Justiniano llega al trono del Imperio de Bizancio en el año 527, como sucesor de Justino, un jefe militar. En los inicios del siglo VI, Justiniano centra sus esfuerzos en el restablecimiento de la unidad del Imperio Romano, reconquistando las tierras que antaño engrosaron el territorio imperial, en lo que la historiografía ha designado como renovatio imperi. Una de sus intervenciones en Occidente se centró en recuperar el territorio de los bárbaros germanos; desembarcando para ello en la Hispania visigoda a mediados del siglo VI (552 y 554 d.C.), aprovechando para ello la debilidad de una monarquía como la visigoda, de carácter electivo, y el vacío de poder ante un enfrentamiento sucesorio. La labor de reconquista bizantina que contó, sin duda, con el apoyo de la inmensa mayoría de la población hispanorromana, que sentía una mayor afinidad con los conquistadores llegados de Oriente.
El dominio bizantino fue reducido desde una perspectiva geográfica, sólo logró ocupar una franja litoral comprendida entre el área gaditana por el Oeste y la provincia de Alicante, por el Este, en lo que se denominó como la Bética. La frontera interior de la provincia bizantina aún no ha sido claramente delimitada, pero es muy probable que Begastri quedara del lado bizantino al menos durante algún tiempo. Hay que pensar que los nuevos romanos no vienen con intención de cambiar los sistemas de gobierno y que durante esos cincuenta años que ocuparon la tierra de la antigua Cartaginensis no transformaron las estructuras de gobierno. Sí que convierten a Begastri probablemente en una población importante de sus líneas de defensas fronterizas y, seguramente, actualizan sus fortificaciones. Al frente de los territorios bizantinos estuvo un dux que aunaba el poder militar y civil y posteriormente un magíster militum spaniae, encargado por el emperador para enfrentarse a los visigodos.
El sueño imperial se mantuvo mientras vivió Justiniano, tras su muerte acaecida en el año 565 el Imperio fue despojado paulatinamente de los territorios conquistados en Europa Occidental. Finalmente, Suintila, gran general visigodo, logró expulsar a los bizantinos entre los años 621 y 624. La capital bizantina de Spania, Cartagena, quedó destruida por los propios visigodos y ya nunca recobrará su esplendor. Otras ciudades cobran protagonismo, la capitalidad del sureste peninsular se traslada a Orihuela. Begastri mantiene el auge de época bizantina y es sede episcopal. El gobierno instaurado durante el reinado de Justiniano fue una auténtica monarquía teocrática, que reunía los poderes político, militar y religioso. Para ello se rodeó de una nutrida burocracia civil reglamentada y jerarquizada con funcionarios que se ocupaban de la administración pública. Sobre todo en áreas fronterizas el ejército se integraba con campesinos a los que se les retribuía sus servicios con la entrega de tierras. Finalmente el tercer pilar de la monarquía lo constituía la Iglesia bizantina, absolutamente subordinada al emperador.
El conflicto entre la provincia bizantina de Spania y el reino visigodo de Toledo provocó un auge socioeconómico inesperado en determinadas ciudades fronterizas como Begastri, el Tolmo de Minateda (Hellín) o El Cerro de la Almagra (Mula). Primero fueron impulsadas por el poder bizantino como defensa de su limes interior y una vez caídas bajo el control visigodo, serían potenciadas frente a las ciudades bizantinas de la franja litoral. Así se puede explicar que las ciudades de Begastri o el Tolmo de Minateda fueran promovidas a la categoría de sedes episcopales frente a los obispados bizantinos de Cartagena e Illici.
La sociedad bizantina fue de tipo piramidal, en la cúspide encontramos una alta aristocracia terrateniente, que ejerce un control señorial sobre sus posesiones y la dirección de los asuntos públicos. Sus privilegios fueron amenazados por un clero secular, que poco a poco fueron adquiriendo un mayor protagonismo. Los comerciantes, enriquecidos por los flujos comerciales, engrosarían otro grupo social poderoso.
En la base de la pirámide, los campesinos que progresivamente sufren los efectos de la crisis económica y dejan de ser libres para convertirse en siervos e incluso en esclavos. La sociedad hispanorromana, en principio, parece que fue favorable al nuevo poder imperial con el que se identificaron desde el punto de vista cultural y religioso. Pero desde la óptica económica parece que su vida no tuvo una mejora considerable. Si la presión fiscal bajo el gobierno visigodo había sido asfixiante, las necesidades recaudatorias de los bizantinos no fueron menores, teniendo que reconstruir una compleja línea defensiva capaz de repeler los ataques visigodos.