La economía bizantina fue la base que permitió al Imperio Romano de Oriente su expansión territorial. En su economía cobran protagonismo las actividades agropecuarias, cuyos productos abastecían a las ciudades y los sectores industrial y artesanal mantenían un gran vigor. El sueño del emperador Justiniano fue recuperar el Imperio de los romanos en los tres continentes donde se había implantado antes de la irrupción de los bárbaros. Ello le empujó a la reconquista de África, Italia e Hispania. La expansión del Imperio Bizantino y el control del Norte de África y del Sur de Hispania, supuso sin duda una reactivación del comercio marítimo en el Mediterráneo Occidental, que se incorpora a la densa red mercantil, que pone en comunicación regiones muy distantes. Esa vocación hegemónica, necesariamente, pasaba por dominar el Mediterráneo con una potente flota y controlar los principales puertos. Una de las maneras de cohesionar un imperio con provincias tan alejadas de la capital imperial, Constantinopla, fue el mantenimiento de una intensa actividad comercial a lo largo y ancho del Mar Mediterráneo.
Los territorios vinculados administrativamente con Carthago Spartaria (en los que cabe incluir a Begastri) participan de los intercambios mercantiles, a su puerto llegan productos de Oriente como atestiguan las ánforas del Egeo, Cilicia o Siria, pero también del Norte de África (salazones y aceite), área muy vinculada con la Hispania bizantina. Desde el punto de vista fiscal, la ocupación bizantina fue sumamente dura y opresiva para la población hispanorromana. La presión fiscal de los bizantinos fue muy elevada, dada la imperiosa necesidad recaudatoria para financiar las obras de defensa, con el fin de mantener sus posesiones. Esa circunstancia debió diluir el entusiasmo inicial de la población hispanorromana. Es muy posible que la doble línea defensiva de Begastri fuera reforzada en este período, aunque aún no existen testimonios arqueológicos inequívocos sobre la presencia bizantina.