La localidad era regida en 1921 por el Alcalde Julio Atienza Yagüe, conservador ciervista, si bien el protagonismo era del secretario. Se trataba de Juan Sánchez Fernández que había arribado a Abanilla en 1907 y diez años después era nombrado hijo adoptivo debido a su gran dedicación e interés para con el pueblo. Entre sus muchos logros podemos enumerar las carreteras de acceso, las obras de la iglesia, la consecución de la estafeta de Correos, el arreglo de las calles, un aumento de las escuelas, la lucha por el ferrocarril, etc.
El Centro Popular Abanillero
El día 2 de mayo de aquel 1921, gracias al celo y esfuerzo del militar Joaquín Carlos Roca, se inauguró el 'Centro Popular Abanillero', emplazado en la calle Juan de la Cierva.
Con el único requisito del pago de una cuota de dos pesetas, pretendía constituirse en punto de encuentro de todos los abanilleros con independencia de ideas y tendencias políticas. El local, compuesto de dos plantas, albergaba un café, salones, billar y entre las actividades proyectadas, se pensaba en veladas musicales, bailes, conferencias y otros espectáculos o entretenimientos variados.
Destacó el restaurante regentado por Manuel Yagües. El Centro había nacido como reacción al "Círculo Conservador", que ubicado en la calle de la Reina e inaugurado en 1916 acogía exclusivamente a los miembros de este partido político.
Fiestas de 1921
De las fiestas de aquel año decía la prensa: ..."se preparan bailes en los que la gracia sandunguera de Caballero y los retozos españolísimos de Chapí invitan a contonearse en el balanceo mimoso de la habanera y a marcar rotundamente el airoso compás del chotis".
Los festejos dieron comienzo con un novenario que se celebró a finales de abril. El domingo 1 de mayo el pueblo despertó con repique de campanas acompañado de tracas y quinientas bombas, llamando a misa.
En la ceremonia se bendijo la bandera que iba portada por el niño Ramón Salar Ramírez. El discurso del alcalde Julio Atienza y del cura párroco Juan Antonio Cerezo Segura abrieron oficialmente la jornada festiva que brindó cabalgata, velada musical y fuegos artificiales acuáticos.
Al día siguiente se repitió la alborada anterior aunque la misa tuvo lugar esta vez en el santuario de San Sebastián y fue seguida de una alegre romería adornada con bailes populares y procesión de honor a la abuela Santa Ana.
La tarde se entretuvo con una batalla de moros y cristianos y el juego de rodar la bandera. Por la noche la verbena cerró la jornada poniendo el broche de oro una alborada pirotécnica. El martes día 3 se celebró la procesión de la Reliquia y a continuación moros y cristianos se enfrentaron nuevamente.
Tras la misa de rigor, se efectuó el Baño de la Reliquia, se rodaron las banderas por segunda vez y también aquella noche jóvenes y menos jóvenes bailaron en la verbena que cerraron más fuegos artificiales.
Las fiestas continuaron hasta el día 8 destacando de aquéllos hermosos días un concurso de 'huertanas', varias veladas musicales, la batalla de flores y otros nuevos y brillantes simulacros de batallas.
Fiestas en 1922
En 1922 el alcalde era el conservador José Cascales Lifante, procedente del partido liberal y excorresponsal del periódico Región de Levante. Pero además dirigía un banco y comercios de madera, salazones, espartos e incluso canteras de piedra.
Ese año se celebró el Centenario de la Santísima Cruz organizando los actos Joaquín Carlos Roca, el alcalde y el secretario del Ayuntamiento. Para ello se dispusieron fondas y restaurantes a fin de poder dar alojamiento a los numerosos visitantes que se esperaban.
En mayo y con motivo de esas festividades se inauguró una plaza de toros con capacidad para 5.000 localidades, se estableció el servicio de viajeros a Murcia y Orihuela y el Café Moderno de Juan Carrillo abrió sus puertas al público.
El servicio de viajeros fue obra del ya citado Joaquín Carlos Roca, todo un personaje a quien Abanilla debía no sólo la creación del Círculo Popular Abanillero, sino también tiendas de ferretería, bisutería, harinas e incluso la construcción de la plaza de toros en quince días. Así pues, las fiestas de aquel año contaron con la corrida esperada que tuvo por protagonistas a los diestros murcianos: Nuevo Litri y El Rizao asistidos por picadores como Chiquito y Angelillo.
Los toros eran de López Chicheri. No faltaron, como era habitual los sermones ni las misas o las procesiones, tampoco faltó pirotecnia y bandas de música; las batallas de moros y cristianos brillaron especialmente y la feria de ganado presentó buenos especimenes y oportunidades. La novedad fue la cabalgata de gigantes y cabezudos.
Autor: Ricardo Montes