Monarquía
Al intentar establecer el marco político y social de los pueblos ibéricos hemos de basarnos en la información que la arqueología nos ofrece y en las fuentes clásicas. No obstante, la falta de textos clásicos importantes, que recojan la estratificación social y su evolución a lo largo del mundo ibérico, es evidente si exceptuamos las referidas a las primeras décadas de la dominación romana.
Existió un poder monárquico con los régulos que, en torno a una ciudad dominante, giraría sobre un territorio más o menos extenso, dependiente en cierta medida de aquella. Actuaría principalmente en cuestiones militares, en alianzas y pactos, arrastrando con su decisión a otros asentamientos menores. Dominar varias ciudades supone que en ellas debieron vivir una o varias personas, representantes de la autoridad real.
La naturaleza de estos reyes y de las monarquías fue hereditaria y no electiva, haciéndose eco alguna fuente del carácter principesco de los hijos de los reyes, lo que deja claro la existencia de familias nobles y destacadas dentro de una sociedad perfectamente estratificada. Así las fuentes recogen, entre otros, a Edecón, rey de los edetanos que tanto influyó en las victorias romanas, o a Indíbil y Mandonio, régulos ilergetes; en otras ocasiones parece tratarse más de caudillos como Amusicus, rey de los ausetanos.
Élites dirigentes
Esta élite dominó, además del aspecto militar, el económico de la producción, los suministros, el comercio y las vías de comunicación en su territorio. El fuerte poder económico queda evidenciado en las necrópolis, tanto en los tipos constructivos que cubren las fosas, como por la riqueza de algunos ajuares funerarios procedentes de distintas necrópolis ibéricas, entre los que se combinan los objetos de uso cotidiano y personal con otros de indudable prestigio como el armamento, arreos del caballo o complementos del jinete, la refinada vajilla de mesa importada de Grecia o las placas de cinturón chapadas en plata. Paradójicamente, en los poblados esta diferenciación social apenas se vislumbra ya que, de momento, la arqueología no nos ha proporcionado viviendas ibéricas que se distingan sustancialmente de otras del entorno.
La aristocracia limitaría, según las zonas, la autoridad monárquica, estando constatada la actuación de asambleas de notables. Con el paso del tiempo, las diferenciaciones sociales antes aludidas son menos evidentes entre los restos exhumados de los ajuares de las necrópolis, es decir, a lo largo de los siglos III y II a. C. parece que las distinciones entre unas clases sociales y otras se han reducido de manera considerable en la cultura ibérica, aunque lógicamente sigan existiendo ricos y pobres.