Tras la toma de Granada por los Reyes Católicos en 1492 se evidencia la reestructuración del territorio hispano, al tiempo que la pacificación y reordenación administrativa favorecerían la activación de las industrias perdidas de Mazarrón. Las minas de las faldas de las sierras mazarroneras se volverían a abrir, buscando el preciado tesoro del alumbre, elemento muy necesario tanto en las manufacturas de las tenerías como en la elaboración de vidrio y fármacos. En la última mitad del siglo XV, la gestión de las minas de alumbre sería concedida a las familias Fajardo y Pacheco, que explotaban las minas directamente o las arrendaban, para que otros gestionaran la explotación.
El 1 de agosto de 1572 se concedía a Mazarrón un privilegio fundacional, que la declaraba independiente y le proporcionaba un Ayuntamiento propio. El municipio disfrutaba de su realengo, sin estar condicionado a la administración de señores u ordenes militares. Durante el siglo XVI, Mazarrón sufriría constantes ataques a su zona costera por parte de piratas berberiscos.
La costa de Mazarrón tuvo que concentrar sus esfuerzos durante esta época en defenderse de los ataques de los piratas berberiscos, lo que trasladaba los esfuerzos productivos y de desarrollo a la zona llana del campo mazarronero, curiosamente, y como lo demuestran los restos del Castillo de Calentín, había tenido que defenderse hasta aquel momento de estas incursiones de piratas.
La Majada debió tener un momento de gran desarrollo demográfico y económico durante el siglo XVIII, ya que consta documentalmente la autorización del cardenal Belluga en 1735, para que comenzara la construcción de la ermita del caserío que era conocido como Las Majadas. La ermita se situaba en el paraje del Recuenco, un bancal con gran producción de cebada y trigo, que cubría las rentas de la ermita.
El despegue de la industria de la minería entre 1840 y 1913 supondría un cambio muy destacado a lo que eran caseríos con una población muy dispersa. La Majada vería complementados sus recursos agrícolas con los que proporcionaban las explotaciones mineras del cercano Coto Fortuna.
El progresivo cierre de las minas a mediados del siglo XX obligaría a los aldeanos de La Majada y otras pedanías a retornar al cultivo de sus tierras. Si bien los cultivos de cereal se habían mantenido, y prueba de ello son los restos de los molinos harineros que adornan los parajes del campo mazarronero, poco a poco se intensificarían los esfuerzos por conseguir cultivos hortofrutícolas rentables.
En los años 80', aprovechando los trasvases de agua de los planes hidrográficos nacionales y la continua especialización de Murcia en los sistemas de riego por goteo, La Majada concentraría el desarrollo de su pueblo, principalmente, en los beneficios de la explotación de sus huertos de cítricos. Hoy día La Majada sigue siendo una pedanía con abundante población dispersa, pero con todos los medios necesarios para mantener la calidad de vida de sus habitantes, formando parte del Campo de Mazarrón.