Compañía de Isabel Garcés, en el Teatro Infanta Isabel, fueron el inicio de una dilatada carrera de actor –repleta de grandes interpretaciones, distinciones y premios– que alcanzó su ocaso biológico el 29 de agosto de 2001, precisamente entre dos de estos reconocimientos: venía de recibir un gran premio en el Festival de Cine de Montreal (Canadá) y un par de semanas después iba a recoger otro en el Festival Internacional de Cine de San Sebastián.
Fuente:
Blaya Mengual, Miguel Ángel
Paco Rabal, Genio y Figura
Nausícaä, 2003