La década de los años 50 es quizás la más productiva en todos sus aspectos, pues lo mismo escribe poesía, teatro que novela, cuento y zarzuela. Pero posiblemente sea la poesía el género más habitual, pues de esta década datan obras como:
La diosa de Ilice (1950), El carretón de naranjas (1951), La brasa (1952), Piruetas (1953), Incertidumbres y esperanzas (1953), Romance de Pablo Infantes (1954), Glosas y coloquios (1954), Eros y la sombra (1957), El mar, el río, y la noche (1958) y Cenizas de Tartessos (1959). Igualmente en teatro concibe obras como Retablo de Belén (1952), El mito reverdece (1955) y Rosa se queda en tierra (1956); en novela Bajo el verde laurel (1953), La tierra no es de los profetas (1955), El enigma de la tumba de Imhutes (1957), Salmo de penitencia (1959) y El discípulo (1959); y comienza a escribir cuentos como la colección Frente al río y la sombra (1958) (?) y El limosnero de Santa Ana (1959).
Es en estos años en que satisface plenamente las ilusiones de su padre, quien pretendía que su hijo fuera ante todo poeta, y cuya influencia no cesará hasta la muerte de su progenitor, ya que éste era el más severo crítico de su obra y, a la vez quien le alentaba a continuar por este camino.
En el año 1951 compite en las primeras Fiestas de la Vendimia de Requena (Valencia), consiguiendo el primer premio. Igualmente participa en las Justas Literarias de Torrelavega (Santander), logrando un primer premio por su poema Exaltación a los Reyes Católicos y un accésit con otra de sus composiciones Romance al amor cristiano.
El año siguiente (1952) alcanza la Flor Natural en los Juegos Florales de San Pedro de la Felguera (Asturias) con el poema Himno al trabajo.
Durante 1953 alcanza la Flor Natural en los Juegos Florales que se celebraron en Jumilla (Murcia) con el poema Tierra mater; del mismo modo que obtiene el primer premio al tema Hispanidad en los Juegos Florales de Elche (Alicante), con su composición Vínculo de amor; y finalmente una mención honorífica en las Fiestas de la Vendimia de Requena (Valencia), con el poema Plenitud, que fue ganado por Adriano del Valle.
Santa Ana del Monte, lugar de inspiración.
El Monasterio de Santa Ana -situado a unos cinco kilómetros de la población- siempre había sido algo especial para Guardiola, ya que su recoleto silencio, el halo de penitencia y oración que siempre ha acompañado a sus moradores, y con un encanto que iba de lo místico a lo mítico, lo hacían un lugar privilegiado para la meditación y la reflexión de nuestro autor.
No olvidemos que Azorín pasó largas temporadas en este cenobio buscando precisamente la paz espiritual en algunos momentos muy delicados de su biografía15. Guardiola en una entrevista publicada en el Noticiero de Cartagena viene a decir:
"...Pero nada exalta tanto mi imaginación, ni conmueve las fibras más sensibles de mi ser, como los tesoros de belleza de nuestro Monasterio de Santa Ana del Monte..."
De aquí que no sea de extrañar que desde su adolescencia, quisiera plasmar aquellas ilusiones. La tarea no era fácil, pues tenía que aunar su fina sensibilidad de poeta a la tarea de investigación en la propia biblioteca del Monasterio.
Lo que en un principio era una mera idea, llegó a feliz término en 1949. Sin embargo, su satisfacción quedó colmada cuando este libro vio la luz en 1954, con el sugestivo título de Evocaciones, leyendas y milagros de Monasterio de Santa Ana del Monte16.
Premios y Poesía.
En 1955 concurre a los Juegos Florales de Castilla y León, celebrados en Valladolid, y obtiene el primer premio con su poema Trébol. Al mismo tiempo es invitado a un ciclo de conferencias organizadas por el Círculo Cultural de Jumilla, desarrollando el tema "Pasado y porvenir de Jumilla" en el que nuevamente pone de relieve el inmenso cariño que siente por la tierra que le vio nacer.
Durante 1956 participa en el concurso de poesía "Primavera 56", organizado por la Mesa de Burgos en Madrid y su composición Invocación al Cid es galardonada con una mención honorífica.
También en este mismo año Jumilla celebra con todo boato el II Centenario del Cristo Amarrado a la Columna, obra del inmortal imaginero murciano Francisco Salzillo. Nuestro autor es nombrado miembro de la comisión organizadora, además de cronista oficial de tal efemérides. No puede resistir la tentación y participa en el concurso literario convocado para la mencionada conmemoración.
Gana un accésit cuya cuantía en metálico donó íntegramente para engrosar la suscripción para la creación de una capilla que se proyectaba construir en el Monasterio.
Las dos eternidades.
Al año siguiente (1958) publica una novelita Las dos eternidades, una de las mejores obras del autor jumillano, si no la mejor, que contiene su concepción filosófica de la vida. En esta novela, Guardiola hace mención en el prólogo a la obra de Mika Waltari, añadiendo a reglón seguido que no tiene ninguna relación la una con la otra.