El Alhárabe acaba de nacer y, pese a que el caudal es bastante precario, ya se ha encauzado y baja hacia el este decidido, camino de Las Juntas, donde confluyen los arroyos de Zaén y de Las Polladas. Atrás, en ambas orillas, han quedado el cortijo de Zoya y el salero del Zacatín, explotación salinera que durante siglos ha abastecido al término municipal de Moratalla y a algunas poblaciones de las provincias limítrofes, como Huéscar, La Puebla de Don Fadrique, Santiago de la Espada, Nerpio, Yeste y Taibilla. De ella aún se surten algunos cortijos de Santiago de la Espada y de Nerpio, pero sus principales compradores son los ganaderos del Campo de San Juan, Archivel, El Sabinar y Barranda. Algunos lugareños aseguran que con este tipo de sal no abortan las ovejas.
El agua, fría y pura todavía, prosigue su curso entre choperas deshojadas y un rumor de esquilas que pronto se hace familiar, pues por aquí discurre el cordel de Cehegín, cañada de tránsito que enlaza el valle de San Juan y los campos de Letor y Mazuza.
Río abajo, mirando al sur, el viajero distinguirá la silueta del Peñón de los Tormos a cuyos pies nace la Fuente de los Muertos, y al norte, el cerro de Bagil, poblado megalítico asentado en un cantil que se eleva unos 70 metros sobre la cañada y a unos 1.300 metros.
Desde Bagil, la vista del Campo de San Juan es memorable. A la altura de la aldea de Fotuyas, el Alhárabe se remansa en el embalse de La Risca, destinado a contención de avenidas, y a tiro de piedra aparece el molino que dio nombre a la presa, aún en activo. Desde aquí a Moratalla el río se encajona y apresura entre los hontanares de las sierras de la Muela (1.414 metros) y de los Álamos (1.479), riega la finca de la Dehesica y el cortijo del Bancal de la Carrasca.
Desde La Risca a Moratalla, a lo largo del valle que cruza el río, apenas viven media docena de personas. Las tierras son de propiedad particular y periódicamente se llevan a cabo las cortas de madera más provechosas de la Región, especialmente en la umbría de Los Álamos, donde el pino rodeno experimenta un gran crecimiento. Hasta aquí baja la cabra montesa y cruzan el cielo azul águilas reales, algún buitre, cuervos y halcones que buscan presa en las palomas torcaces y en el averío de las casas de labranza.
El paisaje es espectacular. Un sendero bordea el cauce del Alhárabe que ahora brinca entre juncos, carrizos, cañaverales, aneas, tarajes y rocas calizas que se han desprendido a causa de la erosión. La sorpresa tiene lugar más abajo, en los Cenajos del Agua Cernida, un paraje umbrío y de gran amenidad, una de las joyas paisajísticas de la Región de Murcia: cuatro kilómetros de tajos o paredes negruzcas y rojizas de más de 60 metros de altura con frondosos pinos en sus estribaciones.
Para verlos en todo su esplendor es preciso ir cuando ha llovido abundantemente, pues en los Cenajos se forma una cortina de agua cernida que cae hasta el lecho del río, donde crece una rica vegetación de ribera. Una pista forestal serpentea frente a los acantilados y es muy grato esperar desde esa vertiente a que escampe la niebla de los hondones y el paisaje recupere el verdor de la floresta.
Hace 100 años abundaba en esta serranía el pino carrasco, el rodeno y el salgareño, la encina, el roble, la sabina y el arce. También, en el tramo final del barranco de Hondares, se disfrutaba del nacimiento de aguas medicinales de Somogil, topónimo que da nombre a dos cortijadas. Los vecinos de los campos próximos tomaban el baño en las pozas naturales de las que emergía el agua termal, y en los veranos, la época más concurrida, se organizaban bailes muy animados.
Los baños de Somogil, que estuvieron abiertos hasta la década de los sesenta, eran beneficiosos para el reuma, las enfermedades cutáneas y ciertos tipos de esterilidad. Ahora, el caudal se utiliza para riego y el agua ya no emerge a borbotones de las pozas por haberse perforado un nuevo pozo, además el agua termal se utiliza para riego y se extrae del acuífero mediante un motor.
A la altura de Somogil, el río Alhárabe recibe por su margen derecha los aportes del arroyo de Hondares, poco antes de estrecharse en la presa de La Puerta, en cuyas inmediaciones se disfruta de una boscosa zona de acampada y de una sucesión de pozas naturales idóneas para el baño. Tras encajonarse en la presa de La Puerta, el río se abre y riega las huertas bajas de Moratalla hasta entregar su caudal al río Benamor, cerca del cortijo del Coto, en la planicie que precede a Moratalla.
Arte rupestre en la cuenca del río Alhárabe y proximidades
En esta zona se encuentran vestigios de ocupación humana en las manifestaciones de arte rupestre en Calar de la Santa (La Ventana I y La Ventana II), los de Cañica de Andrés y en Zaén. Los dos abrigos de La Ventana presentan un buen estado de conservación a pesar de ser muy conocidos. El abrigo I tiene 36 motivos pintados, entre cruciformes y soliformes; el abrigo II conserva los restos de lo que parece un cuadrúpedo.
Los abrigos de Cañaica del Calar (en Cañaica de Andrés) son de una gran riqueza expresiva, reuniendo cuatro abrigos con cápridos, cérvidos, esquemas tipo 'golondrina', y otros elementos de estilo Levantino. En esta zona también está el abrigo de Fuente Sabuco con más de sesenta motivos.
Entre el Campo de San Juan y el Campo de Béjar, junto al arroyo de La Andragulla, existen tres pequeños abrigos que fueron descubiertos en 1984. Son denominados el conjunto de La Andragulla. Contienen algo más de veinte figuras levantinas (cuadrúpedos y figuras humanas) junto a motivos de tipo esquemático (barras y puntiformes).
También en estas proximidades se encuentran los abrigos de La Risca I y La Risca II, que están en el paraje de Pedro Gurullo. En una cueva de las cercanías del cerro de Bagil se descubrió, en el siglo XVI, el llamado barco de Bagil, representación pictórica de una carabela colombina de 1'70 metros de largo por 1'35 de alto, pintada en rojo por alguien que conocía bien sus detalles, pues la nave muestra las velas plegadas en las vergas, como si estuviera amarrada a puerto.