Los fondos rocosos (figura 1), si no se han visto afectados por la contaminación humana, son los de mayor belleza paisajística, al aunarse en ellos los perfiles abruptos y cambiantes de su topografía con las sugerentes formas y colores de las numerosas especies vegetales y animales que los pueblan. Las superficies de estos fondos están recubiertas, casi en su totalidad, por una capa continua de organismos que, ante la fuerte competencia espacial existente, han desarrollado infinidad de respuestas adaptativas encaminadas a mantener o aumentar el espacio conseguido o a obtener alimento. En general, predominan las especies epibentónicas, mientras que la difícil perforación del sustrato hace que las especies endobentónicas sean escasas. Por otra parte, la estabilidad de estos fondos, donde los organismos sésiles no corren el peligro de ser enterrados por los granos de arena o fango que mueve el oleaje o las corrientes, así como la relativa escasez de los mismos, si se les compara con la extensión de los fondos blandos, son las razones de la fuerte competencia por el espacio que se produce en ellos.
La gran variedad topográfica propia de estos fondos (grietas, extraplomos, cuevas, paredes y superficies de diferente orientación e inclinación, etc.) proporciona una importante diversidad de hábitat, donde se implantan comunidades diferentes, conformándose con ello un importante número de unidades paisajísticas.
Por otro lado, las comunidades de aguas poco profundas son fotófilas (amantes de la luz) y presentan una marcada dominancia de especies algales. Por el contrario, las comunidades de aguas profundas son esciáfilas (amantes de la sombra), y en ellas son las especies animales las dominantes. En las aguas superficiales, en los lugares pobres en luz (grietas, recovecos, extraplomos, cuevas) aparecen enclaves paisajísticos con comunidades esciáfilas.
Unidades paisajísticas
Las unidades paisajísticas de fondos rocosos que se describen en esta página web se indican a continuación, estando citadas en orden de aparición de menor a mayor profundidad (figura 2).
Juan Carlos Calvín